El «sexting» que no cesa

Manuel Fernández Blanco
Manuel Fernández Blanco SÍNTOMAS DE LA CIVILIZACIÓN

PONTEVEDRA CIUDAD

15 may 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Cada vez que tenemos conocimiento de un caso (el último entre los alumnos de un instituto de Vigo) de difusión de imágenes íntimas, especialmente si son de menores, ponemos el acento en la necesidad de información sobre los riesgos de las nuevas tecnologías, que ya no son tan nuevas, así como en la necesidad de la educación para el buen uso de Internet, y en el imprescindible control paterno. Todo esto es evidente y necesario. Sin embargo, este último episodio se produce en Vigo, donde la policía ya ha dado 66 charlas sobre sexting en colegios.

Parece que, del mismo modo que la generalización de la información sexual y contraceptiva no disminuye el número de embarazos no deseados, la información sobre los riesgos de exponer la intimidad no es suficiente para limitar el fenómeno. En esto, como en muchas otras cuestiones, con la educación no basta. El pasado martes, la titular de la Fiscalía de Menores de Pontevedra, Encarnación Boullón, declaraba en una entrevista a este diario que son muchos los cursos y charlas que se imparten a los jóvenes sobre este tema y añadía una frase que me pareció especialmente elocuente: «No sé si es que no quieren ser conscientes o les da igual el riesgo que conlleva». Tal vez aquí está la clave. Los clínicos sabemos muy bien que el hecho de que alguien sepa que una práctica conlleva un riesgo no garantiza que la evite.

En el caso del sexting, la auténtica lucha es contra una tendencia general de la civilización que ha llevado a que la pornografía se haya constituido en el paradigma general de la vida erótica, lo que ha alcanzado de lleno a los jóvenes. La banalización del sexo favorece que, lo que antes podía ser motivo de vergüenza (por eso se escondía a la mirada del otro), ahora puede serlo de exhibición. Junto con esto, el mundo actualmente es, sobre todo, el mundo que pasa por las pantallas. La omnipresencia de la mirada provoca un empuje a mostrarse, por lo que lo íntimo ya no es equivalente a lo secreto. El dar a ver, una vez caída la barrera del pudor, se convierte en una tendencia imparable para muchos: existes si eres visto. Frente a este privilegio dado a la imagen, solo caben estrategias de rescate de la palabra auténtica. Una palabra vale más que mil imágenes.