Berta Vázquez, actriz: «Empecé a ir a terapia a los 21 años, y aún sigue habiendo estigma»

FUGAS

La intérprete se estrena ahora en la literatura a corazón abierto: «Es todo autobiográfico. Si te dicen 'escribe un libro', y son más de cien poemas, no puedes ser falsa»

08 abr 2022 . Actualizado a las 09:00 h.

Berta Vázquez (Kiev, 1992) sigue abriendo caminos para expresarse. Creció en la danza. Después triunfó en el cine con Palmeras en la nieve, con la inolvidable Rizos de la serie Vis a Vis, y se introdujo en la música bajo el nombre etíope que sus padres escribieron en su partida de nacimiento, Birtukan. Ahora, apuesta por la literatura con el poemario A veces soy la noche (Espasa es Poesía). Un puñado de experiencias autobiográficas en el que habla de sus orígenes, de sus pasiones y de sus miedos más profundos.

—«A veces soy la noche». ¿Qué quieres decir con eso?

—Es como ese estado un poco melancólico, reflexivo, de estar dentro de uno mismo, no fuera. En el libro hay un poema que habla de la terapia, y a través de ella he descubierto que todos tenemos ese lado oscuro dentro que no manifestamos porque nos parece que no se debe. Me parece interesante abordar esa zona.

—Visibilizas la terapia en varios momentos. ¿La empezaste a raíz de la fama?

—Hago terapia desde hace años. La gente todavía se asusta con esto, sigue habiendo un poquito de estigma. Y muchos tienen miedo de enfrentarse a sí mismos y descubrir las cosas que hay que gestionar. Pero los frutos que da es que te ayuda a madurar, a conocerte mejor y a tomar mejores decisiones. Se la recomiendo a todo el mundo. La verdad es que no está unida a mi popularidad. Yo empecé a los 21 años porque sentía que debía hacerlo como algo personal, para tener más herramientas.

—¿Te dio miedo desnudarte así?

—Es que yo he escrito poesía siempre, desde pequeña, pero de forma puntual o como regalo de Navidades. Después lo he utilizado como forma de autoterapia o autoconocimiento. Pero claro, después cuando te encargan eso de «escribe un libro», y son ciento y pico poemas, no puedo ser falsa. Lo único que tiene sentido es escribir cosas reales. Como Bukowski... Se me venía mucho a la cabeza, porque sentía que quería sacar esa parte como más amarga, más cruda de las cosas. No me da miedo, pero la gente tiene mucho miedo a mostrarse humana. Y no es nada que haya que esconder.

—Tocan ahora la fibra tus recuerdos en Kiev. ¿Echas de menos Ucrania?

—Cuando me vine de Kiev a España tenía 3 años, y volví a vivir allí con mi familia de los 9 a los 11. Después, regresé a España. En ese par de años me pilló un poco más mayor, y sí recuerdo más cosas. Yo he vivido siempre aquí, me siento española, y claro que recuerdo Ucrania, aunque no la llevaba como bandera. Pero ahora me he conectado con algo que no sabía que estaba ahí. Algo inconsciente, supongo. Y también he tenido allegados, amigos y amigas que estaban allí. Entonces, teníamos que acompañarlos, vivir su miedo, su angustia, buscar la forma de que salieran del país, mandar dinero... Es una situación nueva, de emergencia. Es un momento muy triste para el país, tenemos que acompañarles, estar informados y esperar lo mejor.

—¿Te queda familia allí o conseguisteis traerlos a todos?

—Estamos en ello. Casi todo el mundo está aquí, pero todavía queda alguna gente.

—Tuvo que ser chocante ese ir y volver.

—Sí, pero como para mí imagino que para cualquier niño que de repente por circunstancias tiene que irse un rato a un sitio que no es el suyo, no es su contexto, y luego vuelve. Son cosas que pasan en la vida, que cuando era niña es verdad que me sentía inestable por tantos cambios. Tenía más retos que el resto de niños. Era el idioma, adaptarse a un sitio nuevo, hacer amigos... Pero con los años estoy muy agradecida, porque me ha dado unas herramientas que no habría tenido de otra forma. Me ha enriquecido muchísimo, me ha hecho más fuerte, tengo familia por todo el mundo, en Estados Unidos, en Londres, en África, en Ucrania... Es una suerte. No he crecido con ellos, pero los tengo ahí.

—«El pasado es cárcel pero allí está la salida», escribes. ¿Qué te marcó?

—Pues un sentimiento que me ha acompañado mucho es el de desarraigo. Cuando tú creces en un solo sitio, tu estructura, tu cabeza y tu personalidad se adaptan a eso, hay un orden y una continuidad. Pero cuando la vida es inesperada, cambia todo bruscamente y creces, aunque tú luego digas: «Yo me quedo en Madrid, ahora esta es mi casa», en mis sensaciones internas es como si me fuese a mudar otra vez pronto. Como es lo que hacía de pequeña, mi cabeza no se termina de relajar porque es lo que ha sido el comienzo de mi vida, mi inconsciente. Pero no son cosas que me pongan triste, creo que me da mucha libertad para preguntarme: «¿Quién quiero ser yo?».

—En un poema un desconocido te interrumpe para hacerse una foto contigo en el aeropuerto, pero no lo dices negativamente.

—No, lo cuento porque a veces es surrealista. Cuando hice Palmeras en la nieve, me costó un poco gestionarlo, es antinatural, rompe todas las normas sociales. Tú un día eres una persona normal, y al siguiente saltan los límites y las barreras. Y no puedes hacer mucho, porque tu trabajo es así y ya está. Luego he ido aprendiendo a naturalizarlo, pero es curioso. Esa persona tiene como unos sentimientos hacia ti y tú no la conoces. Pero no es negativo, la gente es cariñosa y agradable.

—Dices: «Añoro y desprecio la juventud. Temo la vejez». ¿Es un gaje por ser mujer en el oficio del cine?

—Umm... Cuando vi Benjamin Button con mi madre, pensé: la vida tenía que ser así. Porque tú naces sano, estás así unos años, luego vas cometiendo errores, adquiriendo sabidurías, aprendiendo a lidiar con la vida, que no es poco. Y ya cuando has aprendido y eres sabio, resulta que eres viejo. Pienso que cuando sea vieja me dará miedo decir: «Pues ya no me queda mucho tiempo».