Rojas Marcos, psiquiatra: «El dolor no nos hace más fuertes, está demostrado»

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El psiquiatra Luis Rojas Marcos
El psiquiatra Luis Rojas Marcos cedida

«Yo sin mi madre no creo que hubiera llegado vivo a los 20 años», revela Rojas Marcos. En plena euforia por la vacuna de Pfizer, el prestigioso médico habla de unos anticuerpos vitales que mejoran la salud y la longevidad

14 nov 2023 . Actualizado a las 14:26 h.

Fue un niño hiperactivo al que su madre, su primer gran apoyo, llamaba «Furbuchi», sabiendo ver dentro del chico travieso un potencial creativo que lograría encauzarse a través de la música. «Desde los 7 años mi adaptación al mundo que me tocó vivir fue turbulenta. La hiperactividad, la curiosidad insaciable y el hecho de que cualquier mosca podía cautivar mi atención me conducían a fracasos escolares», revela Luis Rojas Marcos (Sevilla, 1943), que dirigió el sistema de hospitales públicos de Nueva York desde 1995 al 2002. En su nuevo libro, Optimismo y salud, ahonda en su especialidad: la relación entre el optimismo con la salud. En el 68, con 24 años, recién licenciado en Medicina cruzó el charco, saltando de la España franquista a los aires hippies del Nueva York de los 60. Miembro del Consejo de Emergencias que prestó atención a los supervivientes y familiares de las víctimas del 11S, Rojas Marcos invita a mirar con esperanza lo que sucederá a la pandemia «dentro de un tiempo, a largo plazo». 

Padre de cuatro hijos y abuelo de tres nietos, el profesor de Psiquiatría de la Universidad de Nueva York, que lleva ya 24 años seguidos corriendo el maratón de su ciudad y tiene una conversación de complexión atlética, avanza que «una característica primordial del optimismo es poner el control dentro de nosotros».

-¿Qué quiere decir?

-Que ante una adversidad como esta, o cualquier otra, nos digamos: «Yo puedo superar esta adversidad, yo puedo programarme durante la incertidumbre de esta pandemia para llevar el día a día. Lo opuesto a eso sería un pensamiento como: «Mira, Luis, que sea lo que Dios quiera... Yo no puedo hacer nada, es cuestión de suerte».

-¿Segundo paso para superarlo?

-Confiar en lo que en mi campo llamamos «tus funciones ejecutivas». El autocontrol es un factor clave: controlar tus impulsos. Para ejercer el autocontrol necesitamos motivación y fuerza de voluntad, porque llevar las riendas de nuestros impulsos consume bastante energía mental. Y otra característica importante del optimismo es la esperanza, no la esperanza general, sino la concreta.

-¿Pero cómo lo hacemos?

-Es importante programar el día a día. Si uno no puede salir de casa, organizar el día en casa para llevarlo de una forma constructiva. Está bien aprender algo nuevo que te interese, por ejemplo.

-Somos un poco como nos contamos lo que nos ha pasado, dice, y cita a Fernando Savater: «La felicidad es una de las formas de la memoria». ¿La memoria se enfoca siempre en lo bueno?

-Si yo te digo: «Ana, escribe 20 recuerdos de tu vida», ¿vas a escribir más recuerdos positivos o negativos?

-Mitad y mitad quizá...

-La memoria graba las cosas y las transforma con el tiempo, no es un disco duro de ordenador. Si de 20 recuerdos 10 son positivos y 10 negativos, te das un 5 en optimismo. ¿Por qué es importante la memoria? Porque cuando nos enfrentamos a una pandemia como esta, o a un gran desastre, recordar que hubo momentos de la vida en que fuiste capaz de superar la adversidad, te ayuda, te ayuda a mantener la confianza en ti.

«La pandemia en sí no tiene nada positivo, pero es interesante ver los recursos que nos hace sacar»

-La vacuna no solo depende de Pfizer, también de nuestro equipaje interior. ¿Son positivas las crisis?

-Hay que separar. El dolor no nos hace más fuertes, aunque insistan en decirnos lo contrario. El dolor no es positivo, no lo es la muerte o enfermedad. La pandemia en sí no tiene nada de positivo. Pero hay algo que llamamos «crecimiento postraumático», que es que, una vez que ha pasado lo gordo, habrá gente que mirando atrás te diga: «Aquello fue terrible, pero en ese proceso de lucha para superarlo, descubrí dentro de mí cualidades que no sabía que tenía». Es así. No es el dolor el que ayuda, sino los recursos que sacamos para combatirlo. Puedes descubrir que tienes más paciencia de la que crees, o que te sienta bien ayudar a otras personas...

