Pregunten a sus madres

FUGAS

Ángel Manso

Belén Gopegui retrata la historia de una familia, la suya, que sitúa en el centro el papel de las mujeres y los destinos truncados

29 nov 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

En Ella pisó la Luna -con un subtítulo en negro, como la cara oculta del satélite: Ellas pisaron la Luna- Belén Gopegui (Madrid, 1963) recoge la conferencia que impartió en marzo de este año en el ciclo Ni ellas musas ni ellos genios, celebrado en CaixaForum Madrid. Tanto en la intervención como ahora en forma de libro, la escritora sitúa en una posición central la figura de su madre, Margarita Durán. Gopegui se remonta al noviazgo adolescente de Durán con Luis Ruiz de Gopegui, a quien más tarde, en 1968, nombrarían delegado del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial: desde la estación de Fresnedillas para Vuelos Tripulados de la NASA, seguiría la misión del Apolo 11 a la Luna.

Margarita, por su parte, querría haber estudiado Medicina, pero su familia se opone y ella opta por la enfermería. Esta circunstancia revela ya desde el inicio el interés de Gopegui por hablar de cómo las mujeres de la generación de su madre -y muchas otras antes, y después- se han visto obligadas a renunciar a aspiraciones vitales y profesionales, pese a disponer de talento y ambición de sobra para ello. La historia de Margarita, además de su valor narrativo, propicia reflexiones sobre la maternidad, la libertad y los reveses de la vida.

Esos reveses llegan pronto: un año después de la boda entre Luis y Margarita, llega su primera hija, Martita, que apenas vive un mes; tenía espina bífida. Poco después llega Miriam, pero una serie de negligencias médicas conducen a un nacimiento con anoxia neonatal. A Miriam le dan siete años de vida; llega hasta los 27, un período en el que su madre asume sus cuidados. La situación lleva a nuevas reflexiones, de cariz individual y también colectivo. Entre las primeras, figura cómo Marga no elude su responsabilidad ni edulcora el dolor, a la vez que la mueve a dialogar sobre lo que experimenta con los libros: son significativas sus anotaciones en un ejemplar de El ser y la nada, profusa en asentimientos con Sartre, pero que ante la frase «No puedo ni captar ni concebir una conciencia que no me capte» escribe un rotundo «NO». En lo colectivo, Gopegui apunta a la ausencia organizada de cuidados y apoyos a quienes asumen estas tareas: no deja de ser un termómetro para evaluar la calidad moral de una sociedad en función de cómo trata a sus componentes más débiles o indefensos.

Pese a la brevedad del Ella pisó la Luna, el retrato de Margarita no es unidimensional ni carece de matices. Sabemos de su actividad por mejorar, en lo práctico y en lo legislativo, la situación de los discapacitados y sus familias. De cómo se involucra en los trabajos de curas comunistas en barrios como El Pozo del Tío Raimundo. Cómo apoyó la causa de los desaparecidos de Argentina y Chile. O cómo, con Franco todavía vivo, se inscribió en Amnistía Internacional: en la España de ese tiempo era imposible, así que lo hizo a través de la sección británica.

NO JUZGAR, SINO PREGUNTAR

El protagonismo otorgado a Margarita no excluye las referencias a Luis, de quien se ofrece un retrato mínimo pero significativo, encarnado en breves pasajes como la emocionante dedicatoria a su mujer en uno de sus libros. También la propia Gopegui renuncia a una mayor presencia narrativa a la que podría aspirar legítimamente como hija, pero con generosidad y sentido literario se hace a un lado para concentrar los esfuerzos en los objetivos últimos del libro: «Una historia cuyo propósito no es juzgar a los protagonistas, sino preguntarse qué significa pisar la Luna, qué es el progreso, qué distingue al falso consuelo del consuelo real, en qué consiste vivir». Igual que Richard Ford cree que las vidas de su madre y de su padre, en su aparente sencillez, merecía la pena ser contada, también Gopegui cree lo mismo de la de Margarita, no solo por ella, sino por su lectura actual y futura. «Hay cientos de miles de vidas de mujeres que no solo merecen ser contadas, sino por las que hemos de luchar para que se cuentan, porque ganarle la pelea a las estructuras depende también de las historias que tengamos»: una de las mejores definiciones de para qué sirve la literatura y la lectura. Y no solo eso: no solo desde los libros, sino desde las relaciones familiares: «Pregunten, así, pregunten a sus madres, mientras puedan. Y si ya no están o si han perdido la memoria, pregunten a las personas que las conocieron y que un día también dejarán de estar. Pregunten, porque cada historia tiene un valor irreemplazable».

«ELLA PISÓ LA LUNA. ELLAS PISARON LA LUNA»

BELÉN GOPEGUI

EDITORIAL LITERATURA RANDOM HOUSE

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