Gentiloni fue el encargado de verbalizarlo. Como una suerte de recibimiento en son de paz a la norteamericana Yellen, que el lunes visitaba Bruselas para mantener una serie de encuentros con responsables institucionales como Ursula von der Leyen (Comisión Europea), Christine Lagarde (BCE) o Paschal Donohoe (presidente del Eurogrupo). También participó en un debate con los ministros de Economía y Finanzas europeos a los que, por cierto, pidió que consideren «medidas fiscales adicionales para garantizar una recuperación nacional y mundial sólida». «Informé a la secretaria Yellen sobre nuestra decisión de dejar en suspenso la propuesta de la Comisión sobre un impuesto digital para permitirnos estar concentrados, trabajando mano a mano para completar la última etapa de este acuerdo histórico», explicaba el comisario italiano poco después de su cara a cara con la secretaria del Tesoro, previo a la cita del Eurogrupo.
Suspensión «temporal» porque el Ejecutivo comunitario se reserva su «reevaluación» para el próximo otoño. Así que la relación transatlántica está en aparente calma. Aunque no tanto aguas adentro, donde la iniciativa de una tasa digital común lleva años naufragando por la oposición de países como Suecia, Dinamarca, Finlandia, Hungría o Estonia, en distintas fases. Y siempre Irlanda.