«Debemos inculcar aos nenos que falar galego é un orgullo»

Elisa Álvarez González
Elisa Álvarez SANTIAGO / LA VOZ

FIRMAS

Álvaro Ballesteros

Sus años fuera reforzaron el cariño de Reboiras por su tierra y su lengua

12 ago 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Martínez Reboiras es de Laíño, de San Xulián de Laíño, remarca, en Dodro. Es el mayor de cinco hermanos, y en su familia siempre fueron muy religiosos, sobre todo su madre. Eso, unido a que era un buen estudiante, provocó que en su escuela dieran su nombre y el de otros dos niños cuando un hermano de La Salle buscaba vocaciones religiosas. En su familia la noticia fue bien recibida, ya que sus padres siempre consideraron positivo que siguiera estudiando. Todavía tardó Xosé Francisco en irse a Bujedo, en Burgos, a un convento en el que la congregación tenía el seminario. Tenía doce años y el cambio fue duro. «Cando chegamos ao páramo leonés, todo seco e con calor, foi unha decepción tremenda», dice recordando aquellos tiempos.

En Burgos se pasó cuatro años, estudiaba, jugaba, y como era un convento autónomo, ayudaba en las tareas agrícolas. Eran buenos tiempos para los seminarios. En el suyo había 140 niños, más otros 60 en el noviciado y 80 en Magisterio. Poco a poco se dio cuenta de que «co contacto cos profesores e coa vida dos irmáns, gustábame aquelo», así que paso a paso fue definiéndose su vocación.

Cuando Xosé salió de Laíño, de San Xulián, tenía 12 años. Cuando volvió a Santiago, al colegio La Salle, 42. Lo que hizo en esos treinta años no puede resumirse en unas líneas, pero se recorrió una buena parte de la geografía española y portuguesa ya como hermano. Incluso estuvo un año en Guinea Ecuatorial, pero la enfermedad de su padre le hizo no prolongar más la estancia. Leiria (Portugal), Valladolid, Abrantes, nuevamente en Portugal, Palencia, Madrid, Guinea, Barcelos... Y durante ese tiempo hizo Magisterio, se licenció en Física, buscó alumnos por las casas para poder abrir un colegio en Portugal y fue testigo de la revolución de los claveles: «Suspendéronse as clases, pero nunca tivemos medo. Nós non intervimos, resolveuse todo en Lisboa».

Y durante tres décadas nunca abandonó su cariño por la lengua y cultura gallega. Al contrario. «O galego cando máis se sente é cando se sae». Aún recuerda la sorpresa que causó en algún vecino del pueblo cuando volvió hablando gallego. «É que daquela o galego se consideraba de aldea, o maestro, o cura e o señorito falaban en castelán». No fue lo que le pasó a este profesor, que se reafirmó en su lengua. Y es que tampoco había en su juventud el cariño y el respeto por los gallegos que se aprecia ahora al viajar. «Gallego tenías que ser, dicían cando fallaba un gol». Y esta defensa no la perdió cuando por fin, a los 42 años, llegó a Santiago. «¿Ves que na fachada pon colexio, pois son pequenas cousas que hai que acadar», dice.

Le molesta por lo tanto que algunos traten de apropiarse de una lengua y una cultura que él siente muy propias. «O galego ten que ser de todos. Debemos inculcar á mocidade, aos nenos e ás familias que falar galego debe ser un orgullo, un símbolo de ser desta terra e de honrar aos nosos devanceiros. E se cando imos por aí nos din que temos acento, pois iso hai que consideralo como un valor». Y en este caso, sin duda, predica con el mejor ejemplo.

compostelanos en su rincón Xosé Francisco Martínez Reboiras