—¿Las personas casadas son más felices, como dice el psicólogo Dan Gilbert, al que citas en este libro?
—Yo me meto con esa idea...
—Nos adviertes de que los estudios dicen que el divorcio puede dar un extra de felicidad. Somos humanos.
—Un psicólogo de Harvard, Tal Ben-Shahar, habla de darse el permiso de ser humano. Esto es lo primero para estar bien. Si aceptamos lo que sucede, si aceptamos que somos imperfectos, que tenemos emociones que no queremos tener, es más fácil estar bien.
—No conduce a nada meter bajo la alfombra las emociones negativas, ¿no?
—No. Las emociones negativas hay que aceptarlas. No hay que reprimirlas, pero tampoco darles rienda suelta, porque esto las hace más grandes. Los celos, la rabia, el orgullo, la obsesión... son parte del catálogo de las emociones humanas. Esa parte la tenemos todos, pero hay que alimentar más la otra. Las emociones negativas suelen ser excesivas. La tristeza es necesaria si afrontas la pérdida de alguien, y la tristeza puede estar dentro de la felicidad.
—Pero la tristeza no queda bien en la foto. Y hay quien confunde la fragilidad con la tristeza...
—Frágiles somos todos. El disfraz que te pones ante los demás, o incluso ante ti mismo, no es la realidad, la esconde. Generalmente, nos preocupamos mucho por cosas que tienen poca importancia, nos enfadamos, sentimos celos, envidia, necesidad de reconocimiento... Un buen trabajo psicológico, filosófico, espiritual, te puede ayudar a cambiar eso. Y eso es lo que te ayuda a ser mejor y a sentirte mejor. Por eso me atrae el budismo, que es la renuncia al ego. El biólogo molecular y monje budista Matthieu Ricard habla de la renuncia a los «venenos mentales», como el odio, que nacen de darse importancia. Nos damos demasiada importancia.
—¿Te marcó definitivamente el alcoholismo de tu padre?
—Yo no desarrollé una adicción por imitación. De niño, odiaba el alcohol. Yo no veía a una persona riendo o pasándolo bien con el alcohol, veía el desastre. Con 14 años pensaba que no iba a beber nunca. Desarrollé esa adicción porque no estaba maduro, porque tenía muchas carencias. Primero fue la bebida y después la cocaína. La recompensa puntual es muy alta, y enfermas. A veces no puedes dejar de hacer lo que te hace mal. Yo decidí ponerle remedio cuando vi que perdía el control. Es un infierno. Es muy duro. Después te despiertas...
—¿Por qué pasó si habías sufrido tanto de niño por culpa del alcohol?
—Porque hay una fase que llaman de enamoramiento. Son sustancias que aportan placer. Si estás estresado o triste, lo que te dice el cerebro es: «Tú sabes lo que te pone bien». En un caso son el alcohol o las drogas. En otros, la compra de ropa, el sexo, la ludopatía, el Fortnite... Todos somos adictos. Yo en estas Reflexiones hablo sobre todo de la adicción a pensamientos, a emociones. Y este tipo de adicción es una forma de vivir. Todo se resume en adicción al ego, que te aleja de la tranquilidad. Reflexiones de una mente adicta es un libro que me ha costado mucho. Es un libro muy personal que nace de mi pasión por leer y escribir, en el que cuento problemas que tuve en el pasado que hasta ahora sabían muy pocas personas. No es, en ningún caso, un libro de consejos.