La eterna estudiante

Beatriz Manjón

GENTE

14 oct 2007 . Actualizado a las 14:11 h.

Hay dos tipos de guapas: las que explotan sus encantos, provocando generalizado desencanto entre el resto de las mujeres, y las que intentan que esos encantos pasen lo más desapercibidos posible, o sea, las que rara vez tendrán problemas con sus congéneres. Del mismo modo, existen dos tipos de roqueros, los que tienen por biblia todo lo prohibido, y aquellos a los que ninguna madre prohibiría en una cena de Nochebuena.

Gwyneth Paltrow, rubia atípica de Hollywood, con la timidez por escote y la sensualidad recogida en una coleta de estudiante de intercambio, no podría haber elegido mejor esposo que Chris Martin, vocalista de Coldplay, una rara avis del rock, que no bebe, no fuma y que confesó públicamente que no perdió la virginidad hasta los veintidós. Ambos forman una pareja de jóvenes discretos y coherentes, con algún ramalazo de incoherencia, como llamarle a su hija Apple -para los que aún estén en el «my taylor is rich», manzana-.

La perfecta hija modélica

Claro que que por elegir, muchos hubieran preferido que la chica perfecta, hija modélica de productor de cine y actriz, le hubiera dado el sí quiero a un chico perfecto y actor. ¿Lo adivinan? Sí, Brad Pitt.

Si la memoria no les falla, recordarán que el rubio que ahora se pirra por una morena y Gwyneth comenzaron un romance en la película Seven que duró tres años. Y fue precisamente ese papel, el de Tracy Mills, el que le dio a la Paltrow fama internacional, con el empujoncito, eso sí, de su relación sentimental con el actor más deseado del momento.

Ni siquiera por entonces conseguimos odiarla. Quizás la imaginábamos cocinando para Pitt gambas al ajillo o enseñándole palabras en español con acento de Talavera de la Reina, de donde es hija adoptiva. Quizás nos solidarizamos cuando la vimos hecha un marimacho en Shakespeare in Love, película por la que ganó el Oscar y el Globo de Oro.

Tal vez nos gustaba para novia del Príncipe y versión patria de la cándida Grace Kelly. Puede que su ataque de mamitis, que la ha llevado a estar tres años alejada de los escenarios para cuidar de sus hijos, nos haya conmovido a las que no nos lo podemos permitir. O, simplemente, a la hora de recorrer el país, preferimos su atenta mirada, de eterna estudiante, antes que el guiño maestro de Labordeta.