Un homenaje a los maestros

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FENE

06 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Hacía un par de años que no veía al profesor Juan Sarmiento, que fue el maestro que tuvimos durante varios cursos, mi amigos y yo (esos amigos de la niñez que después lo son a lo largo de una vida entera), en la escuela de O Souto, en Sillobre, en las brumas de un tiempo y una infancia que ya no existen. Me lo encontré en el Círculo de Fene, en San Paio, no muy lejos de la piedra de los Reyes Magos, donde él, que es un gran músico, acababa de concluir un ensayo con la coral de la que forma parte. Y de la misma manera en la que yo me emocioné al verlo, creo que también él se conmovió un poco al encontrarnos, aunque se le notase menos. Siempre le estaré agradecido. A él y a todos mis maestros. En realidad, a todos los maestros, cuya profesión tanto admiro. Al lado de Juan Sarmiento, que por cierto es de Pontedeume, fuimos muchos los que aprendimos las cosas fundamentales de esta vida: para qué sirven los números, qué es el bien y qué es el mal, qué puertas secretas abren los libros, qué lugares son los más importantes, qué fue lo que llevó a Don Quijote a echarse a los caminos en defensa de la libertad y de la justicia, para qué sirve el arte, qué es lo que nos hace hermanos de todos cuantos pueblan la tierra, qué es la amistad, qué le aporta a la humanidad la ciencia. A quienes estaban tomando ayer café conmigo cuando vi a Juan -dos personas extraordinariamente queridas, también-, les conté, además, que fue él quien me descubrió la existencia de Tintín, un amigo de papel y de tinta que desde entonces, y han pasado ya más de cuarenta años, me acompaña siempre. Y también les dije que nos enseñó, a sus alumnos, que el atletismo es un deporte que no se parece a ningún otro, porque en realidad no busca derrotar a los demás, sino hacer que cada uno deje atrás sus propios límites y supere sus miedos. A mí me parece que para que un país pueda ser verdaderamente grande ha de entender la auténtica importancia de los maestros. Y saber darles las gracias, por supuesto. Quien enseña cada día lo que sabe, está haciendo gala de la mayor de las generosidades, que es compartir el conocimiento. Además, los maestros, como en una ocasión le escuché decir a Alberto Juantorena, a uno de los mejores atletas de todos los tiempos, te enseñan a aprender... y a ser quien eres. Vaya desde aquí mi homenaje para todos y cada uno de ellos.