La gran armada no fue tan invencible

Xavier Fonseca Blanco
XAVIER FONSECA REDACCIÓN / LA VOZ

A CORUÑA

JOSÉ GARTNER DE LA PEÑA. MUSEO DEL PRADO

En aquellos años no solo no había información meteorológica sino tampoco sobre la latitud y la longitud y, por tanto, las naves desconocían cómo de lejos estaban de la costa

19 ago 2019 . Actualizado a las 07:44 h.

En el siglo XVI la relación entre España e Inglaterra no pasaba precisamente por un buen momento. En el país anglosajón, los Tudor habían instaurado el anglicanismo, su propia versión del cristianismo, que consideraba a la reina Isabel, hija de Enrique VIII, y no al papa, la legítima embajadora de Dios en la Tierra.

En España Felipe II quería destronar a la reina Isabel y sustituirla por María Estuardo, una católica que vivía encarcelada tras haber sido rechazada para el trono de Escocia. El rey español organizó un plan con el objetivo de invadir Inglaterra. Para que tuviese éxito, ordenó construir la mayor flota de barcos de todos los tiempos. La historia la bautizaría como la Armada Invencible, aunque su destino final fue otro. La escuadra salió en agosto de 1588 desde el puerto de Lisboa y realizó paradas en A Coruña y el Canal de la Mancha, donde se unirían a los tercios de Flandes para atacar de forma conjunta. Los responsables del aquella operación pensaron que el verano era el mejor momento del año para la ofensiva. Sin embargo, en aquella época la meteorología era una ciencia en pañales. No existían las previsiones como las de hoy y ni instrumentos de medición.

Cuando los españoles alcanzaron las costas del enemigo, se encontraron con un mar agitado y vientos que soplaban en contra. Los ingleses partían además con ventaja ya que disponían de barcos más pequeños que les permitían maniobrar con mayor facilidad. La armada española terminó acorralada y decidió huir.

Para regresar tomaron la ruta más larga, rodeando el Reino Unido por el Mar del Norte. Pensaron que era una buena vía de escape pero se convirtió en una auténtica pesadilla. En aquellos años no solo no había información meteorológico sino tampoco sobre la latitud y la longitud y, por tanto, las naves desconocían cómo de lejos estaban de la costa. Con un poco de viento intenso que soplase de mar a tierra, los barcos ya naufragaban.

Los españoles fueron directos además hacia una auténtica tempestad. A finales del siglo XVI, el mundo sufría los coletazos de la Pequeña Edad de Hielo, una etapa de bajas temperaturas que afectó sobre todo al hemisferio norte. La corriente en chorro se encontraba más hacia el sur de lo habitual aquel verano. El aire polar alimentaba a las borrascas, como lo está haciendo este verano. El fuerte temporal de viento y oleaje fue para los barcos más letal que los propios ingleses. De las 127 naves que partieron con la idea de invadir Inglaterra solo regresaron 65. Felipe II pronunció después aquella famosa frase. «Yo no envié mis barcos a luchar contra los elementos».