Alertas sobre la evolución de la deuda

Miguel A. Vázquez Taín PRESIDENTE DEL CONSELLO GALEGO DE ECONOMISTAS

MERCADOS

MABEL RODRÍGUEZ

Los actuales niveles de endeudamiento, por encima del 120 % del PIB, deben de llevar a un análisis sobre su sostenibilidad, planificando cómo afrontar esta debilidad cuando la crisis sanitaria termine y cuando los tipos de interés comiencen a subir. No solo debe fiárselo todo al crecimiento económico tras la pandemia, sino que han de corregirse los desequilibrios estructurales de las cuentas públicas con determinación y consenso político para evitar el lastre a generaciones futuras.

22 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La economía española afrontaba en marzo del 2020 la crisis derivada de covid con dos debilidades importantes: por un lado, un crecimiento económico que manifestaba una pérdida de vigor, con un incremento del PIB del 2 % en el 2019 frente a los avances del 3,8 % y del 3 % de los años 2015 y 2016; y, por otro, unas cuentas públicas que seguían arrastrando las derivadas de la anterior crisis económica, con déficits que continuaban siendo altos y, consecuencia de estos, una deuda pública en un nivel, y con un ritmo frenético de crecimiento, muy elevado.

Si iniciábamos la crisis del año 2008 con una deuda pública que representaba el 35,7 % del PIB, en el 2014 alcanzaba el 100,7 %, para disminuir de una forma muy ligera, a pesar de los años de bonanza, hasta el 95,5 % con el que cerrábamos el 2019. Las necesidades asociadas a la pandemia dispararon el stock de deuda pública, que ha tocado el pico del 125,2 % al cierre del primer trimestre de 2021. A su vez, dentro de esta deuda del conjunto de las Administraciones Públicas, es de destacar el comportamiento del subsector de las comunidades autónomas, que multiplicaron por cinco su endeudamiento con relación al PIB desde el año 2008, hasta alcanzar el 27,6 % actualmente.

Estos niveles de endeudamiento, aunque no son una circunstancia exclusiva de España y siempre se puede invocar la comparación -Grecia 205,6 %; Italia, 155 %; Portugal, 133 % y el conjunto de la zona euro en el 97 %-, nos deberían llevar, desde ya, a abrir un debate sobre su sostenibilidad; analizando los factores que condicionan su evolución, cómo se puede incidir sobre ellos y empezando a planificar cómo afrontar esta debilidad de nuestra economía en cuanto la crisis económica nos empiece a dar un respiro.

Tipos de interés

Los bajos niveles actuales de tipos de interés, que previsiblemente se seguirán manteniendo por el Banco Central Europeo durante unos años, reducen la carga de la deuda y favorecen su sostenibilidad. De hecho, casi nos hemos olvidado de la prima de riesgo, concepto tristemente familiar para el conjunto de la ciudadanía en la anterior crisis. No obstante, será difícil mantener de forma indefinida el carácter acomodaticio de la política monetaria, con sus compras masivas de deuda, que está detrás de estos tipos mínimos. Con el nivel de endeudamiento que tenemos, un repunte de los tipos de interés, que pueden volver a discriminar entre países según su solvencia, podría conllevar una espiral de crecimiento de la deuda que requiera de medidas drásticas de ajuste fiscal con consecuencias importantes sobre la economía.

Las expectativas de inflación también pueden incidir sobre la sostenibilidad de la deuda pública. Siempre se ha considerado la inflación como una de las herramientas favoritas de los países para enfrentarse a su endeudamiento. No obstante, cuando las presiones inflacionistas, que ya son una realidad en los Estados Unidos, obliguen a la Reserva Federal a subir los tipos de interés, el margen de Europa para seguir manteniendo los tipos reducidos se acortará significativamente, presionando al alza los tipos nominales y, con ellos, el servicio de la deuda.

Políticas de recorte

La previsible fortaleza de la recuperación económica tras la superación de la pandemia, impulsada por las inyecciones fiscales activadas y la política monetaria, podrá ayudar a contener, estabilizar e incluso reducir el nivel de endeudamiento. Si incrementamos nuestra producción, en el denominador, disminuirá nuestra ratio deuda/PIB. No obstante, siendo esta una condición necesaria, y previsiblemente el principal factor de reducción de la ratio de deuda a corto plazo, no será suficiente mientras sigamos con los amplios déficits primarios actuales que, además, seguramente se mantendrán en los próximos años.

Seguir cerrando nuestras cuentas públicas todos los años con déficit, más allá del incremento de la deuda que conlleva, pondrá en cuestión la confianza de los mercados en nuestras emisiones para financiarla. Si hay desconfianza en la evolución de la deuda, esta se trasladará al coste de su financiación y, con ello, tendremos que dedicar más recursos a su pago, que necesariamente tendrán que ser detraídos de servicios básicos o de políticas que pueden impulsar el crecimiento. A su vez, si empeoran las expectativas de crecimiento podemos entrar de nuevo en una diabólica espiral de más deuda y más coste que se materializará en un menor crecimiento.

Por lo tanto, más allá de la contención y reducción del nivel de endeudamiento asociado a la recuperación económica que previsiblemente tendremos tras la superación de la pandemia, la sostenibilidad de la deuda pública requiere, necesariamente, de la corrección de los desequilibrios estructurales de nuestras cuentas públicas, que permita reconducir la ratio de deuda pública hacia unos niveles razonables.

Aunque en estos momentos la prioridad, en lo que a las cuentas públicas se refiere, es seguir haciendo frente a los efectos sanitarios y económicos de la pandemia, debemos empezar a enfocar en el medio plazo, planificando cómo afrontar los retos que la deuda pública conlleva para la economía española. Se hace necesario diseñar planes de consolidación, a los diferentes niveles de las administraciones públicas, que permitan una reducción gradual y sostenida del déficit público hasta alcanzar el equilibrio estructural. El entorno actual de bajos tipos de interés, que previsiblemente mantendremos algunos años más, brinda el margen de maniobra necesario para que el diseño e implementación de esa estrategia de consolidación permita reconducir los desequilibrios presupuestarios de una forma gradual y no lesiva para el crecimiento.

La tarea no resultará fácil, pero las dificultades aumentarán cuanto más nos demoremos en afrontarla, máxime en el contexto actual, en el que se entremezcla la situación política en la que se encuentra el Gobierno central con las necesidades económicas de las comunidades autónomas que son, por su nivel competencial, las que están asumiendo el grueso de los gastos asociados a la pandemia. Tomemos conciencia de la necesidad de afrontar ya esta situación, que requerirá de determinación, consenso político -quizá el mayor problema de la sociedad española actual- y de la máxima pedagogía y transparencia. No hacerlo en cuanto sea posible, más pronto que tarde, puede convertir a la deuda pública en un pesado lastre que arrastrarán las generaciones futuras.