De Guipúzcoa a Pegas do Cotorro: ellos eligen la Galicia sin playa

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Santi M. Amil

Del País Vasco a Ourense, de Madrid al Xurés y de A Coruña a su aldea de Melide. Estos gallegos eligen la Galicia interior para sus vacaciones de verano

31 ago 2021 . Actualizado a las 18:10 h.

Galicia es mucho más que sus playas. El atractivo natural de esta tierra va mucho más allá de la costa. Igual que la gastronomía gallega y su producto local es infinitamente más abundante que el marisco; en el centro de nuestra geografía existen rincones plagados de belleza y de planes para disfrutar en pareja, con amigos, en familia y solos. Algunos -no muchos y quizá todavía pocos- deciden zambullirse en el interior gallego cada año. Rodeados de castaños y carballos, de eucaliptos y de alguna que otra xesta. Entre verde, casas de granito del país y mucha tradición. Así pasan las vacaciones varios turistas que deciden visitar Galicia, pero no la zona de mar. Unas visitas que el covid-19 se ha encargado de incrementar después de un confinamiento en el que se puso en valor más que nunca el rural y también lo bueno de disfrutar del aire libre.

Del País Vasco a una aldea ourensana: «Aquí los sitios no están masificados»

Santi M. Amil

Todo ello, y una situación un poco más personal, es lo que atrae a esta familia de Tolosa, en Guipúzcoa, al municipio ourensano de Allariz cada verano. Nagore Etxedona y Xurxo Garro pasan quince días de agosto cada año disfrutando en el interior de la provincia de Ourense. «La nuestra es una historia bastante especial. Xurxo no conocía a su padre y él fue el motivo para llegar hasta aquí», empieza Nagore. Se refiere concretamente a la aldea alaricana de Pegas do Cotorro. «Desde el día en que pusimos un pie en el interior ourensano nos quedamos prendados», continúa. Esto fue hace ya cinco años.

QUE NO FALTE EL PULPO

En su primera visita, esta pareja vasca escogió la casa rural de Vilaboa para alojarse y ahí comenzó su amor por Allariz. «Nunca habíamos estado tan a gusto en un lugar que no fuese nuestro hogar. Carlos -el dueño del alojamiento- nos trató de maravilla, nos enseñó un montón de sitios espectaculares y nos ayudó con todo», admite Nagore. Desde entonces, aunque pasan las vacaciones ya en casa del padre de Xurxo, no hay agosto que no visiten la casa de Vilaboa: «Vamos a comer donde Carlos sí o sí». Esa es precisamente una de las cosas que les atrajo de la provincia: la comida. «Aquí no solo encontramos marisco buenísimo, también hay carne de altísima calidad. Nos vuelve locos el pulpo y también la empanada. Y en Vilaboa siempre pedimos la paella que hacen en la casa rural», cuenta.

Xurxo y Nagore vienen con sus tres hijos; Ekhi, de siete años, Iraia, de cinco, y Súa, de dos; y con su perro Kubi. Y no sabrían decir quién de toda la familia disfruta más de su estancia en el interior de Galicia. «A nosotros nos encanta la montaña. Poder salir a pasear, meterse en el bosque y descubrir lugares increíbles en pleno corazón de la naturaleza. Todo eso lo podemos hacer en Allariz y sus alrededores. Ourense es una provincia que lo tiene todo y en la que todo es bonito y reconfortante. Los niños corren y viven aventuras, mientras nosotros respiramos aire puro», afirma Nagore. A los seis, incluido Kubi, les gusta improvisar.

Cada mañana, al despertarse, deciden, también un poco según el tiempo que haga, qué es lo que van a disfrutar en ese día. Un plan al que suelen recurrir es recorrer en familia pequeños tramos de las distintas rutas del Camino de Santiago. También visitan cada año la aldea de Santa María de Augas Santas y nunca falta una jornada en el bosque de O Rexo, rodeados de árboles salpicados con el arte del pintor, también vasco, Agustín Ibarrola. «A los peques les encanta este lugar. Desde que vinimos por primera vez les llamó mucho la atención ver los árboles pintados de colores y con dibujos tan bonitos», afirma Nagore.

