«Ares tiene algo que te engancha»

BEATRIZ ANTÓN FERROL / LA VOZ

ARES

JOSE PARDO

Tras casarse con Marcelino, el mítico jugador de fútbol, Teté Pérez Díaz echó raíces en la villa, donde ahora comanda un restaurante con sabores atlánticos y aroma a brasas

05 jul 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Para Teté Pérez Díaz (El Seijo, Mugardos, 1961), ese dicho de En Ares, non te pares no tiene ninguna connotación negativa, sino todo lo contrario. «Se dice eso porque si paras, te quedas, porque este pueblo tiene algo que te engancha. Es el sitio ideal para vivir», dice con cariño hacia su tierra adoptiva la jefa de los fogones del Textura, el restaurante de sabores atlánticos y aroma a brasas que abrió hace ya dos años en la villa marinera.

Teté nació El Seijo, se crio en Cabanas -donde su padre había ganado la plaza de médico titular-, y con apenas veinte años se mudó a Ares. Desafiando al dicho popular, allí paró. Y allí se quedó tras conocer a un aresano que la enamoró cuando le propuso un desayuno como primera cita. ¿Que quién era aquel galán? Pues nada más y nada menos que Marcelino, el mítico jugador de fútbol aresano que en 1964 metió el gol a la URSS dándole la victoria a España en la final de la Eurocopa.

Cuando lo conoció, ella rondaba la veintena, mientras que él, con más de 40, ya había colgado las botas y estaba recién separado. «Nadie veía con buenos ojos nuestra relación. Tuvimos que enfrentarnos a todo y a todos, porque era otra época, pero aquí seguimos juntos 39 años después y con dos hijas maravillosas», rememora orgullosa de la vida que ha cimentado junto al famoso delantero.

Y es que a Teté nunca nadie la ha podido parar. Durante años trabajó junto a Marcelino en el sector inmobiliario, pero, con sus hijas ya mayores, se propuso estudiar hostelería. «Siempre me han gustado las cocinas. Recuerdo de que pequeña iba a visitar a mi abuelo a su finca de Seselle y me quedaba maravillada viendo cocinar a mi tía Elisa y a Leonor, que era una señora que hacía unas natillas riquísimas», recuerda con el sabor de aquel dulce todavía impreso en su memoria.

Dispuesta a perseguir su sueño de abrir una casa de turismo rural, con cuarenta y muchos años se matriculó en uno de los ciclos de hostelería del IES Fragas do Eume, donde estudió restauración. Después hizo las prácticas en A Pousada das Ánimas de Ferrol, y tras comprobar que el trabajo en los fogones le gustaba, decidió cambiar el proyecto de la casa rural por un restaurante en Ares, animada por Marcelino. «Los dos siempre nos hemos apoyado mucho en la vida», desliza en mitad de la conversación en un nuevo gesto de cariño hacia su marido.

Pero volvamos a lo que estábamos. El caso es que Teté, que siempre ha sido muy emprendedora, le hizo caso a Marcelino y fue así como hace ya dos años nació Textura, un restaurante de ambiente íntimo y acogedor, cuya «alma» es un horno de brasas del que salen platos con a sabor a mar como vieiras, lubinas o su apreciado arroz con lubrigante.

Forofa del «tapping»

El confinamiento supuso un traspiés en el camino, pero cuenta Teté que durante el encierro no se aburrió. Puso orden en su casa, participó como alumna en cursos telemáticos impartidos por prestigiosos chefs de forma gratuita y apaciguó la ansiedad a través del tapping, una técnica que ofrece calma presionando determinados puntos del cuerpo con los dedos de la mano. «Además, el confinamiento me enseñó a valorar más aún lo que tengo y a tomar conciencia de que es muy importante que nos ayudemos los unos a los otros», dice convencida.

Por las restricciones que impone el covid-19, Teté tiene en esta «nueva normalidad» menos comensales que antes, y aunque eso reduce los beneficios, confiesa que se siente feliz, porque ahora puede cultivar la cocina que siempre le ha gustado y que ella define como «la dedicación sin estrés». Asegura que sin su equipo nada sería posible -Vero, Paula, Cuqui y Antía- y, como despedida, regresa a su querido Ares para desvelar las otras pasiones que cultiva cuando cierra la puerta de Textura. «Me encanta andar en bici, jugar al golf y nadar en el mar, que para mí es el mejor ibuprofeno que hay. Yo me baño en la playa de Seselle y después me tomo un caña bien fresquita en La Campa y soy otra, vuelvo como nueva al trabajo. Además, me gusta mucho la tranquilidad de este lugar y la gente, que es muy buena. Ares lo tiene todo».