Fernando Bonete, el «bookstagramer» más seguido de España: «Hay autores que merecen más el Nobel que Annie Ernaux o Han Kang»
FUGAS
El escritor, amante de los clásicos, que acaba de publicar «Malas lenguas», es uno de los divulgadores culturales con más impacto en redes sociales
08 nov 2024 . Actualizado a las 09:59 h.Cuenta con casi medio millón de seguidores en Instagram, una plataforma a la que llegó hace apenas cinco años para hacer lo que ya hacía con sus amigos y conocidos: hablar sobre libros que tanto le podían haber gustado o no, dar una opinión sincera sobre literatura. Y aunque no se lo acaba de creer, a base de compartir lecturas y gustos literarios, los seguidores empezaron a crecer como la espuma, sobre todo, en los dos últimos años. Hoy, Fernando Bonete (Almansa, Albacete, 1991), conocido en redes como @en_bookle, es uno de los divulgadores culturales con mayor impacto en nuestro país. «Doy una opinión totalmente natural y auténtica. No pongo entre medias intereses de terceros ni el hecho de quedar bien, mejor o peor», dice este profesor universitario que acaba de publicar Malas lenguas, donde reúne cien anécdotas de escritores de casi todos los tiempos.
—Tendemos a pensar que en redes se comparten lecturas más flojas, y estás demostrando que sí hay interés por la literatura de calidad.
—No tengo la clave del éxito, ni sé justo cuál es el ingrediente secreto para conseguirlo, pero sí que hay elementos diferenciadores que, a lo mejor, han ayudado, y este es uno de los más importantes: el hecho de que hable de otro tipo de libros que no son tan habituales en redes. Una mayoría de instagramers suele hablar de literatura de género, fantástica, romántica, young adult (que ahora está tan de moda), y yo, sin embargo, además de hablar de estos géneros, porque me gusta mucho la fantasía y la ciencia ficción, quizás no tanto la literatura romántica, también le doy la oportunidad a otro tipo de libros, que quizás no son los típicos que nos encontraríamos en redes sociales, de ensayo, clásicos de la literatura... Literatura de una calidad narrativa muy alta, de autores consagrados o que se están consagrando. Quizás esperamos que la gente no vaya a querer esto, pero, al probarlo, te das cuentas de que sí.
—¿Cómo llegas a tanta gente hablando de libros, algunos tan complejos?
—Aplicando la misma lógica que cuando hablo de libros no tan elevados: no centrándome tanto en los temas sesudos, intelectuales, del libro, ni en el tema del libro propiamente dicho, sino en mi experiencia lectora, que creo que es algo más universal. Lo que yo he sentido leyéndolo, lo que he sacado, por qué me ha parecido valioso, o, al contrario, por qué no me ha aportado mucho. Mi propia experiencia creo que es lo que consigue conectar con las personas.
—Aunque eres un referente en rigor y calidad, no reniegas de comentar el «bestseller» de turno.
—Leer siempre el mismo tipo de libros es difícil desde el punto de vista de la propia experiencia lectora. Es como desayunar, comer y cenar todos los días lo mismo, al final, te cansarías. A lo mejor hay personas que sí, pero yo no soy capaz de leer todo el tiempo clásicos, ni literatura literaria, ni sería capaz, al contrario, de leer todo el rato entretenimiento. Necesito ir mezclando géneros, estilos, para descansar de lecturas más exigentes con otras más de entretenimiento, y al revés.
—¿Cuántas horas lees?
—Depende de si es entre semana o fin de semana, pero intento sacar todos los días mínimo un par de horas, hay días que pueden ser más. Leo, sobre todo, por la noche, en lugar de ponerme tanto con el móvil o con series, aprovecho el ratito después de cenar hasta que el cuerpo aguante. Los fines de semana pueden llegar a ser cuatro horas al día.
—¿Lees varios a la vez?
—Sí, tengo la costumbre de tener varias lecturas abiertas. Lo normal es que tenga dos, incluso tres, en proceso. Un poco por lo que te dije antes, para ir cambiando de género y de autores.
—¿Lees todos los libros de los que hablas?
—Sí, los que recomiendo sí. Cuando digo que un libro me ha gustado, o no, siempre es porque lo he leído. Luego hay contenidos, más para stories, de otros libros que me van llegando, como si los viéramos en una librería. Pero nunca doy una opinión de un libro, si antes no lo he leído.
—¿Y si no te gusta: lo dejas o lo terminas?
