Fornelos y «los foucellas»

Ramón Romar López

CARBALLO

Casa de Dolores de Bastián
Casa de Dolores de Bastián

Mi aldea del alma, por Ramón Romar | En la zona de Baio, este grupo tenía simpatizantes que brindaban su apoyo para cobijarse, reunirse y poder comer

24 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando estalló la Guerra Civil, Benigno Andrade García, natural de Foucellas (Mesía-A Coruña), formó parte de un grupo que se dirigió A Coruña desde de Betanzos. Al llegar encontraron la ciudad tomada por los nacionales y se retiraron, pero siguió luchando contra los golpistas en distintos frentes. Al terminar oficialmente la guerra, decidió seguir defendiendo sus ideas y se echó al monte al frente de un grupo antifranquista, los maquis, que en la provincia de A Coruña se conocían como «los foucellas», por el origen del cabecilla. Benigno era muy escurridizo, estuvo cercado en muchas ocasiones, pero tardaron 16 años en detenerlo. Fue el 9 de marzo de 1952. Le hicieron un consejo de guerra, lo sentenciaron a muerte y fue ejecutado por garrote vil el 7 de agosto de 1952.

En la zona de Baio, este grupo tenía algunos simpatizantes que le prestaban apoyo para cobijarse, reunirse y comer, pero no tenían ningún apoyo económico, y para recaudar fondos cometían atracos. En el invierno de 1946 cometieron varios asaltos en aldeas cercanas a Fornelos, presentándose de noche en casa de vecinos de Tines y Aplazadoiro. Manuela Blanco tenía la casa en la ladera del monte do Castelo, donde se decía que estaban escondidos. La guardia civil fue varias veces a preguntarle si los había visto o si le daba cobijo. No la creyeron y montaron guardia en el cobertizo, pero nunca los vieron.

Manuel Moreira, natural de Serantes y vecino de Fornelos, se unió a este grupo de guerrilleros. Se decía que volvía a su casa por la noche, y la Guardia Civil se pasaba las noches haciendo guardia. No sé cuándo lo cogieron, pero pasó varios años en la cárcel, de la que intentó fugarse y recibió disparos en la cabeza (donde le pusieron una pletina), en un brazo y en una pierna, de lo que le quedaron graves secuelas.

Después de salir, trabajó haciendo morrillo para reforzar el firme de la carretera que va de Fornelos a Laxe. Para proteger los ojos de las arenas que soltaban las piedras al golpearlas tenía unas «gafas» muy aparatosas (realmente eran de tela metálica). Entre su pasado, las gafas, la cojera y el brazo lisiado, era motivo de todo tipo de comentarios. Años después seguía sufriendo el rechazo de los vecinos, y decidió emigrar a Madrid, donde en 1956 llevó la familia. Su hijo Manolo, un año menor que yo, vivía en Alcalá de Henares, y en 1999, cuando publiqué Ancestros y Vivencias, nos puso en contacto su primo, Eugenio Romero Pazos, obispo auxiliar de Madrid. Vino a mi casa a por un ejemplar y hablamos largo y tendido de nuestra niñez en Fornelos, pero sin tocar este tema. Nos llamamos alguna vez, y la última que nos vimos fue en el año 2007, en el entierro del primo don Eugenio. Falleció en 2020, solo vive su hermana Sara.

Chivatazo

Mi padre era uno de los labradores con más propiedades de la zona. Un día fue informado de que estaba en la lista para ser visitado de noche y exigirle una importante cantidad de dinero, que no tenía. No supe de donde salió el chivatazo, pudo ser Dolores, la mujer de Manuel, pero no lo sé. Mientras Manuel estuvo en la cárcel, Dolores vivió unos años de desprecio y penuria económica. Trabajó muchas veces en nuestra casa de jornalera (no sé si por caridad o por agradecimiento), y traía a su hija Lisa, muy enferma, la cual murió en estos años.

La madre de Sara le comentó que, la llevaba a una casa donde había un tal Ramón y, como apenas sabía hablar, fue él quien le enseñó a pronunciar la r. Tuve que ser yo, pero no lo recuerdo. Otras jornaleras hacían lo mismo con sus hijos, para comer caldo con un trozo de tocino y broa (pan de maíz). Cobraban 5 pesetas de jornal, pero el caldo de casa era un manjar para ellos. Aparte de las alubias, patatas y berzas, llevaba unto y carne…

Las ventanas de la planta baja de casa tenían rejas, y después del chivatazo, mi padre les puso unas trancas a las puertas, trancas que teníamos prohibido sacar, fuera quién fuera el que llamara. Y compró una escopeta de caza, de segunda mano. Aquello fue un drama para mi madre porque él era muy nervioso, no tenía idea de cómo usarla y no tenía licencia de armas. El Gobernador Civil de A Coruña le concedió la licencia el 13 de noviembre de 1950. Mi madre era partidaria de buscar el dinero y pagar, antes que arriesgar la vida de la familia. Afortunadamente nunca aparecieron por casa.

Sobre el año 1940 mis abuelos mandaron construir la casa del Empalme. En 1942 murió mi abuela, y él paró la obra y dijo que quería morir en la misma casa que ella. Falleció en 1944. Mi padre tardó en reanudarlas, quizá por querer hacer como su padre, pero más, por temor a los «foucellas», ya que donde vivía entonces estaba rodeado de vecinos y sin embargo la nueva casa estaba más solitaria y cercana al monte do Castelo. Poco a poco terminó la casa y los servicios, la era y el hórreo en 1952. En diciembre de este año, unos meses después de ser ejecutado Benigno, nos mudamos a la nueva casa.