-¿El dolor es necesario para aprender?

-Tenemos que ponernos a prueba a veces para descubrir cualidades nuestras. Tras correr diez kilómetros, puedes descubrir que justo cuando querías tirar la toalla hubo algo que te motivó. Al ponerme el reto de correr diez kilómetros, descubrí que tenía la capacidad de animarme y de no tirar la toalla.

«El optimismo es una mezcla de cosas, pero los genes influyen indudablemente»

-Hay gente que tiene y otra que no esa capacidad de automotivación. ¿Es genético, aprendido, circunstancial?

-Es una mezcla. Los genes influyen indudablemente. Ve a una sala de recién nacidos y verás la diferencia: hay niños y niñas que se mueven todo el tiempo y otros que están tranquilos, mirando... Hay niños que a la menor cosa lloran y otros que aguantan más. El equipaje genético importa. Está demostrado que las personas extrovertidas tienen un componente genético de optimismo. Esto es el genotipo, y luego hablamos de fenotipo, de cómo el genotipo se transforma debido al ambiente. Así, la niña que es extrovertida, pero crece en un ambiente de opresión, va a cambiar ese componente genético. Tu personalidad tiene una parte genética y otra de respuesta a tus experiencias de la vida, las buenas y las malas. Pero hay un tercer factor importantísimo, la conciencia. La persona que se lo trabaja por dentro se nota. Pero esto cuesta, ¡cuesta tiempo, y si vas al psicoanalista dinero! Hay mucha gente que sufre pero se lo niega. Si una mujer viene a consulta porque no deja de oír voces y le digo: «Pero tienes un problema, ¿no? No dejas de darle vueltas a lo mismo...», y me dice: «No, yo no tengo un problema, yo he sido siempre así, y me viene bien pensar en lo mismo», esta persona no tiene conciencia de enfermedad. Y esto te supone un reto. 

-¿Puedo ser más optimista?

-¿Quieres ser más optimista? Cuéntame qué crees que puedes cambiar.

-A veces para estar bien y ser optimista hay que decir no a otros, poner límites a los demás...

-Efectivamente, y hay gente para la que no es fácil poner límites, o lo haces de forma tan violenta que pierdes la relación con la persona. Es un trabajo que requiere tiempo. Nacemos, nos hacemos... pero también aprendemos.

«La relación con los demás es la fuente más frecuente de satisfacción y a la vez la fuente más frecuente de conflicto»

-¿Qué nos hace, en general, más felices, y qué más infelices?

-Yo a quien me pregunta le digo: «Escribe todas esas cosas que te hacen sentir bien, satisfecha con la vida». La palabra felicidad es complicada. La mayoría de las personas responden mencionando una relación (con mis hijas, mis amigos, mi pareja...). Hay gente que como segunda fuente de satisfacción menciona el trabajo, aunque parezca un castigo de Dios. Y hay otra tercera que te dice que el deporte y el entretenimiento y tiempo libre. ¿Cómo puedes ser más feliz? Haz más esas cosas que te gustan y te sientan bien.

-En el libro señala que una de las cosas que nos hacen más infelices es un divorcio. Hay un conflicto entre defender lo propio y la necesidad que tenemos de entendernos con otros.

-Así es. La relación con los demás es la fuente más frecuente de satisfacción y a la vez la fuente más frecuente de conflicto, tensión, angustia... A lo mejor el problema es que tiendo a elegir gente con la que terminamos como perros y gatos.

 «Todos tenemos un límite. Podemos resistir dos adversidades por persona en la vida»

—¿Por qué nos ocurre esto, por qué elegimos a veces recurrentemente a gente que no nos va bien?

—Jajaja, ¡es la costumbre! Eso requiere una toma de conciencia y un cambio.

-¿Siempre buscamos lo diferente, lo que no tenemos?

