«No hay horarios, la ciencia no espera»

Elisa Álvarez González
Elisa Álvarez SANTIAGO / LA VOZ

CIENCIA

xoan a. soler

El CiQus, un centro de investigación pionero en Galicia, ficha a los mejores y compite al máximo nivel, desarrolla la «I» con mayúsculas

19 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

En el CiQus no hay horarios. Es el Centro Singular de Investigación en Química Biolóxica e Materiais Moleculares de la USC. La media de edad es baja. Están los científicos séniores, habitualmente titulares o catedráticos de universidad, y después alumnos realizando el trabajo de fin de grado, másteres, doctorados, posdoc, investigadores principales... Una veintena de grupos de investigación y cuatro millones y medio de euros captados en el 2016 en contratos y convocatorias competitivas. Entre ellos, el grupo de Javier Montenegro, un crac que ya logró una Starting Grant, una de las ayudas estrella del Consejo Europeo de Investigación, y que el mes que viene arranca un proyecto con el que consiguió una ayuda de un millón de euros del Human Frontier Science Program.

En el CiQUS no entienden de horarios de ocho a tres ni de puestos fijos, «la asignación de espacios o el ser investigador principal está basado en méritos, es dinámico y puedes tener unos espacios y cederlos si entra un nuevo proyecto de otro grupo», cuenta Javier. Son más de 150 científicos de distintas categorías. «Se trabaja mucho, aquí nos movemos por la pasión científica y la vocación investigadora, no hay horarios, la ciencia y las reacciones no esperan», explican.

¿Y cómo se llega a este tipo de centros de investigación? Con méritos, experiencia y líneas de investigación afines, es decir, relacionadas con la química biológica o los materiales moleculares. Una vez allí, hay que captar fondos de convocatorias competitivas. Si el proyecto es de entidad suficiente están los programas europeos, y si no hay ayudas nacionales y autonómicas. Estas también son importantes porque ayudan a la formación de los más jóvenes, a la gestión de las tesis... «no puedes financiarlo todo pero hay muchas cosas que deberían serlo y no lo son, eso es dramático. Cuando se asfixia a los grupos se acaba con las tesis y la formación de los jóvenes gallegos. Si paras esto, matas la ciencia», dice Javier.

Con él están investigadores que han venido de distintas partes de España. Porque el CiQus ficha. «Es suficientemente atractivo para poder hacer fichajes de nivel». Hasta ponen anuncios. No en páginas ordinarias, sino en webs específicas como Nature jobs o Find a posdoc. Uno de estos fichajes es Alejandro Méndez, sevillano, que tiene una beca Marie Curie. Ha estado antes en Holanda y Francia. O Marisa Juanes, que todavía realiza su tesis. Si Alejandro tiene una ayuda Marie Curie, ella acaba de llegar del Instituto Marie Curie, en París, «pero las instalaciones del CiQUS están por encima», apunta. José Juan Reina es posdoc, es un experto en el diseño de azúcares. Estudió en Málaga, y tras pasar por Sevilla y Milán acudió a una oferta de Javier Montenegro, «es que me dedico a coger a gente buena», bromea este último.

Aunque los centros de investigación varían en recursos, funcionamiento e instrumental, en esencia se trabaja en todos de forma parecida «el ambiente lo es todo», explican, «el nivel es muy alto y unos tiran de otros».

Porque trabajar en ciencia es un desafío estimulante, pero también cabe la frustración, «90 frustraciones, diez éxitos», cuantifica Javier, «las ideas no surgen en plan, yo soy un genio, hay mucho diseño detrás», cuenta Juan. Y a veces mala suerte, estás trabajando en un proyecto, te pones al día de toda la información científica, y antes de sacarlo a la luz «justo lo saca otro grupo, con lo que te pisan el trabajo», cuentan.

De las eucariotas al cáncer

El proyecto que acaba de conseguir la ayuda de un millón de euros y que lidera Javier Montenegro comenzará en breve. En él trabajarán tres universidades: la USC, Osaka en Japón y San Diego en California. Durante tres años tratarán de reproducir un sistema celular, preparar las moléculas que dan origen a la biología, y lo harán con moléculas completamente artificiales. ¿Por qué? Porque hace dos décadas se descubrió que el citoesqueleto no solo estaba en las eucariotas, las células más avanzadas, sino también en las procariotas, en los primeros momentos de la evolución. Si ha estado siempre presente es por alguna ventaja, y los investigadores quieren formar y destruir esas células con procesos similares a los que operan en la vida para descubrir por qué es tan bueno este citoesqueleto. Es la I con mayúsculas, explica Montenegro, pero con un futuro muy práctico, por ejemplo, diseñar drogas mejores para atacar el citoesqueleto de las células tumorales.