«Ahora llega el bajón»

Jorge Casanova
jorge casanova SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

Ana, que se crió en Angrois y sobrevivió al accidente, explica lo duro que es regresar a la rutina. «No sé cuando podré subirme a un tren»

11 ago 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

«Creo que se lo debía a las víctimas. Quería agradecer que estaba viva y, al mismo tiempo, hacer un pequeño homenaje a quienes no tuvieron tanta suerte como yo». Ana Belén Leis, 37 años, casada y con dos niños pequeños, estuvo el pasado miércoles en la misa de homenaje que organizaron los vecinos de Angrois junto al lugar del accidente. Acudió con su marido y, allí, todo el mundo se apresuró a abrazarla. La conocen porque allí viven sus padres y allí se crió ella. Y en ese mismo lugar la muerte le pasó de largo.

Hablamos en el salón de su casa de Milladoiro porque Ana prefiere de momento salir a la calle lo menos posible. No tiene fracturas pero sí muchos golpes que, dice, la cansan enseguida cuando se pone a caminar. Por motivos laborales cogía con frecuencia el Alvia de Madrid a Santiago, casi una vez al mes. El día 24 lo hizo de nuevo. No recuerda gran cosa del viaje; salía de una guardia que la tuvo trabajando la noche anterior, por lo que se dejó llevar por el sueño intermitente durante casi todo el trayecto. Recuerda a una chica que viajaba a su lado escuchando música y poco más: «Cuando entramos en el túnel, que es donde normalmente el tren empieza a reducir la velocidad, no fui consciente de que fuéramos tan deprisa, pero al salir ya ví que nos íbamos inclinando hacia la derecha. Me dí cuenta cuando se cayó la botella que mi compañera llevaba sobre la mesa. E, inmediatamente, el tren descarriló».

Morir, vivir

Hay un lapso perdido en la memoria de Ana Belén. El vagón en el que viajaba fue el que se subió por el desnivel y acabó empotrado contra el palco de la fiesta de Angrois. «No sé si llegué a perder la consciencia, pero me di cuenta de que estaba tirada en suelo del vagón. Casi no veía nada e intentaba entender qué estaba pasando. Oía gritos, gente pidiendo ayuda. Tenía un asiento encima de mí, pero no me presionaba, aunque me sentía paralizada. Creo que tenía sangre en la cabeza y recuerdo a una señora quejándose justo encima de mí».

El registro de la memoria se enciende y se apaga. Ana no recuerda quién ni cómo la sacó del asiento y del vagón, pero sí que estaba en un entorno conocido: «La primera cara que ví fue la de una prima de mi madre y la llamé: ?¡Pili, Pili!?. Ella me cogió y, con otra prima, me sentaron en un banco». Y allí se quedó. Le dio tiempo a que llegaran sus padres: «A mi padre le avisaron de que tenía que ir. Él no quería, pero le insistieron, sin decirle que estaba allí, para que fuera». Y el hombre atravesó la sobrecogedora escena de las vías hasta que llegó al banco, donde estaba su hija. «Yo solo acerté a pedir que avisaran a mi marido, que estaba esperando en la estación».

Su marido prefiere no hablar. Lo está pasando muy mal, explica Ana, interiorizando toda la angustia. De hecho, ayer tenían previsto visitar a un psicólogo por primera vez desde el accidente. Curiosamente, nadie les ofreció esa ayuda, pero ahora ven que lo necesitan: «Los primeros días fue todo un correr. No había tiempo para pensar. Pero ahora llega el . bajón». Ana se hace las preguntas inevitables: ¿Por qué me salvé? ¿Por qué ocurrió? ¿Por qué no viajé al día siguiente?... «Y eso que yo salí relativamente bien, así que imagínese las preguntas que se harán las familias de los fallecidos. Es inevitable darle vueltas a todo en la cabeza».

Ana Belén estuvo hospitalizada una semana. Luego volvió a casa, intentó, sin éxito, recuperar su equipaje («solo ha aparecido el bolso») y empezó a ver los informativos de televisión, las imágenes del accidente, el tren descarrilando: «Todos los días hay algo. Es imposible evadirte, más allá de que tu cabeza ya se encarga sola de darle vueltas». Ella aún seguirá de baja unos días, pero sabe que, más tarde o más temprano, deberá reincorporarse a su trabajo en Alicante: «La verdad es que no quiero pensarlo mucho, pero no sé cuándo podré volver a subirme a un tren. Ahora mismo no me siento con fuerzas. ¿Qué pensaré? Si llegaré o no llegaré. Y tendré que pasar de nuevo por el lugar del accidente...».

Aprovechar los días

Entre las ideas que le rondan a Ana Belén por la cabeza está, naturalmente, la fragilidad de la vida. Los días perdidos, de rutina, sin recuerdos, que se fueron sin ton ni son: «Hay que seguir trabajando, volver a la vida diaria, pero quiero hacer más cosas de las que hice. No quiero dejar pasar los días de cualquier manera. Voy a aprovecharlos más». Su hijo de siete años, que se ha colado en el salón, pone la oreja. No sé si está escuchando o no, cómo está viviendo todo: «La niña no se enteró porque solo tiene dos años. Pero él estaba en la estación, oyendo hablar de que el tren había descarrilado...»

Ana Belén también ha hecho sus análisis sobre la causa del accidente: «Los errores son humanos y todos lo somos. Ahora llega la cuestión política en la que unos echan la culpa a los otros, pero yo no creo que sea algo exclusivo del maquinista; creo que debería haber un sistema que estuviera por encima del trabajador, que hubiera podido frenar el tren. Y te preguntas por qué no lo había».

Lentamente, Ana Belén espera ir recuperando su vida. Su nueva vida que comenzó en aquel banco de Angrois, junto al que tantas veces había pasado hasta que se fue a vivir a Milladoiro y donde la noche del 24 se dio cuenta de que la vida es extremadamente frágil. Delante de aquel banco se ofició el miércoles una misa de campaña justo cuando otro Alvia circulaba la curva a 30 kilómetros por hora. Ana se emocionó: «Estaba muy nerviosa, pero tenía que ir». Allí la arroparon todos los vecinos, pero ahora le queda afrontar el resto con su familia más cercana. Asimilar e ir olvidando. No será nada fácil.