La acrilamida: la sustancia presente en las patatas fritas que podría provocar depresión

SALUD MENTAL

Las patatas fritas, por su alto contenido en acrilamida, están en el centro de la investigación.
Las patatas fritas, por su alto contenido en acrilamida, están en el centro de la investigación. La Voz de la Salud

Un nuevo estudio publicado por la Academia Nacional de Ciencias estadounidense pone el foco en la relación entre los alimentos fritos y la salud mental

25 abr 2023 . Actualizado a las 18:48 h.

Sobran las evidencias que demuestran la influencia de la alimentación en nuestra salud. El exceso de consumo de carne roja es malo para el corazón. Nada nuevo bajo el sol. Sin embargo, son cada vez más las pistas que apuntan hacia la importancia de nuestros hábitos dietéticos sobre las llamadas 'enfermedades no transmisibles'. Hablamos, en muchos casos, de patologías que no se presentan de la noche a la mañana, sino que dejan ver sus efectos en el largo plazo. «Lo que comemos importa, sobre todo, a largo plazo», explica Diego Redolar, doctor en Neurociencias, profesor de Neuropsicología en la Universitat Oberta de Catalunya y codirector del grupo Cognitive Neurolab a La Voz de la Salud

Tal vez estén pensando en algún tipo de cáncer o en una enfermedad degenerativa de nuestro sistema circulatorio —que también—, sin embargo son cada vez más las pistas que nos dirigen hacia cómo afectan determinados tipos de alimentos a nuestra salud mental. Por muy raro que suene. Y en este sentido, las conclusiones que han alcanzado Anli Wang, investigador de la universidad de Zhejiang (China) y su equipo vuelven a ser llamativas: el consumo frecuente de alimentos fritos, en especial las patatas, está «fuertemente asociado» con un mayor riesgo de sufrir ansiedad y depresión, explican en un artículo llamado El alto consumo de alimentos fritos afecta a la ansiedad y a la depresión debido a la alteración del metabolismo de los lípidos y a la neuroinflamación, publicado por la revista PNAS de la Academia Nacional de Ciencias (NAS, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos.

Según concluyen los investigadores, en aquellas personas cuya alimentación se basaba en un alto contenido de alimentos fritos, se observó una incidencia mayor de estas patologías mentales. En concreto, apreciaron un 12 % más de riesgo de sufrir ansiedad y un 7 % de padecer depresión. Esa asociación es «más pronunciada» entre los hombres y los consumidores más jóvenes, indica el estudio. 

No fue culpa tuya, ni tampoco mía: fue culpa de la acrilamida

Pero ¿por qué las patatas fritas son sospechosas de aumentar el riesgo de ansiedad o depresión? Los científicos se han centrado en los efectos que produce la acrilamida en nuestros cerebros. «La acrilamida es una sustancia química que se forma de forma natural en productos alimenticios ricos en almidón durante procesos de elaboración a alta temperatura, como fritura, horneado, tueste y, asimismo, transformación industrial, a más de 120 °C y en condiciones de baja humedad», explica la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). Por tanto, debemos entender que las patatas fritas serían solo parte del problema. Por supuesto, y como casi siempre, los ultraprocesados están metidos de lleno en la ecuación. ¿Pero por qué la acrilamida parece ser el malo de la película?

La investigación de la universidad china sostiene que «la exposición prolongada a la acrilamida induce ansiedad y comportamientos depresivos a través de la neuroinflamación mediada por el estrés oxidativo» y aseguran que la metodología que usaron para analizarlo y los resultados obtenidos «aportan pruebas sólidas para desentrañar el mecanismo de la ansiedad y la depresión desencadenadas por la acrilamida, y ponen de relieve la importancia de reducir el consumo de alimentos fritos para la salud mental».

¿En qué consistió el estudio y cuáles fueron los resultados?

Antes de proseguir, debemos entender que los estudios sobre los efectos de la alimentación en nuestros cuerpos tienen un problema de base: son difíciles de medir con fiabilidad. Los motivos son variados. Primero, necesitan un amplio seguimiento a lo largo de los años y este tipo de estudios longitudinales son costosos (en dinero y en esfuerzo). Además, es difícil cuantificar con precisión lo que comemos —no es como medir los resultados que obtenemos cuando una sustancia es suministrada de manera milimétrica a través de una pastilla o cualquier otro compuesto—. Y tercero, pero no menos importante: los sujetos del estudio deben ser fiables. La ciencia ya se ha enfrentado a problemas históricos por esto último. Sabemos que la gente tiende a mentir si considera que sus comportamientos no son lo que se espera de ellos y el caso más evidente son las deficiencias de las recogidas de datos a la hora de medir la cantidad de alcohol que consume la población. «Hay bastantes estudios que prueban que la gente tiende a decir que bebe mucho menos de lo que bebe. No dejan de ser preguntas a gente de la que te tienes que fiar. Y por muy anónimas que sean, todos tendemos a reducir la cifra cuando sabemos que la verdad no es lo que se espera de nosotros. Tendemos a mentirnos», explica Luis Sordo, profesor del departamento de Salud Pública de la Universidad Complutense de Madrid y miembro del grupo de alcohol de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE).

A todo esto se le suma que hablamos de patologías mentales, multicausales y mucho más complejas que procesos más orgánicos. «Los estudios que hay en humanos son epidemiológicos y de observación, y solo se puede hablar de una asociación con menor riesgo de depresión. Es decir, que la alimentación es uno de los factores», señala Ana Belén Ropero, profesora titular de Nutrición y Bromatología en la Universidad Miguel Hernández. Por tanto, cautela ante los resultados.

Dicho esto, empezamos a sospechar con fundamento de los efectos nocivos de los alimentos fritos en la salud mental. La investigación de la universidad de Zhejiang utilizó datos de 140.728 personas procedentes del banco de datos biomédico Biobanco, del Reino Unido, para respaldar sus conclusiones. Pero a la hora de medir los efectos de la exposición prolongada a acrilamida utilizó peces cebra, a los que pusieron en contacto con esta sustancia durante 180 días. Los científicos observaron cómo, efectivamente, estos peces cambiaban su forma de comportarse tras recibir su dosis de acrilamida. Cuando se les trasladaba a nuevos tanques de agua, su capacidad de exploración se deterioró. Tampoco mostraban la misma curiosidad hacia nuevos objetos. No fue lo único, la sociabilidad de los peces adultos se alteró y comenzaron a mostrar comportamientos similares a la ansiedad y la depresión en humanos. El equipo también observó que perturbaba notablemente sus perfiles de comportamiento y alteraba la preferencia por la luz/oscuridad (escototaxis).

También en los peces, la exposición crónica a ese producto induce alteraciones del metabolismo lipídico cerebral y neuroinflamación, así como desregula el metabolismo de dos tipos de lípidos (esfingolípidos y los fosfolípidos), que desempeña un papel importante en el desarrollo de los síntomas de ansiedad y depresión.

Si bien los resultados son prometedores y se suman a la larga lista de experimentos que vinculan una mala alimentación con problemas de salud mental, parte de las conclusiones del equipo se basan en la observación de los peces cebra —otra parte, en la amplísima muestra recogida en los datos médicos de casi 150.000 pacientes en Reino Unido—. Es importante entender que los estudios en animales sobre patologías mentales tienen importantes limitaciones ya que la depresión, en su forma clínica, está enfocada desde un punto de vista exclusivamente humano. Evidentemente, no podemos saber con certeza qué estaban sintiendo esos peces. Ni siquiera si estaban sintiendo algo. En cualquier caso, la ciencia en animales también tiene ventajas como la nula presencia del efecto nocebo o placebo

Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.