La dura vida después de un ERE

ECONOMÍA

Un tercio de los afectados por una regulación de empleo sufren graves trastornos emocionales; están más tiempo en casa, lo que genera una gran tensión familiar

21 jun 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

La crisis siempre se lee con una mirada económica. La fuerza de los números ha ocultado una parte de la realidad, como si solo viéramos de un ojo. A la otra orilla de los expedientes de regulación de empleo (ERE) espera otra factura, sin cifras, pero muy costosa. Una nueva vida, mucho más dura, y a veces llena de trampas imprevisibles. Los psicólogos gallegos -muchos de los cuáles han visto incrementadas sus visitas hasta un 15% por la crisis económica- estiman que un tercio de los afectados por un ERE desarrollan graves trastornos emocionales.

Nadia Peláez, que trabaja en el ámbito laboral, advierte de que el gran problema es de autoestima. La ocupación, explica, es lo que da un reconocimiento social. Y si se pierde, deja al afectado por los suelos. «La situación de paro es distinta porque el ciudadano está en lo que llamamos una situación de resistencia; activa recursos para salir a flote y buscarse la vida, pero en los ERE no sucede eso».

A las conocidas consecuencias económicas, se suma que el afectado tiene más tiempo para pensar y para echarse las culpas. Los expertos coinciden en que pueden darse trastornos de ansiedad y depresión, pero el más frecuente es el estrés: una presión tremenda para salir del atolladero y buscar una solución para sostener económicamente el hogar. La inestabilidad laboral, propia de los ERE temporales, hace que muchos trabajadores dejen de relacionarse socialmente y ocupen nuevos roles en el hogar, lo que también dispara los conflictos familiares.

En su casa de Rande, en Redondela, Alberto Álvarez -afectado por las regulaciones de la empresa Antolín-explica que ya se ha ido alguna semana a casa. Y que volverá a hacerlo. Aprovecha ese tiempo para cortar el césped y arreglar una vespa que él mismo restauró. También ha ido a un curso de formación. «Aunque algunos piensan que es un tiempo de descanso, se trata de días duros, en los que hay discusiones y en los que impera el miedo sobre cómo afrontar el futuro», precisa este joven de 36 años.

Un negro horizonte

«En un ERE se pierde sueldo, prorrata de pagas y días de vacaciones, aunque muchos no lo sepan», se lamenta. En el norte de Galicia, lejos de Vigo, Emilio Agra, trabajador afectado por la regulación de LM Composites, se enfrenta también a una nueva vida.

«Mi mujer trabaja todo el día, aunque viene a comer a casa. Por eso, yo soy ahora el que se ocupa de la casa. Llevo a la niña a la guardería y la voy a buscar: hago la compra, la comida y las cosas de la casa. Cuando empiece a trabajar, seguro que vamos a tener que contratar a alguien», precisa Emilio. Y agrega: «Tengo compañeros con depresiones y problemas de salud muy importantes». Emilio recuerda con angustia que pasa el tiempo sin noticias esperanzadoras, lo que le hace pensar mucho.

«Te comes la cabeza, vives con la incertidumbre de si te irás a la calle con una extinción de empleo habiendo consumido una parte importante del tiempo de paro».

Emilio trabaja en As Pontes, pero su mujer lo hace a muchos kilómetros, en Vimianzo. Es la única lectura positiva de un drama laboral. Puede pasar más tiempo con su familia a lo largo de la semana.