Tres días semanales de abstinencia, incrementar el precio del alcohol y otras alternativas para reducir el consumo
ENFERMEDADES
En el Reino Unido ya hay campañas animando a la población a no beber durante varios días, en Escocia han subido el precio y en Suiza han reforzado la vigilancia para evitar el consumo entre los menores de edad
24 jul 2022 . Actualizado a las 11:35 h.Ha pasado ya más de un siglo desde que se aprobó una de las leyes restrictivas más famosas de la historia: la Ley seca en EE.UU. de 1920, por la cual se prohibió todo consumo de alcohol durante casi 14 años en el país norteamericano. A pesar de que el origen de su implantación respondía más a motivos religiosos que a una verdadera propuesta en la mejoría de los hábitos individuales y de la salud pública, los resultados fueron opuestos a los deseados. Pese a un descenso inicial en el consumo, poco después a su implantación el país volvió a tasas similares o incluso superiores de ingesta de alcohol a costa de la aparición de mafias, contrabando, corrupción política, bebidas adulteradas y, en definitiva, mayores tasas criminalidad. La nueva situación causada por la norma obligó a su derogación en 1933.
Desde entonces, el alcohol ha gozado de una aceptación social bastante extendida en gran parte del mundo, integrada en las costumbres y en el ocio habitual de todas las generaciones, desde los más jóvenes a los más mayores. Así como prácticamente nadie reconocería en público el consumo de otras sustancias como la cocaína o la heroína por su estigma social, no hay reparo en admitir —e incluso presumir— del consumo del alcohol, otorgándole una condición de prestigio en algunos ámbitos y evidenciando la baja percepción del riesgo que tiene la sociedad ante esta sustancia. Salvo situaciones muy concretas en las que campañas exitosas y el rechazo colectivo han ido de la mano —como el consumo al volante o durante el embarazo— el alcohol sigue siendo un reclamo social del que en la actualidad sería inimaginable prescindir. Así lo señalaba el gángster por antonomasia de la ley seca, Alfonso Al Capone, con su famosa frase de «solo doy al público lo que el público desea».
Sin embargo, tras el tabaco, las cifras de muertes motivadas por el alcohol son superiores a las de cualquier otra sustancia. La ingesta de esta sustancia provoca casi 3 millones al año a nivel mundial (siendo Europa la región con más consumo per cápita del mundo) y unas 15.000 en España. En nuestro país, la edad de inicio de consumo ronda los catorce años. En torno al 60 % de los adolescentes entre los 14 y los 18 años reconoce haberse emborrachado al menos una vez en el último mes, según datos del Ministerio de Sanidad de España. Esta bebida se relaciona, asimismo, con la aparición de más de 200 enfermedades diferentes —entre ellas distintos tipos cánceres— siendo el hígado el principal órgano afectado.
En este contexto, y desde una visión realista en la que el cese completo del consumo de alcohol no es algo verosímil en la actualidad, la Asociación Europea de Enfermedades Hepáticas (EASL), junto a la prestigiosa revista The Lancet, emitieron un extenso comunicado a principios de año enfocado en designar una línea estratégica para la prevención de enfermedades hepáticas en general y reducir el consumo de alcohol en particular. Además, en el Congreso Internacional del Hígado celebrado recientemente en Londres, se ha incidido en la necesidad de un plan global de abordaje tanto a nivel comunitario como individual para desincentivar el consumo. Una hoja de ruta que debe plantearse desde diversos puntos de vista. Desde campañas informativas y estimulación de hábitos saludables hasta otras más polémicas como elevar el precio mínimo del alcohol, mayores tasas impositivas o leyes más restrictivas.
Información es poder
A pesar de que la mayoría de la población es conocedora de que el alcohol es una bebida perjudicial para la salud, pocos saben identificar a partir de qué cantidades se considera un consumo excesivo. Si bien la ingesta ideal es cero, no habiendo un consumo mínimo seguro puesto que hay evidencia de que incluso con mínimas cantidades se eleva el riesgo de algunas enfermedades como el cáncer de mama o lesiones gastrointestinales, las diferentes guías nacionales de los países europeos han establecido unos límites de bajo riesgo con el objetivo de tratar de reducir el consumo. Estas guías coinciden en poner este límite en torno a los 20-30 g de alcohol diarios para los hombres y 10-20 g para las mujeres. Teniendo en cuenta que una unidad de alcohol estándar (UBE) —una cerveza de 20 cl, un vaso de vino de 15cl, o lo equivalente a un chupito de una bebida destilada (ron, ginebra, whisky..)— poseen alrededor de 12 g de alcohol, concluimos que a partir de 2-3 unidades de alcohol diarias en hombres y 1-2 unidades en mujeres se incrementa significativamente el daño producido por esta sustancia. Además el concepto de «atracón» o de ingesta ocasional de gran cantidad, conocido como binge drinking consistente en beber más de 4-5 bebidas en hombres, o de 3-4 en mujeres en menos de dos o tres horas, es una práctica especialmente desaconsejable.
Con respecto al tipo de bebida, no se han demostrado diferencias significativas entre unas y otras en cuanto al daño producido, siendo igualmente perjudicial en cantidades equivalentes el vino, la cerveza o las bebidas destiladas.
