La reforma del asilo europeo, tocada y casi hundida

Cristina Porteiro
CRISTINA PORTEIRO BRUSELAS / CORRESPONSAL

INTERNACIONAL

KARPOV / AFP

La Unión Europea no logra articular una respuesta ante las distintas visiones de los países miembro

12 jun 2018 . Actualizado a las 07:40 h.

«¡Victoria!», clamó ayer el flamante y xenófobo ministro del Interior italiano, Matteo Salvini (Liga Norte), después de saber que España abriría sus puertas al Aquarius. Tanto ha cambiado la Unión Europea en estos años que un triunfo político se mide hoy en el número de migrantes que un Gobierno consigue repeler de sus costas. La ultraderecha se ha adueñado del debate. Ni la economía, ni el clima ni la corrupción tienen tanto peso como la inmigración en la decisión de voto de los europeos. Azuzar el miedo, perfilar un clima de inseguridad y encender las pulsiones identitarias han sido una receta eficaz para alcanzar el poder en cancillerías europeas de peso y hundir desde dentro la reforma del asilo que propugna Bruselas

¿Qué defiende la Comisión Europea?

Sugiere establecer un mecanismo de reparto justo de refugiados por cuotas entre los miembros de la UE para aliviar la presión de los países en primera línea de llegada como España, Malta, Italia o Grecia. A pesar de haber rebajado la ambición, su iniciativa nunca llegó a prosperar. El Consejo se ha encargado de embarrar el debate. Tampoco la posición equidistante y resignada del equipo de Jean Claude Juncker ha ayudado. Ayer mismo sus portavoces evitaron condenar la actitud inhumana de Salvini. Se limitaron a pedir respeto a los imperativos humanitarios y alegaron no tener competencias para exigir a un país miembro que se haga cargo de la situación. ¿Es creíble? A duras penas. Hace solo cinco días Juncker ensalzaba las bondades del Gobierno austríaco, formado por conservadores y ultraderechistas del FPÖ, que defendieron en su programa cerrar a cal y canto las fronteras. 

¿Quién sabotea la reforma del asilo?

Los abanderados son los países de Visegrado (Hungría, Eslovaquia, Polonia y República Checa). Sus Gobiernos ultranacionalistas han perdido el pudor. El húngaro Víktor Orbán se refiere a los inmigrantes como invasores y se muestra decidido a pagar peaje antes que abrir las puertas a un solo refugiado. A medida que la ultraderecha se ha ido infiltrando en la UE, otros Gobiernos se han sumado al grupo. Dinamarca y Austria no quieren ni una sola estructura de atención a los migrantes en territorio comunitario. Y el secretario de Asilo belga, Theo Francken, llegó a sugerir a Grecia que dejase morir ahogados a los migrantes si así lograban controlar sus fronteras. A todo este enjambre de xenófobos se suma el nuevo Gobierno italiano. 

¿Por qué la UE es incapaz de articular una respuesta?

Porque los Veintiocho tienen visiones muy distintas de cómo reformar el actual sistema de asilo, muerto, según Bruselas. Alemania y Francia siempre defendieron las cuotas, pero dentro de sus propios Ejecutivos hay discrepancias. Merkel tuvo que aplazar la presentación de un nuevo plan de asilo, prevista para hoy, por diferencias con su ministro del Interior, Horst Seehofer, político de la formación hermana de la CDU en Baviera (CSU), que quiere rechazar asilados en las fronteras si se detecta que ya ha pedido protección en otro país. Merkel se opone porque no quiere trabas a la libre circulación en Schengen e insiste en una «solución europea». El equilibrio es dificilísimo. Cualquier traspié entre los dos puede hacer caer el Gobierno. España también se opuso hasta hace poco al despliegue de guardias europeos de fronteras y en privado siempre mostró sus reservas a las cuotas. La Eurocámara está perdiendo la paciencia. Mañana someterá a debate la atención humanitaria en el Mediterráneo y tiene previsto aprobar en julio una resolución para impedir que se penalice a las oenegés que ayudan en los rescates. 

¿Tendrá consecuencias la decisión de Sánchez?

Quienes se resisten a acatar los acuerdos internacionales de asistencia humanitaria hablan de un posible efecto llamada similar al que se vivió Alemania en el verano del 2015, cuando la política de puertas abiertas de Merkel, empujó a un millón de personas a cruzar sus fronteras. El contexto hoy es bien diferente. El peor pico migratorio ya ha pasado y la mayoría de las personas que llegan, lo hacen por razones económicas, así que a muchas se les denegará el permiso. A nivel político, el movimiento ha permitido a Salvini hacerse con el control del debate migratorio, dar un golpe de efecto e imponer sus tesis xenófobas. Con su «victoria», el italiano emite una señal muy fuerte a otros Gobiernos escépticos: rechazar demandantes de asilo tiene premio.