El carnaval es un plato que se sirve frío

Antía Díaz Leal
Antía Díaz Leal CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

CESAR QUIAN

20 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El pasado fin de semana, vírico, lluvioso y afortunadamente salvado por los amigos, debería haber celebrado mi primera mudanza en esta ciudad. A aquel piso pequeño y bonito de la calle Orzán en el que los vecinos del bar de abajo daban la lata día sí, día no, y las señoras, les contaba la semana pasada, bajaban en bata y zapatillas a la calle. En estos nueve años ha habido otras dos mudanzas, cada una más cargada que la anterior, porque hace casi un decenio no sabíamos quién era Marie Kondo ni le dábamos las gracias a la ropa vieja ni se nos ocurría despedirnos de esas camisetas raídas que no te ponías ya entonces. La ropa, los libros, los chismes, las postales, los apuntes, se metían en una caja y aterrizaban en un piso nuevo para pasar meses sin salir de la caja, prueba evidente de que Marie Kondo tenía razón antes incluso de que existiese Netflix. A pesar de todo, seis bolsas de basura salieron de aquel segundo traslado, derechitas al contenedor, y perdí la cuenta en la tercera mudanza. Para la primera llegó el coche de mi madre. Para la segunda hizo falta una furgoneta que fuimos a recoger a la Grela con la ilusión de quien alquila un coche para recorrer la costa italiana. La tercera la contratamos vía WhatsApp. Las nueva tecnologías, los años, la vagancia y una barriga de ocho meses hacen que compense pagar lo que sea. O casi. No quiero recordar el presupuesto de una empresa para llevar los muebles a una distancia de dos manzanas. Pero pongamos que podría haberme ido a la costa italiana (de verdad) por aquel precio.

Hace nueve años la ciudad me recibió con los brazos abiertos en plenos carnavales, con un jaleo incompatible con el horario de los que nos despertamos cuando no están puestas las calles. Menos mal que una era joven y casi no notaba las ojeras. Nueve años después, con ojeras y el sueño de casi un decenio acumulado, en vez de huir de la calle de la Torre como de la peste, descubro que estoy maquinando de qué voy a vestir al pequeño retaco para que vaya a divertirse con su prima de Monte Alto. Si hace diez años me cuentan que iba a pasar la semana previa al entroido tratando de convencer a mi hermano de hacer un dúo con nuestros pequeños coruños, no me lo creo ni yo. Claro que quién me iba a decir a mí en este tiempo que se me iba a cruzar en el camino (gracias a Marisol, su mujer) un choqueiro de los pies a la cabeza como Alvarito. Será cosa del destino que me persiga la fiesta: si te vienes a vivir a Coruña un martes de carnaval, por mucho que quieras escapar, conocerás a un choqueiro y acabarás buscando disfraces. Aunque no sean para ti sino para la criatura y aunque los busques en Pinterest, que suena mejor. Es como si el entroido hubiese preparado el plan lentamente, estos años, para reírse con ganas.