-Unos buscan lo que no tienen, y otros se amarran a lo que tienen. Tenemos que buscar las raíces, los patrones de nuestras tendencias. Darte cuenta, por ejemplo, de que tiendes a elegir gente que se aprovecha de ti es un paso enorme, el primero. La conciencia. Y este primer paso es optimista. Hay un primer estudio científico muy interesante que hicieron dos psicólogas en los 50 en la isla de Kauai, en Hawái. Descubren siguiendo la evolución de 600 niños y niñas que habían sufrido por lo menos cuatro adversidades serias (abandono de sus padres, crecer en un contexto de violencia y drogas...) que la mayoría no pueden estudiar, que sus relaciones eran problemáticas... Pero había un 25 % de ellos que crecieron, pese a las circunstancias, normalmente. Esto fue una sorpresa, y un principio del estudio de lo que hoy llamamos resiliencia, que es como la pelota de goma, tiene resistencia y a la vez flexibilidad.

-¿Ahora tendemos a ahogarnos en un vaso de agua porque no hemos tenido contratiempos en los que entrenarnos?

-No. Todos tenemos un límite. Dicen los epidemiólogos que podemos resistir dos adversidades por persona en la vida. Como te decía, el dolor no te ayuda, es la lucha contra el dolor donde descubres recursos. Entre las víctimas que sobrevivieron al 11S, en el tratamiento del impacto psicológico, vimos que las personas que tuvieron más dificultades eran personas que ya habían vivido desgracias importantes, inmigrantes, personas que perdieron seres queridos antes de forma inesperada. La idea de que «cuantos más obstáculos tenemos en la vida, mejor» no es cierta. Está demostrado.

-¿La dureza forja el carácter? Somos más frágiles que nuestros mayores...

-No, es que ahora son más altas las expectativas. La esperanza de vida de la mujer española es la segunda más alta del mundo. Cuanto más vives, más posibilidades tienes de pasarlo bien, ¿no? Desde el punto de vista biológico es positivo. La humanidad cada día vive más. A largo-largo plazo, tras la pandemia, mejoraremos.

-¿Qué es lo mejor que le ha pasado en la vida?

-¡Madre mía! Psicoanálisis... ¿Lo mejor? Es difícil ponerlo todo en una cosa, pero lo primero que se me ha venido a la cabeza es mi madre. Sin mi madre yo no creo que hubiera llegado vivo a los 20 años, porque era hiperactivo, travieso, un niño que hacía diabluras. Me ayudaron muchísimo mi madre y la música. Mira, pensaban: «Tú no vas a poder aprender música porque porque no tienes atención para eso, pero tienes oído...». Empecé a tocar en un conjunto de adolescente, y las chicas me escribían. Me cateaban en todas las asignaturas y mi padre me daba palizas, pero yo tenía a salvo mi autoestima con la música. Luego, para mí emigrar a Nueva York fue una fuente de satisfacción profesional, por la gente que he conocido... He sido aceptado. Yo venía de una España que no me aceptaba. Te hablo del año 68...

-Usted llegó a hablar de la queja «como instrumento de trabajo en España». ¿Catea el país en optimismo? 

-Yo veo a España como un país fantástico en todos los sentidos. Es un país democrático, saludable, donde la gente vive mucho, donde se come bien, donde la gente te recibe, te acoge... Y un país avanzado desde el punto de vista de las libertades. España hoy desde fuera, sobre todo para los que vivimos ahí antes de la democracia, es un país al que da gusto ir. 

-«En las crisis, los votantes favorecen candidatos optimistas que transmiten esperanza. Conscientes de esta ventaja, especialistas en imagen pueden amañar la fachada de cualquier aspirante. El optimismo ficticio en líderes de sensatez cuestionable es preocupante y hasta peligroso», escribe. ¿Influyen en nuestro nivel de optimismo los líderes políticos? ¿Motiva, por ejemplo, la marcha de Trump?

-El papel de los líderes sociales y políticos es importante, porque son como guías. Mucha gente incluye al líder en sus prioridades, sea un líder político, social o religioso. Yo crecí en un ambiente de religión. Nací en Sevilla en el 43, en el mundo católico, donde no había dudas de que era Dios el que nos guiaba. Ahora hay menos seguir a Dios, pero sí hay otros líderes en nuestro optimismo. Porque si confiamos y nos falla, ese es un golpe, sea el padre, el abuelo, Dios, un político, una escritora, un sabio... Todos necesitamos seguir al líder, y si nos engaña eso es siempre un golpe.