La dura pérdida de Lola: «Desde que se murió mi perrita Valentina, salgo de casa lo justo»

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ANGEL MANSO

Perder a un miembro peludo de la familia puede ser un duro golpe. Para Lola, que hace unos meses se despidió de su yorkshire, lo está siendo. «Todavía tengo grabado el sonido que hacía para pedirme algo, cuando estaba malita»

27 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Valentina llegó a casa de Lola y Alfredo gracias Audry, la perrita de su hijo Alejandro y su nuera Alba, a la que cuidaban cuando ellos no podían. Lola se fue encariñando con ella, y ella con Lola, tanto que Audry se escondía cuando la venían a buscar, y cuando no estaba la echaban muchísimo de menos. Por eso, un día, hace ya 12 años, sus hijos se presentaron en casa con Valentina, una yorkshire de tres meses de apenas kilo y medio.

 Tardó poco en conquistarlos. Pero Lola quiere dejar bien claro que ella no pretende humanizar a los animales, pero sí poner en valor la compañía que hacen y lo mucho que se les echa de menos cuando faltan. Valentina empezó a acompañarlos a todas partes. Era abrir el bolso y ser la primera en apuntarse a cualquier plan. «Salvo que tuviésemos que ir al médico, que no podía ir, nunca se quedaba en casa. Cuando tenía que hacerlo ni ladraba ni lloraba, pero fueron contadas ocasiones», señala Lola. Era una más de la familia hasta tal punto que acomodaban sus viajes a los destinos y lugares que pudiera pisar Valentina. Nunca fue en avión, pero en coche recorrió media España: fue a Vitoria, Valencia, Ibiza... y solo se alojaban en hoteles donde fuera bienvenida. «Una semana al año nos íbamos las dos a Portonovo o Sanxenxo», apunta.

Le gustaba mucho salir de paseo, es más, tenían dos pandillas de perretes, una en Oza y otra en la Fábrica de Tabacos, en A Coruña, con los que se sentaban a tomar algo después de moverse un rato. «Era una perrita muy conocida por la zona de Cuatro Caminos, porque la veían tan pequeñita, se dejaba tocar. Le encantaba ir a las terrazas, y como no hubiera mesa... Ella sabía a qué terraza íbamos en cada sitio, iba delante e iba a mirar si había sitio», cuenta Lola.

Siempre fue una perrita con una salud muy delicada, incluso tenía una comida especial, porque todo le sentaba mal, y cuando le empezaron a fallar las patitas se dieron cuenta de que estaba empeorando. Le costaba andar, y en los últimos tiempos la tenían que bajar en el colo a la calle. Siempre en contacto con su veterinario, Juan, de la clínica Arca, al que recurrieron al poco tiempo de tenerla en casa por una urgencia una noche de madrugaba. Ya entonces, él les advirtió de que tenían que ser conscientes de la salud tan delicada que tenía la yorkshire. Fue él también quien les aconsejó llevarla a Lugo para que la viera un especialista, que les informó que la perrita también tenía tocada la columna. El problema, dice Lola, es que como era tan pequeña administrarle las medicaciones era muy complicado. Se fue deteriorando, y ella tenía claro que así no quería verla. «No, porque ella te miraba y yo la cogía, y la ponía en la ventana, miraba el parque, pero llegaba un momento en que ya no estaba a gusto. La dejaba en su cama, te avisaba y la ponías en el empapador para que hiciera pis, la volvías a colocar e igual al rato quería hacer caca, o beber... Estabas así todo el tiempo, día y noche. Ese “mmmm”, ese sonido de cuando te avisaba lo tengo grabado todavía. Yo no quería verla así, porque no se lo merecía. Un día llamé a Juan y le dije: “Ya”. Se durmió para no despertar».

