La propuesta de Trump agita el conflicto entre los judíos, los musulmanes y los cristianos de Jerusalén
10 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.«¡Pasa rápido, rápido!», susurra Mahmoud Muna desde el interior de la Educational Bookshop mientras sube la persiana eléctrica. La librería está cerrada al público, como la mayoría de los comercios de la parte oriental de Jerusalén, los barrios árabes que Israel ocupó en la guerra de 1967 y se anexionó en 1980. Esta parte de una ciudad santa para cristianos, musulmanes y judíos respondió con una huelga general a la decisión de Donald Trump de reconocer a Jerusalén como capital de Israel, una medida que provocó mayores movilizaciones en Estambul, Amán o Kabul, que en la propia zona este.
«Una huelga general de tantos días es un autocastigo porque no afecta al lado judío ya que los trabajadores árabes han acudido a sus puestos de trabajo en esa parte de la ciudad. Solo hemos parado aquí. Después de tantos años de promesas incumplidas he llegado a la conclusión de que no hay solución y de que tenemos que mentalizarnos de que Israel puede implementar sin problemas el apartheid con el visto bueno de EE.UU. y el resto del mundo», lamenta el dueño del gran centro de referencia para libros sobre el conflicto desde los años ochenta. En su opinión, «nuestra mejor resistencia frente a la ocupación es nuestra existencia».
La decisión de Trump fue una decepción en esta parte de la ciudad. Jerusalén tiene casi un millón de habitantes y en la zona oriental hay más de 370.000 árabes. En los últimos 50 años de ocupación, Israel favoreció el establecimiento de asentamientos judíos y en torno a 200.000 colonos viven ahora allí. Aunque las autoridades israelíes reivindican «una capital eterna e indivisible», frase que no empleó Trump en su comparecencia, por lo que recibió las críticas de los ultranacionalistas judíos. Solo hay que dar un paseo para darse cuenta de los muros de cristal que separan al Jerusalén judío, donde los ultraortodoxos tienen sus propias comunidades diferenciadas, y el árabe, donde conviven musulmanes y cristianos.
«Son tres partes socialmente muy separadas, tres sensibilidades distintas entre las que hay poca interacción», explica Yildar Palmor, exportavoz de Exteriores de Israel y actualmente en la Agencia Judía, que se encarga de facilitar la emigración a Israel de los judíos de todo el mundo. Piensa que «las palabras de Trump fueron moderadas y no van a tener un impacto en el día a día de la ciudad. Formalmente no cambia nada e incluso no cierra las puertas a que en el futuro, después de una negociación, Jerusalén Oriental sea capital de un Estado palestino. Pese a ello, extremistas como Hamás van a aprovechar para generar incidentes».
El rabino conservador, Uri Ayalon, lleva 40 años viviendo en la ciudad santa. No tiene dudas de que «Jerusalén es la capital de Israel» y espera que «el círculo de violencia que va a generar esta declaración sea lo más corto posible». Sostiene que «por encima de una ciudad, Jerusalén es un símbolo para israelíes y palestinos, pero los que viven fuera solo ven el símbolo y no se preocupan de los que vivimos el día a día, para quienes la convivencia es fundamental».
Precios prohibitivos
Ese día a día es el de una ciudad con unos precios de vivienda prohibitivos y unos servicios municipales discretos o nulos en la zona oriental. «Queremos vivir porque todos estamos cansados de violencia. Los palestinos son la mano de obra que mueve la parte occidental de Jerusalén, la interacción es diaria. Jerusalén es mucho más grande que todos y ha sobrevivido a todos los políticos y militares», apunta este rabino que llegó de Buenos Aires cuando tenía siete años. Ayalon considera que las autoridades respetan a cristianos y musulmanes y subraya que «la decisión de Trump es política, no religiosa y, gracias a Dios, aún quedan políticos israelíes que entienden que esta ciudad es para las tres religiones, aunque cada vez el sector ultranacionalista tiene más presencia».
