En dos minutos | Homenaje a los represaliados por el franquismo en Vilagarcía Fueron muchos en Arousa quienes empeñaron buena parte de su vida en la causa de la República. Marcelo, Antonio, Belarmina y Tomás aún pueden contarlo
12 abr 2005 . Actualizado a las 07:00 h.Escuchándoles hablar sobre un tiempo en el que distancia entre la vida y la muerte se medía por el capricho de un camisa azul o el azar cruzado de un tiroteo o un cañonazo en el frente, uno tiene la impresión de que aquello no pudo suceder aquí. Suena a Balcanes, a masacre africana, a razzia islamista. No han transcurrido, sin embargo, más que 69 años, y apenas treinta desde que Francisco Franco soltó, con su último suspiro, las riendas de la oscura dictadura que aplastó a los españoles durante cuatro largas y pesadas décadas. Antonio Alejandre fue guerrillero en Vilagarcía. Se refugió en los montes de András y Xiabre, secuestró sin maltratarlos a los falangistas Miranda, que después sería alcalde, y Padín. Una gran batida en la que sólo el brillo de los tricornios delató a los guardias le hizo bajar del monte. Cuatro compañeros cayeron bajo las balas. De allí, al juzgado, condena a treinta años y una terrorífica estancia en el lazareto de San Simón, con un paseo hasta Pontevedra en el que dos republicanos de su mismo furgón fueron acribillados sin más. Belarmina Ordóñez se batió el cobre en Vilagarcía. Vio como su hombre debía escapar y sumarse a la guerrilla. Reconoció el cadáver del hijo de la mujer para la que trabajaba, con el cráneo destrozado, en la vía del tren, junto a otro republicano asesinado. Era el 15 de agosto de 1936. La noche anterior, una madrugada de terror, de llamadas a las puertas, de denuncias cobardes, vengativas y miserables, tres hombres más, dos en Carril y uno en A Compostela, fueron arrebatados a los suyos y paseados. Falangistas de otros municipios apretaron los gatillos de armas cargadas por convecinos delatores, incapaces de dar la cara pero sí de señalar objetivos. Se dejó la piel echando un cable a los cautivos del campo de concentración de Rianxo. La guerra sin final El tío de Tomás Hermo, que era primer teniente de alcalde en A Pobra, esperó a los militares fascistas para entregarles las llaves del Ayuntamiento. Estaba convencido de que nada le podía pasar, pues nada malo había hecho. Se equivócó y le costó la vida. Fue torturado, le arrancaron las uñas, lo encerraron en Santiago y lo fusilaron. Con Tomás no pudieron. Hizo la guerra a Franco a bordo del crucero Libertad, junto a Marcelo González. Pero después, en la hora de la derrota, prefirió sumarse a la Legión extranjera y seguir dando batalla al fascismo en la Segunda Guerra Mundial, hasta que el nazismo mordió el polvo. Marcelo navegó junto a él. Fueron condecorados por presentarse voluntarios para romper el cerco por mar de Gijón y Santander y, disfrazados a bordo de un mercante, suministrar aviones, armamento y combustible al frente del norte. Vio a José Antonio en Valencia, ya preso, meses antes de su fusilamiento. Actuó como cargador en una de las batallas en el mar más duras de la contienda, la que acabó con el hundimiento del buque nacional Baleares . Después, conoció dos campos de concentración, en Túnez y en Rota, y un penal militar muy duro, el de la Carraca, donde un hermano prácticamente tuvo que fusilar a otro.