Quizá por ello, la estrategia de Podemos ha cambiado. Iglesias se encuentra más cuestionado que nunca y la fuerza parlamentaria es casi la mitad de la que era hace cuatro años, en pleno asalto a los cielos. De la foto fundacional del partido morado ya solo sobrevive el líder y, lejos de los cargos institucionales, un Juan Carlos Monedero empeñado en ejercer como azote ideológico del resto de la izquierda.
Intento de control
El control de Iglesias -y su intento de delegar en Irene Montero, su pareja, a punto de dar a luz - lo discuten en todos los rincones de España. Teresa Rodríguez y Kichi González, alcalde de Cádiz, fueron los primeros. Ellos, anticapitalistas, y pusieron el grito en el cielo por la compra del chalé de Galapagar. Pero las deserciones se han ido multiplicando: Compromís, el partido de Ada Colau, la fractura de En Marea, el nuevo partido de Gaspar Llamazares... Hasta su inseparable Alberto Garzón ha intentado romper amarras esta misma semana proponiendo apoyar un acuerdo programático con el PSOE. Si hace tres años el que abandonaba solo el Congreso era Pedro Sánchez, abandonado por los barones socialistas por su empecinamiento en el no es no, ahora el que no encuentra a nadie a su alrededor es Iglesias.