A partir de ahí, estuvo «muy mal», aunque con el tiempo ha recuperado un poquito el ánimo. «Salgo a la calle lo justo. Vivimos enfrente del parque y los perros pasan frecuentemente. Poco a poco voy mejor, ya no estoy como el primer día, pero de momento no puedo quedar con nuestras pandillas, y eso que yo siempre decía: “Lo que unieron los perretes que no lo deshagan las personas”», cuenta Lola. Las cenizas presidieron la misa de San Antonio, el patrón de los animales, en la Orden Tercera, un gesto que Lola consideró muy «cariñoso» por parte del sacerdote y que cree «le hubiera gustado». Luego las esparcieron en uno de los sus lugares favoritos, donde con frecuencia le van a poner una rosa. Al principio, no fue capaz de decirle a nadie lo que había pasado con Valentina. Si la veían por la calle sin ella, se inventaba cualquier excusa. «Tuve que ir al dentista, se quedó con Alfredo en casa»... «La gente sabía que sola en casa no se quedaba», apunta. Tardó mucho en poder verbalizarlo. «Ya habíamos pasado el duelo de Audry —la perrita de su hijo—, pero fue distinto. Fue duro, pero más duro es el de Valentina, era más nuestra. He pensando en adoptar, pero no lo sé de momento», explica Lola, que de adolescente ya tuvo que superar la muerte de Bella, la perrita de la familia que falleció aplastada en un accidente fortuito bajando del coche. «Había sido tremendo para toda la familia, fue inesperado. Pero es otra edad, tenía 20 o así, otras circunstancias... Otra etapa de la vida».

En la imagen de la izquierda, que pertenece a un reportaje que salió en esta revista en el 2018, se ven, además de a Lola y Valentina, los cojines que ella tenía con su carita, y que siguen teniendo. «El mismo día por la tarde, todo lo que teníamos lo llevamos a Apadán, porque colaboramos con ellos. Mantas, muñecos, ropita, porque siempre iba vestida, los medicamentos... lo donamos. Pero los cojines los sigo teniendo, y unas fotografías que hicimos con inteligencia artificial de cuando era cachorro».

De momento, no ha encontrado muchas personas con las que se sienta a gusto hablando del tema, y cree que para oír ciertos comentarios o no sentirse comprendida, a veces, es mejor el silencio. «No quiero que me digan nada. Porque para que me digan: “Una pena”... No, es que para mí es más que una pena. Para encontrar una opinión que me va a generar más... es mejor callarse». 

Acompañamiento

Confiesa que solo ha encontrado un hombro para poder desahogarse con su amiga Mónica. Le hace bien hablar con ella. «Nosotros la conocimos por Valentina, porque la llevaba a un montón de desfiles de modelos, a reportajes de prensa... En todo lo que organizaba ella, Valentina siempre estaba. Yo le decía: “Espérate que la llevo a la pelu, y ya te la dejo”. Es que se prestaba para todo. Era una «estrella» como digo yo», explica Lola, que tiene claro que el duelo animal es un tema más duro de lo que la gente piensa. Mónica Cubeiro ofrece un servicio de acompañamiento a otras personas que, como ella en su día, necesitan apoyo en sus propios duelos. «Todo comenzó como un proceso interno para ayudarme a mí misma a superar pérdidas muy cercanas en el tiempo, inesperadas e incluso trágicas, tanto de seres humanos y especiales como de compañeros no humanos que fueron una parte fundamental de mi vida», señala. En medio de ese dolor, decidió formarse para comprender mejor sus sentimientos y volver a vivir, asimilando la muerte como una etapa de la vida, y de manera natural, sin darse cuenta, empezó a acompañarse a otras personas. «Soy consciente de que es un momento delicado, intento ayudar a convivir con la pérdida desde el respeto y la empatía que solo quien ha vivido duelos profundos puede ofrecer, y facilitando herramientas para expresar emociones, normalizar la tristeza y ayudar a transmitir el duelo», explica Mónica, que insiste en que este servicio no reemplaza la terapia psicológica.