—Siempre los termino. Tengo que terminar todos los libros pase lo que pase. Primero, porque a veces me llevo la sorpresa de que hacia el final veo un punto superinteresante y, no salva el resto de la novela, pero se me hubiera pasado. Y segundo, porque, como te decía antes, si no tengo la experiencia completa del libro, no me sentiría cómodo dando una opinión.
—Quizás es otro de los ingredientes del éxito de tu perfil, porque te mojas mucho...
—Yo hablo de manera sincera de lo que leo y de las razones por las cuales leo lo que leo. Es una opinión totalmente natural y auténtica, no pongo entre medias intereses de terceros ni el hecho de quedar bien, mejor o peor. Cuento lo que hago en términos de lectura. Habrá gente a la que le guste más, y a otra, menos.
—Acorde a esta sinceridad... Fuiste muy claro cuando dijiste que Annie Ernaux no se merecía el Nobel.
—No sé si la expresión es esa, a lo mejor sí, pero no es tanto que no se lo merezca como que creo que hay otros que se lo merecían más que ella en ese momento. Por ejemplo, Javier Marías, si hubiera estado vivo en ese momento. Me pasa lo mismo con Han Kang, la ganadora de este año, es una escritora notable, pero tanto como para el Nobel, no. Mi problema con los ganadores del Nobel no es que no sean buenos, porque no vamos a decir que la Academia sueca no sepa valorar la calidad literaria, pero creo que hay otros autores que lo merecen más.
—¿A qué español se lo darías ahora mismo?
—Tengo una debilidad muy fuerte con Gonzalo Hidalgo Bayal, un escritor que, como nunca ha tenido ínfulas de fama ni de celebridad, pues pasa muy desapercibido en el tinglado literario. Pero es de una calidad muy por encima de la media de lo que solemos leer en nuestro país. Es altamente improbable que se lo den, porque tiene que haber un cierto elemento de fama en estos escritores.
—¿Qué libro cambió tu forma de ver el mundo?
—El último, es decir, hace pocos meses, El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati, que habla de todas las oportunidades que tenemos delante y que necesitarían de una reacción por nuestra parte, pero no terminamos de dar el paso, de atrevernos, de tener esa valentía, y, al final, nos quedamos donde estamos, sabiendo, a veces muy en el fondo, otras de forma más palpable, que el hecho de no haber dado el paso nos ha privado de vivir otra vida que hubiera respondido mejor a nuestros sueños o vocación. Por el momento vital en que me pilló, un cambio laboral, me tocó muy fuerte.
—¿Qué libro deberíamos leer todos?
—El Quijote, de Cervantes. No hay otra salida. No me gusta hablar de deber con la lectura, porque creo que no debe ser una obligación, pero si hubiera que poner uno, sería ese. Es la primera novela moderna de la historia de la literatura y la mejor novela de la historia de la literatura. Prácticamente, por no decir todos, la mayoría de los temas importantes de la vida están contenidos en él.
—¿Cómo hay que entrarle a los grandes?
—Con ganas. La obligación tiene un porcentaje mínimo de funcionar. Sin embargo, cuando uno coge ese clásico, porque le han hablado de él con pasión, con emoción, incluso desde un punto de vista racional, de todo lo que se puede sacar de él, y, al final, le entra el gusanillo y verdaderamente abre sus páginas porque le apetece, es cuando entras bien. Si no entras por lo apetecible, es muy fácil que lo acabes dejando.
—Conectas mucho con la generación Z o con los «millennials», pero no sé si percibes cierta desafección a la literatura por parte de la gente joven.
—Sobre la situación actual de la lectura entre los jóvenes habría que hacer una diferenciación entre los números absolutos y los relativos. De manera absoluta es cierto, porque ahí están los informes de lectura en España para demostrarlo, que el número de lectores es escaso. Aunque al mismo tiempo hay que decir que el número total de lectores, ya no jóvenes, sino de cualquier edad, en España es escaso. Pero al mismo tiempo, la lectura relativa de estas cifras también nos deja ver que en los últimos años, de manera progresiva, el número de lectores jóvenes ha ido en aumento. ES un número reducido, pero también son números esperanzadores en el sentido de que está creciendo ese número de lectores jóvenes en España. Al mismo tiempo que podrían ser más, también hay que reconocer que esos más están llegando. Hay una esperanza a largo-medio plazo en la lectura.
—¿Qué percibes como profe de universidad?
