«Yo ya paso más tiempo en Balarés que en Valencia»

NOELIA SILVOSA / CAROLINA FREIRE / PATRICIA GARCÍA / S. F.

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ANA GARCIA

ELLOS ELIGEN GALICIA Llevan años veraneando aquí. Un valenciano que huye del «caloret», un matrimonio que lleva casi dos décadas repitiendo y una madrileña que no entiende el verano sin venir

03 ago 2019 . Actualizado a las 23:15 h.

«Estoy impresionado». Así define Javier Lleo lo que siente por Galicia, la tierra que le robó el corazón hace cuatro años y a la que sigue regresando cada verano para disfrutarlo entero. Lo suyo con Balarés fue un flechazo que, como todos, llegó por casualidad y cuando menos se lo esperaba. «Fue por Internet, me vi un verano agobiado en Valencia. Yo he ido muchas veces a Mallorca y a Ibiza, tengo exnovias en las dos islas y quise volver hace cuatro años, pero no conseguí el apartamento que quería. Entonces dije: ‘Voy a mirar’. Y mira lo que es la magia de Internet. Vi la casa de Balarés en la que me quedo siempre, me enamoré de esta tierra y he repetido. He conseguido una amistad importante con los propietarios de la casa, me la alquilan a precio de amigo y estoy encantado con vuestra tierra, por el clima, la gastronomía, la gente... por todo en general», asegura.

Javier pasa en su rincón preferido unos cuatro meses seguidos. Hasta noviembre no tiene trabajo y no piensa abandonarlo antes de mediados de octubre. «Voy a estar aquí todo el santo verano si no surge nada urgente», indica este francoespañol hijo de emigrantes, que nació en París y vivió en Francia hasta que cumplió la mayoría de edad. Allí volvió más veces para trabajar, porque aunque ahora se dedica al sector nuclear, durante años estuvo vinculado al cine, a la música y a la televisión. «Lo último que hice fue con Anabel Alonso y Pablo Carbonell, que rodaron en Valencia El atasco nacional, que emitieron hace poco en TVE. Estuve de coordinador llevando el cásting, pero el cine en Valencia está muy limitado, así que aunque tengo buenos contactos en Madrid -trabajó con Elsa Pataky o Santiago Segura en el cine y con bandas como Chimo Bayo-, acabé cambiando», indica. En aquel momento convertirse en padre joven le limitó a la hora de moverse, pero ahora disfruta de la libertad de un trabajo que le deja muchos meses libres: «Ahora los niños ya son mayores y tengo más tiempo libre para renovarme, conocer mundo y gente nueva». Después de cuatro veranos tan intensos en Balarés, cuando viene se siente como en casa. «Tengo amistades aquí en Ponteceso y en A Coruña. Yo lo considero casi como mi primer hogar. Ahora mismo paso más tiempo en Galicia, aquí en Balarés, que en Valencia». Como ya está asentado no se mueve tanto, pero todavía recuerda su segunda mariscada en A Guarda y sus visitas a Vigo, las Cíes, Portugal y Lugo. «Me queda Ourense, pero iré porque tengo que devolverle la visita a unos amigos», apunta. Por supuesto, también se trae a mucha gente para que conozca el paraíso del que él ya no se quiere desprender: «Ahora tengo a mi hermano, que vino con su pareja y con su hijo, y espero también la visita de unos amigos desde Zúrich, de otro de Madrid y de una amiga en septiembre que viene de la Costa Brava». A pesar de que ya es uno más aquí, sigue maravillado: «Estamos alucinados con lo que tenéis y lo que tenemos en España. Yo fui al Caribe, a un montón de países por Europa, y no conocía Galicia. Es una auténtica desconocida. Y aunque resulte familiar, siempre ofrecéis cosas nuevas y buenas sensaciones».

«De aquí me gusta todo»

Aunque le pillamos en la playa de Balarés, no es su preferida. Javier disfruta de los arenales menos concurridos. «Me gusta más la de O Pendón, con la gruta que tiene, la de Area das Vacas, la de Niñóns... Me gustan las de por aquí, que son más salvajes y vírgenes, porque me tira el tema naturista. Yo practico el nudismo y aquí veo que casi en cualquier playa puedes practicarlo. En Balarés no, porque es más pública, pero en las otras sí, sin molestar a nadie». Precisamente es eso, la calma, lo que más valora de Galicia. «De aquí me gusta todo. La gastronomía es un puntazo, una parte esencial, aunque no la más importante. Lo que más disfruto es la paz y la tranquilidad que tenéis, la no masificación del ambiente. No tenéis la saturación que hay en el Mediterráneo y en las Baleares. Tenéis todo tan virgen, tan natural, hay tanta paz, tanto espacio para todos...», señala Javier, que dice que lo que busca es eso, espacio: «Yo trabajo con miles de personas, estoy rodeado de gente, compartiendo pisos... Y cuando vengo me apetece estar solo para reencontrarme, leer, perderme, meditar... Soy un buscador, me gusta mucho la espiritualidad, y este es un lugar propicio para eso, para tu vida interior, para ser tú mismo, encontrar tu paz, tu creatividad... Yo siempre creí que sería una isla, pero he encontrado en Galicia un lugar que podría ser definitivo para mí. De hecho, la casa está en venta y voy a ver qué piden por ella. Yo me dejo adoptar». Y nosotros, encantados.