Si asola el calor ourensano que llega hasta los cuarenta grados -este verano todavía no ha aparecido- escogen bañarse en el río, tanto en Allariz como con escapadas a otros puntos de la provincia ourensana como las pozas de Melón. No olvidan el valor que tiene la tranquilidad y la desconexión del lugar que escogen para veranear: «Aquí los sitios no están masificados, no hay colas para todo. Podemos permitirnos improvisar los planes según nos apetezca cada día, y además apenas hay cobertura, así que nos dedicamos más a vivir en persona que a hacerlo de forma virtual. Es perfecto».

Verónica, madrileña en Porqueirós: «En el Xurés tenemos maravillas que no conoce nadie»

Porqueirós, en Muíños, es el pueblo de los amores de esta madrileña que elige la montaña gallega. «La gracia del lugar es que mantiene su esencia», asegura

Es madrileña, pero gallega por la familia paterna, y asegura que la costa no tiene los encantos de nuestro interior. Bien los conoce a los dos: costa e interior gallegos. «Las Rías Baixas y la Costa da Morte son una maravilla, porque Galicia lo tiene todo, pero nosotros somos de la Baixa Limia, en naturaleza lo tiene todo», asegura Verónica, que veranea en el paraíso del Xurés desde hace casi 40 años, desde que tiene memoria. Empezó a venir de niña, con sus padres, todos los veranos, cuando el viaje desde la capital robaba todo el día. Hoy, con 38, ha visto reducirse considerablemente el tiempo del trayecto, pero hay cosas que no cambian, como la esencia del lugar. «Es la gracia que tiene, que la esencia no cambia. Llevo viniendo aquí, a Porqueirós, desde que nací. Mi hermana también y es mayor que yo», cuenta esta veraneante fija de Muíños, donde rehabilitó, precisamente, con su hermana la casa familiar de los abuelos. Todos los veranos los disfrutan allí, en un enclave que es «un lujo», con la gente de siempre, aunque se vayan sumando sobrinos. «Somos más o menos los mismos de siempre. Ahora vengo con mi pareja, pero mantengo las amistades de aquí, las que tengo desde que era pequeña, así que son otro motivo para venir», dice Verónica, que valora el cambio desde Madrid como «espectacular».

El embalse de As Conchas es uno de los lugares que recomienda visitar. «Se puede bordear, disfrutar del entorno y coger una piragua», sugiere. «Aquí tenemos maravillas que no conoce casi nadie», dice. Una ruta bonita («para hacer en bici») es bordear Salas, donde hay un albergue, en una casa que data de 1890, que admite mascotas y se encuentra en la reserva de la biosfera de Xurés-Gerês. Las dos partes, la gallega y la portuguesa, merecen la excursión, tienen su aquel.

Cámping, chapuzón y buenas noches

El corazón de Verónica no se debate en la duda. Prefiere el río al mar, y más en la zona fronteriza con Portugal. El día se lleva muy bien con brisa marina, sobre todo en el Atlántico, pero en la montaña «la noche se duerme mejor». Es un spa natural. Tampoco hay problema para darse un chapuzón. Merece la pena visitar la ermita de A Clamadoira, disfrutar la carballeira que la rodea y bañarse en las piscinas naturales del concello de Lobios. En Muíños, nos guía Verónica, hay además un buen cámping, y en Porqueirós en concreto una casa rural que «está muy bien para alojarse».

«Esto es un reducto de paz y tranquilidad, lo sigue siendo casi cuarenta años después», asegura haciendo patria veraniega. Solo hay más gente la primera quincena de agosto por los campamentos. Pero no está nada masificado».

