Una gestión casi inexistente, marcada por los líos internos y la incertidumbre

Francisco Espiñeira Fandiño
FRANCISCO ESPIÑEIRA REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

ODD ANDERSEN | AFP

Theresa May no ha conseguido arrancar, en un país dividido, ni una sola medida con la que recordar esta etapa

19 abr 2017 . Actualizado a las 07:19 h.

La hemeroteca no será generosa en elogios con la primera etapa de Theresa May al frente del Gobierno británico. Lejos queda el 13 de julio, cuando tomó posesión tras deshacerse de los dos compañeros, Andrea Leadsom y Michael Gove, que pelearon con ella por el asiento de David Cameron, su precedecesor, que arrojó la toalla tras el inesperado tropiezo del «remain» en las urnas.

May, casada, sin hijos, aficionada a la cocina y a caminar, con una larga trayectoria en las filas conservadoras y en diferentes puestos de responsabilidad, asumió el desafío de tripular el adiós a la Unión Europea en un país dividido a la mitad entre partidarios y detractores de seguir vinculados a Bruselas.

Quizá por ello, y por su debilidad interna -acorralada entre las mentiras reconocidas por Nigel Farage y la ambición de su compañero y rival Boris Johnson-, May no ha conseguido arrancar ni una sola medida con la que recordar esta etapa. Su principal apuesta fue crear un ministerio específico para afrontar el brexit. Pero a los pocos meses se descubrió que no tenía personal suficiente ni dotación económica para acometer el reto.

Sus titubeos sobre la manera de afrontar la salida de la UE, provocaron un primer acercamiento a Alemania -su primera visita fue a Angela Merkel el 20 de julio, solo una semana después de jurar su cargo-, pero pronto se dinamitaron todos los puentes ante la firmeza germana a la hora de evitar concesiones a los británicos.

La agenda de la primera ministra ha sido una sucesión de fracasos: fue incapaz de frenar el independentismo en Escocia, que reclama un nuevo referendo, le estalló la crisis de Irlanda del Norte donde los comicios han dejado a un Sinn Féin pletórico y en las últimas semanas le ha surgido el conflicto de Gibraltar y su futuro tras la salida de la UE.

No tuvo más suerte May con Donald Trump, del que recibió un severo desplante cuando el magnate recibió primero al eurófobo Nigel Farage y llegó a proponerlo para ser embajador en Washington. Semanas después, en el primer cara a cara con Trump, May intentó dar muestras de cercanía, pero la rueda de prensa posterior evidenció más buenas palabras que compromisos entre los dos aliados.

El mazazo del atentado del conductor suicida de Westminster restañó su imagen y las encuestas -fallidas en el referendo del brexit- calculan que la primera ministra puede salir reforzada de las urnas. Para ello, tendrá que demoler a los populistas del UKIP, aprovechar el vacío de los laboristas e impedir que los liberales, los únicos que se han posicionado claramente a favor de frenar la salida de la Unión Europea, aprovechen para sacar tajada y recuperar influencia.