—Mi impresión es que muchas veces prima el estereotipo que tenemos los más mayores sobre cuánto leen o cuánto no leen ellos. Y tan fuerte es el estereotipo, incluso a veces el prejuicio, que también hemos volcado en ellos o hemos sido muy machacones con ellos en este sentido, y a veces se ven un poco bloqueados por ese prejuicio, porque si todo el día estamos machacándoles, diciéndoles que no leen, que no leen a los autores que deben leer, que no leen clásicos, que no leen a los buenos literatos... Al final, se ven apocados a la hora de leer. No digo que sea la causa principal, pero es una causa que deberíamos hacernos mirar, sobre todo los docentes. Me llevo, y nos llevamos, muchas sorpresas cuando de pronto en clase ponemos una lectura, que a priori pensabas que no iban a querer leer, que se iban a aburrir, y empiezan a leerla contigo en el aula, y te das cuenta de hasta qué punto les está gustando. Y ellos se sorprenden porque nunca les habían dado la oportunidad de leer juntos en el aula. No solo me pasa con la lectura, también con la escritura. Tenemos la percepción de que no van a querer leer o escribir, pero ni siquiera les damos la oportunidad. Gran parte de la culpa de que las personas jóvenes no lean está en el colegio, el instituto, en la universidad... porque en nuestras clases no leemos con ellos.
—¿Habría que cambiarlo?
—Las clases deberían ser en buena medida una lectura conjunta de grandes textos, de grandes autores, para juntos valorar lo que tenemos delante. Buena parte de ese problema lector viene de que los propios profesores no damos la oportunidad de que el acto de leer ocurra delante. La lección se llama así, porque es una lectio, una lectura. Luego es cierto que no toda la responsabilidad recae en los profesores. También está en las familias. Uno tiene más probabilidades de acabar siendo lector cuando ve la lectura en casa, porque no hay mayor modelaje que el que puede hacer la familia sobre la lectura.
—Acabas de publicar «Malas lenguas», donde reúnes anécdotas poco o nada conocidas de escritores muy famosos. ¿Cómo las has recopilado?
—Con mucho trabajo de documentación, ha sido un año y medio de bucear en la biografía de esos escritores, porque mi intención no era hacerme eco simplemente de lo que va circulando por redes sociales o por internet, o de lo que está en la mentalidad colectiva de esos escritores, sino hacer una comprobación, una especie de fast checking de lo que es verdad y de lo que no.
—¿De cuál te sientes más orgulloso de haberla hecho pública?
—De la de Agatha Christie. Se sabía que había estado once días desaparecida, pero no tantas personas conocían que practicaba surf, tal y como se concibe hoy en día encima de la tabla, fue una pionera. Junto con el príncipe Eduardo es la única persona de la que se tiene constancia de que lo practicara en esa época.
—También cuentas que Alberti no solo rechazó el Nobel, también se negó a recibir Príncipe de Asturias de las Letras.
—Sí, él estaba obsesionado con la idea de que si la gente no comprendía Marinero en tierra, no era merecedora de entregarle a él un premio literario. En cambio, sí estaba orgulloso y aceptó el Premio Nacional de Literatura porque ahí, digamos, sí tuvieron muy en cuenta esa obra.
—Incluyes a Emilia Pardo Bazán...
—Algo que no es muy conocido y que sorprende, y mucha gente me lo ha dicho, es que fue traficante de armas para la causa carlista, se encargaba de trasladar fusiles de Londres a España. Con el tiempo se dio cuenta de que no estaba bien, se arrepintió y disculpó. Se entendió como una locura de juventud. De hecho, más tarde Alfonso XIII le dio un puesto en el Ministerio de Instrucción Pública, fue la primera mujer en ocupar un cargo público. Fue la primera mujer corresponsal de prensa española en el extranjero, la primera integrante con un cargo importante en el Ateneo de Madrid... Fue una pionera.
—Hay muchísimas interesantes, pero por concluir... ¿cómo es que Bertín Osborne es medio pariente de Tolkien?
—De manera indirecta, sí. A Tolkien cuando se le muere el padre, la familia se queda en una situación de penuria económica grande, y entonces lo apadrina un sacerdote del Reino Unido, que es un gaditano, de la familia Osborne, que se llama Francis Xavier Morgan Osborne, aunque es conocido como el tío Curro, y que le permite estar en el colegio sin pagar, lo que hace que pueda tener unos estudios, le facilita su biblioteca... De hecho, los primeros libros que lee Tolkien son de la española Cecilia Böhl de Faber —bajo el seudónimo de Fernán Caballero—, que era tía abuela del sacerdote, y se dice que el El hobbit está inspirado en cierta manera en el estilo de la andaluza. Pues Bertín Osborne era sobrino nieto del tío Curro, así que Tolkien queda emparentado con la familia porque es, digamos, ahijado del tío Curro.
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