«He pasado aquí todos los veranos desde que nací»

A Lucía le viene de familia. Sus raíces están en Galicia, y es aquí donde ha pasado sus veintidós veranos. Sus bisabuelos vivieron toda la vida en la aldea de San Xoán de Vilanova, en Perbes, y su abuela materna nació y se crio allí antes de mudarse a Madrid.

Dos generaciones más tarde, cada mes de julio, Lucía y su familia hacen las maletas dispuestos a abandonar el calor del asfalto madrileño para pasar dos meses en la casa de sus bisabuelos. «Es un alivio que aquí refresque por las noches. En verano en Madrid es imposible pegar ojo, o salir a la calle antes de las ocho de la tarde».

Lucía confiesa que, de todos los placeres que trae consigo un verano en Galicia, se queda con tres fundamentales: la buena comida, los paisajes y las playas. La tortilla al estilo Betanzos y el raxo son sus platos favoritos, y mejor aún si van acompañados de una cerveza muy fría en una terraza.

Aunque el característico verano gallego no asegura que el sol brille todos los días, aprovecha cualquier ocasión para dar un paseo hasta la cala de Perbes (no en la playa), de arena blanca y fina, o coger el coche e ir hasta Pantín en busca de buenas olas.

Paisajes de leyenda

Además de las playas, Lucía tiene dos citas imprescindibles cada verano. Todos los años visita San Andrés de Teixido y Fisterra por lo menos una vez. Nada que contraste más con un Madrid plagado de edificios que el paisaje de acantilados desde los que contemplar el océano Atlántico perdiéndose entre la niebla.

Para Lucía y su familia, los veranos en «la tierriña» también son sinónimo de buena compañía. «Además de mis abuelos, tenemos más parientes por la zona, y amigos de toda la vida».

Cada año, septiembre significa vuelta a casa, pero siempre con la certeza de que su otra casa seguirá aquí esperándola al año siguiente, cuando empiece a oler a verano e invada la morriña.

«Llevamos 19 años veraneando en Miño»

Miño apareció en las vidas de Carmen y Víctor casi de casualidad. Después de buscar un apartamento en el que poder desconectar los meses de julio y agosto, este matrimonio encontró su pequeño remanso de paz en Miño hace 19 años. «Nos gustó porque la autovía nos dejaba directamente en el pueblo y era muy tranquilo». Allí plantaron la sombrilla con los padres de Carmen, José Luis y Fina, y con Mateo, su pequeño de 13 años. «Tiene todo lo que necesitas para disfrutar de unas buenas vacaciones: te olvidas del coche porque puedes bajar andando a la playa, es muy tranquilo para que los niños puedan jugar a su aire y casi siempre hace buen tiempo», cuentan.

CESAR DELGADO

Los abuelos y Mateo no perdonan un día de verano: el más joven de la familia pone rumbo a Miño nada más acabar las clases. En agosto es el turno de que Carmen y Víctor deshagan las maletas. «Cuando llego aquí guardo el móvil en la mesilla y casi me olvido de él hasta que tengo que volver a trabajar», cuenta Víctor. De sus veranos en Miño se quedan con los días en la playa: «A todos nos gusta muchísimo y lo bueno es que aquí ya tenemos nuestro sitio favorito». «Bajamos un rato por la mañana y al mediodía, cuando subimos a comer, no perdonamos parar antes por el camino para tomar el aperitivo». Por la tarde, segunda tanda de arena y paseos a orillas del mar. «Esta no es una playa problemática, aquí puedes dejar las cosas tranquilamente e irte a dar un paseo sin preocupación», apunta Carmen.

Grandes amigos

Pero si hay algo que valoran de estos 19 años fieles a su lugar de veraneo es la gente que conocieron en todo este tiempo. Para esta familia de Lugo es casi como un segundo hogar: «Después de 19 años veraneando en Miño hicimos grandes amigos. Al final nos vamos conociendo todos, porque más o menos vamos a los mismos sitios, en la playa conoces a tus vecinos de toalla, los ves todos los días y acabas creando un vínculo. Por ejemplo, hay gente que conocimos aquí que acabaron viniendo a la Comunión de Mateo».