Sólo el mero hecho de conocer estos límites ya puede estimular un cambio de hábitos en algunos consumidores que infraestimaban el riesgo de la cantidad que ingerían. A propósito de esto, campañas informativas podrían ser útiles, como por ejemplo añadir en los etiquetados de los envases la cantidad de alcohol que contienen sobre la recomendada diaria, fomentando la educación entre la población, al igual que los etiquetados nutricionales de los productos alimentarios y asentando conceptos comunes como las equivalencias de alcohol entre las diferentes bebidas. Además, los programas de concienciación sobre sus efectos perjudiciales también podrían tener una relación directa en el consumo, al igual que sucede con las siempre impactantes campañas de la DGT o con las famosas imágenes disuasorias de las cajetillas de tabaco. Los estudios han demostrado que provocan un rechazo significativo al consumo, tanto en los fumadores como de aquellos que aún no lo son.
Propuestas para reducir el consumo: ¿tres días a la semana sin alcohol?
Existen otras estrategias que podrían ser importantes para lograr una reducción en el consumo de bebidas alcohólicas estimulando los cambios de hábitos entre la población. En este sentido, han surgido campañas en Reino Unido basadas en «días libres sin alcohol», una iniciativa que ha sido reivindicada recientemente en el congreso internacional del hígado por su presidente Aleksander Krag. En ellas, se recomienda, al menos tres días a la semana, la abstinencia.
El objetivo de este consejo no se basa tanto en el hecho de que varios días sin beber favorezca de alguna manera una 'depuración' de nuestro organismo o que facilite la regeneración de órganos como el hígado, ya que no hay evidencia científica suficiente hasta la fecha de que este patrón de consumo sea más saludable a igual cantidad final. El motivo principal es tratar de romper con el hábito diario, favoreciendo de esta manera un mayor control individual sobre el consumo e impulsando el aprendizaje de realizar actividades sin la necesidad de beber alcohol. En cualquier caso, sería un error pensar que acumular varios días sin ingerir alcohol nos permitirá un mayor consumo durante el fin de semana, por ejemplo. Lo importante a largo plazo será el consumo acumulado que realicemos.
A nivel comunitario, fomentar por parte de las instituciones públicas eventos de ocio libres de alcohol, especialmente en aquellas con una presencia importante de menores de edad, como espacios deportivos o festividades, son acciones que podrían ser tan beneficiosas como poco exploradas hasta la fecha.
Aumentar el precio de alcohol y medidas restrictivas
Entre los abordajes más polémicos para tratar de disminuir el consumo se encuentran medidas económicas y normas más restrictivas, siempre rodeadas del eterno debate que se genera entre la libertad individual y el interés colectivo. Algunas de ellas ya se han realizado en nuestro país en los últimos años, como el freno al botellón tras prohibirse el consumo de alcohol en la vía pública.
En el manuscrito emitido por la Asociación Europea de Hígado (EASL) se reivindican medidas que aumenten el precio mínimo a un euro por centilitro de alcohol puro de forma homogénea en todo el territorio europeo. Esta medida se basa en experiencias como la de Escocia en el 2018. En la isla, tan solo un año después de aumentar el precio mínimo por ley, se produjo una caída del consumo hasta su nivel más bajo en las dos últimas décadas. La norma afectaría principalmente a los establecimientos donde el alcohol se vende más barato, como los supermercados, por lo que sería esperable una reacción feroz por parte de este sector así como del propio lobby del alcohol.
En España, numerosas sociedades médicas y científicas ya han emitido peticiones en este sentido al Ministerio de Sanidad para que sean incluidas en el próximo Anteproyecto de Ley para la Prevención del Consumo de Alcohol en Menores. También se solicitan medidas como la de aumentar la edad mínima de consumo a los 21 años. Normativa que se cimentaría en estudios que demuestran que, cuanto más tarde se comience a beber alcohol, menos probable es que aparezca un consumo de riesgo en la edad adulta. En países como EE.UU., donde casi todos los estados establecen una edad mínima a los 21 años desde 1984, las cifras de consumo cayeron del 60% al 40% en la población comprendida entre los 18 y 20 años tras esta medida.
Sin embargo, a pesar de que en países como España es legal beber a partir de los 18 años, el consumo comienza mucho antes, en torno a los 14 años, por lo que simplemente cambiar el límite de edad parece algo insuficiente si ya no se respeta el actual. Parece evidente que se debe reforzar la inspección y sanción de los establecimientos que no cumplan con la ley. En este sentido, países como Suiza han puesto en marcha programas con buenos resultados como el del cliente misterioso, que consiste introducir en los establecimientos a menores o personas con aspecto de menor que informan sobre posibles irregularidades.
El alcohol es una sustancia totalmente integrada en gran parte del mundo desde hace siglos. La sociedad parece estar lejos de querer prescindir ella. Pero es innegable que goza de un entorno demasiado tolerante y permisivo atendiendo a sus consecuencias, convirtiéndolo en uno de los principales problemas de salud pública en la actualidad. Dotar de herramientas e información a la sociedad es un elemento clave para la concienciación sobre sus consecuencias, pero, además, todo ello debe estar acompañado de un marco legal que regule el conflicto entre los derechos individuales y colectivos asociados a su consumo.