La increíble recuperación de Fátima

pablo gonzález / c. punzón REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

PACO RODRÍGUEZ

La joven gaditana que perdió a sus padres en el accidente ya ha sido dada de alta y empieza a remontar psicológicamente. Y Ángel Torres ya camina con una sola muleta

27 oct 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Fátima Reyes es en muchos sentidos el rostro de la tragedia de Angrois. Sus padres murieron en el tren y, con síndrome de Down, son ahora sus dos hermanos quienes cuidan de ella en San Fernando (Cádiz). Aunque a sus 26 años se ha formado para ser una persona autónoma y goza de una fortaleza admirable tras su aparente fragilidad. A raíz del accidente tuvo una doble rotura de clavícula, rompió el peroné de una pierna y sufrió diversas fracturas en el pie de la otra. Pero el miércoles pasado le dieron definitivamente el alta y creen que prácticamente no necesitará rehabilitación. Fátima quiere salir adelante y eso anima a quienes la rodean.

La cura del daño psicológico, aprender a acostumbrarse al inmenso vacío que dejaron sus padres -Antonio y Rosa murieron muy jóvenes, con solo 59 y 57 años- y asumir la realidad de una pérdida tan dura, está siendo más fácil para Fátima que para sus hermanos. «Se ha hecho a la idea de que están en el cielo y parece que así lo está superando. Fátima siempre nos sorprende», dice su hermano Antonio, con una acento gaditano que, pese a su cadencia alegre, esconde una música de fondo triste. Ellos lo llevan peor. Aún están en esa fase de incredulidad -«Ni nos lo creemos todavía», asegura Antonio- donde cuesta pensar que la peor de las suertes se ha cebado con su familia. Y creen que el golpe de realidad llegará con las ya cercanas Navidades, cuando de verdad noten la ausencia de sus padres en la mesa familiar. Antonio cree que las fiestas serán para ellos un mal trago.

El futuro de Fátima preocupa en muchos sitios. En una reunión de las víctimas con la ministra Ana Pastor, la responsable de Fomento se comprometió a buscar una solución para un caso tan especial. De momento, parece que está previsto aumentar el adelanto de la indemnización que ofrece la aseguradora de Renfe. Pero se están estudiando otras vías para que Fátima, a pesar de las pérdidas irreparables, pueda llevar una vida lo más normal posible. A Antonio, su hermano, todas estas buenas intenciones le parecen bien. «Pero lo que de verdad necesita mi hermana es un trabajo. Se ha formado, tiene la secundaria y es lo que realmente necesita», dice. Antonio no deja de admirarse de lo fuerte que es su hermana, que no paró hasta que con su ayuda localizó a Francisco Otero, el vecino de Angrois que la rescató del tren. Antonio fue el encargado de ayudarla en una búsqueda que solo tenía un objetivo: darle las gracias.

Otro ejemplo de recuperación

«Soy el hombre más optimista del mundo». La carga de adrenalina extra que acaba de recibir Ángel Torres al decirle su médico que ya puede tirar una de sus dos muletas, le lleva a ascender esta vez en la montaña rusa de sensaciones que vive desde hace tres meses. «En diciembre seguro que ya no necesito la otra muleta», avanza radiante de alegría, pese a acabar de ver otra vez un 24 en el calendario. «Ese número no se puede olvidar, ni los gritos de los niños saliendo del tren, ni los teléfonos móviles sonando sin parar, ni todo aquel ruido que quise no escuchar cerrando los ojos sin ver si quiera al hombre que me sostuvo durante una hora el suero. No sé quién fue». Ángel reconoce que nunca se podrá olvidar de todo eso, pero prefiere concentrarse en los avances, en que ya ha superado sus caderas rotas, las ochos costillas machacadas y que ha dejado atrás la silla de ruedas. Y pese al dolor que le causan las cuatro lumbares que ya no tendrán arreglo «quiero centrarme en lo más bonito y espero además repartir suerte con la lotería», dice ante su administración en A Coruña, que está recibiendo encargos de toda España «porque la gente cree que tengo suerte. Ojalá».

Lecciones

Y como cree que de todo se deben sacar lecciones, Ángel Torres considera que de Angrois debe salir la decisión de que sean dos los conductores en los trenes y que no se les permita hablar por móvil, «como en los coches». Él ya ha tomado el ferrocarril para ir a Santiago, «la vuelta fue terrible, no hizo ninguna parada y ya no puedo estar tranquilo mientras se mueve», reconoce. Sin perder nunca su sonrisa.