¿Para comer? Lo mejor en la zona, según Verónica, ¡es un día de feria! ¿Y cómo es un día de feria en Muíños? «Pulpo y churrascada». Tampoco es mala idea cruzar a comer a la zona portuguesa. «La frontera son 4 kilómetros, que no es nada, y Braga está a unos 60. Tener Portugal al lado es otro de los encantos» del lugar favorito de Verónica, que en la pandemia era el único sitio en el que quería estar: el paraíso Xurés.

Vanessa y Soraya, primas que siempre pasan sus vacaciones en la aldea de As Cazallas
Vanessa y Soraya, primas que siempre pasan sus vacaciones en la aldea de As Cazallas

Soraya y Vanessa, en As Cazallas: «El verano en la aldea es un revival con cero postureo»

Aquí no hay playa ni wifi... ¿Qué tendrá esta aldea de Melide que no tiene la costa?

Es alucinante ver las estrellas en la eira, en As Cazallas, que, según la superabuela Maruja, es el «xardín de Melide». Esta aldea que vio nacer a esta mujer de 97 años espabilados como rosas hace buena la frase de que la belleza está el interior. Y les hace llevaderos los tiempos del covid a Soraya y Vanessa, que contagian a sus hijas la pasión por el lugar que las vio, verano a verano, crecer desde pequeñas. En el hórreo de «la bisa» Maruja -un hórreo que tiene más de cien años en piedra- estas primas jugaban a esconderse de sus padres. Ahora toman el relevo sus hijas, Lucía y Abril, que también se refugian allí de la orden de retirada de los mayores.

El verano en As Cazallas es un lujo, me cuentan sus asiduas, que no se puede pagar. Se tiene o no se tiene, es un bien de la familia. «El verano son los primos», aseguran Soraya y Vanessa. Allí en la aldea lo tienen todo, «y a buen precio, oye», dice Soraya. Naturaleza, familia, amigos, libertad. «El verano aquí es relax, cero postureo», es bañarse en la piscina o en el río Furelos (así se pasa el calor, que aprieta), disfrutar de comidas que se van alargando hasta ser cenas, en las que los invitados llegan sin avisar y te alegran el alma». Lo cuenta Soraya, la prima mayor. A sus 44 aún recuerda cómo se bañaban Vanessa y ella en el pilón de niñas, cómo hacían canastas en el poste de la luz y muchas anécdotas con alguna que otra rotura de mentón de por medio. Para dejarse caer, As Cazallas, que además tiene una iglesia donde jugaban las primas al escondite hace ya cuarenta años.

Su pasión por el monte (y por estar a monte), por los suyos, las noches llenas de estrellas y sin ruido, no ha cambiado con el paso del tiempo. Hay aldeas que son amores que duran toda la vida, en un río de generaciones. «Al final, estas vacaciones son un revival de nuestros veranos de la infancia», dice Soraya. «Sí -asegura Vanessa-, tenemos recuerdos maravillosos de aquellos veranos. Son un patrimonio, una tradición que queremos que se mantenga con nuestras hijas».

«No hace falta coger un avión ni hacer mil kilómetros cuando tienes un sitio al que volver para recordar de dónde vienes», nos emociona Soraya. Así cultivan, en verano, sus rosas familiares, en el mejor «campamento de verano» que existe: el de la abuela.

Las puertas están abiertas. Sin prisa, sin reloj, casi sin wifi (a veces lo encuentran cerca del lavadero) disfrutan las vacaciones estas primas (y familia). Los churros de O Burato, los melindres de Casa Melchora y las churrascadas también son razones de peso para celebrar fuerte el interior. Ellas, además, en casa de la abuela tienen «bufet libre». ¿Qué tiene, en fin, esta aldea sin mar? «Veranos como los de antes», dicen. ¡Y el jardín de la bisabuela! No hay otro igual. Esto sí es belleza interior...