Entre esta tendencia al alza en Israel está Arieh King, concejal en Jerusalén y responsable de una organización de colonos que hizo campaña en Israel por Trump. King se siente víctima en una ciudad en la que «el problema de fondo es puramente religioso porque los musulmanes no nos aceptan, como no aceptan tampoco a los cristianos, ni a nadie que no sea musulmán. La única solución pasa por derribar la Cúpula Dorada cuanto antes y levantar el Tercer Templo. Solo así podrá llegar la paz a Oriente Medio y al mundo».
Planteamientos como el de King hacen que musulmanes y cristianos interpreten la declaración de Trump como «un nuevo paso para la judaización de la ciudad, que afectará de forma directa a la convivencia entre religiones porque no pone al mismo nivel a israelíes y palestinos», según el jeque Mohamed Abasi, que a sus 27 años es el imán más joven de la ciudad. «Desde la ocupación de 1967 no paran de tomar medidas para que Jerusalén sea cada vez más judía y menos árabe. Un error porque esta ciudad es única y los jerosolimitanos vamos a resistir hasta que Dios nos ayude a cambiar estos hechos».
El papa Francisco se opuso a la decisión de Trump y advirtió sobre las consecuencias que puede tener porque «Jerusalén es una ciudad única, sagrada para los judíos, cristianos y musulmanes». Sus palabras son las primeras que recuerda el padre Artemio Vítores cuando se le pregunta por la nueva situación de la ciudad. Este franciscano palentino ha vivido varias guerras e intifadas y se remonta a la guerra de 1948 cuando «palestinos e israelíes propusieron un alcalde franciscano para Jerusalén como solución para poner fin a los problemas entre ellos». Critica que «tanto musulmanes como judíos consideran esta ciudad como una especie de amante y solo la quieren para ellos». No se mete en temas políticos, pero lamenta que en Jerusalén «no hay convivencia porque ninguna de sus escuelas, a diferencia de las nuestras, educa en la tolerancia. Si no hay un principio de igualdad, de reconocer que todos somos iguales ante Dios, es difícil la convivencia».
Primeros choques con la policía y funerales en Gaza
Gaza y Cisjordania vivieron una nueva jornada de violencia y las protestas contra la decisión de Donald Trump de reconocer a Jerusalén como capital de Israel se extendieron también por primera vez a algunas partes de la zona árabe de Jerusalén como la calle Saladino. La Franja vivió una jornada de funerales por las cuatro víctimas mortales que dejan hasta ahora las protestas en territorios palestinos, dos muertos por disparos del Ejército en las protestas del viernes en la verja de separación, y otros dos, milicianos de Hamás, víctimas de un ataque aéreo.
El Ejército informó en un comunicado de ataques «a cuatro estructuras de la organización terrorista Hamas» en represalia por los cohetes disparados desde territorio gazatí. Belén, Hebrón, Jericó o Ramala fueron también escenarios de enfrentamientos por tercer día consecutivo con las fuerzas israelíes. Las protestas en las calles llegaron acompañadas del anuncio del presidente, Mahmud Abás, quien no se reunirá con el vicepresidente estadounidense Mike Pence durante la próxima visita que tiene planeada a Tierra Santa. Majdi al Jalidi, consejero diplomático del presidente Abás, explicó que se trata de una respuesta a una decisión con la que «EE.UU. ha traspasado todas las líneas rojas». «No hay canales de comunicación abiertos» con Washington, admitió.
El papa Tawadros II de la iglesia copta de Egipto, siguió el ejemplo de Abás y anuló también su encuentro con Pence, que tiene previsto visitar El Cairo en su gira por la región. El religioso alegó que Trump «desprecia los sentimientos de millones de árabes». El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, y su homólogo francés, Emmanuel Macron, acordaron hacer un «frente común» para convencer al estadounidense de que reconsidere su decisión. Según AFP, el turco trata de imponerse como el paladín de la causa palestina aprovechando la atonía de los dirigentes árabes. Para «coordinar» la acción de los países musulmanes convocó una cumbre de la Organización de Cooperación Islámica (OCI) en Estambul esta semana.