Y tú, ¿cómo concilias con tu perro?

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MARCOS MÍGUEZ

SON UNO MÁS DE LA FAMILIA Hay que mirar por su cuidado como si de un hijo se tratara. Así que si no hay dos ojos en casa vigilando sus pasos, a veces hay que buscar solución, que puede pasar por dejarlo con la familia, con un canguro o matricularlo en la escuela. Lo que sea para evitar mordiscos inesperados

03 dic 2018 . Actualizado a las 09:59 h.

Kiara (la perrita pastor alemán de año y medio de la foto) no se pierde una. Sus dueños, Lorena y Esteban, la llevan a todas partes. «A no ser que sepamos que vamos a ir a comer a un restaurante y vayamos a estar dos horas o a un centro comercial que no puede pasar, pero si no viene a todo», explica Lorena.

MARCOS MÍGUEZ

Lorena y Kiara: «Si es para pasar media hora siempre la llevo conmigo, hasta a hacer la compra»

No miente. Kiara va hasta a hacer la compra. «Sí, sí, si es para media hora la llevo siempre en el coche. La dejo con las ventanillas un poquito abiertas y queda tranquilísima», añade su dueña. Esta conciliación con la vida doméstica es posible (ahora) porque Kiara se porta muy bien. Al principio no era así. «Tenía mucha ansiedad. Nos ha llegado a romper un sofá cuando era cachorro», explica. A Lorena los mordiscos de Kiara no le pillaron por sorpresa. Ya había tenido otra mascota que hincaba los colmillos donde no debía.

Pero cuando Kiara le echó los dientes a un mueble, su pareja se movió para ponerle solución. Y así fue como dieron con Óscar Roel de D Cans School, un centro canino de Sada. Comenzaron yendo con ella a clases sueltas varias veces a la semana, para que, entre otras cosas, aprendiera ciertas normas de comportamiento, pero por el medio surgió el problema del trabajo de ambos. «Yo estoy encantada, la dejamos de lunes a miércoles desde primera hora, que la lleva mi pareja, y a veces cuando la vamos a recoger a eso de las cuatro de la tarde, aprovechamos para dar alguna clase, otras veces, vamos después... Cuadramos los horarios como podemos», señala Lorena, que está muy contenta del cariño que recibe su animal. «Estamos supercontentos, porque cuando tienes una persona de confianza, que sabes que va a tratar bien al perro, y que entrena con él, que va a estar en perfectas condiciones -añade-... No teníamos otra opción, además de que nuestros padres trabajan, no les dejaríamos ‘ese marrón’». Por no hablar de que Kiara va encantada. Se queda feliz los días que le toca ir ‘al cole’, aunque como todo comienzo escolar también tuvo una fase de adaptación. Poco a poco sus dueños han notado grandes avances y a día de hoy hasta se queda algún rato sola en casa. «Una hora o dos como mucho, no las siete del trabajo», matiza. Eso sí cuando se queda de Rodríguez, le acotan una zona para evitar males mayores. «La solemos dejar en la entrada, que le coge el baño también, y es donde le ponemos la comida y el agua», explica Lorena. Dice que desde que entrena con Óscar se porta muchísimo mejor por la calle, les hace más caso, pero «es muy bruta y no se da cuenta de lo que mide y de lo que pesa, por eso a veces cuando ve niños salta porque los quiere saludar, y consigue el efecto contrario», comenta Lorena.

Con previo aviso y bajo disponibilidad, Kiara también se puede quedar los fines de semana en la escuela. «Nosotros solo tuvimos esa necesidad una vez, pero te da muchísimas opciones, no tienes problema, a no ser que ya tenga otros perros y tenga ocupado el cupo», dice Lorena, que señala que también es una opción válida para aquellos perros a los que no les llega la terapia un par de días a la semana y necesitan un intensivo. Como la convivencia de Lorena y Esteban con Kiara, porque, «si no estamos trabajando, siempre está con nosotros».

ANGEL MANSO

Mariquiña y Mincha: «Paso la noche en vela por si se despierta»

La pequeña Mincha duerme en una cuna de cartón. Acurrucada sobre una mantita descansa del otro lado del mostrador del estanco de María Bazarra. Mariquiña, como la conocen todos sus amigos ?«mi marido es el único que me llama María»?, acaba de estrenarse como dueña y cuidadora de esta pequeña cocker spaniel de color marrón. Después de criar a cuatro hijos, de 16, 15, 12 y 8 años, Mariquiña sabe bien lo que es conciliar, más ahora con la pequeña Mincha en la familia. «Tengo cuatro hijos varones y Mincha es mi compañera de fatigas», cuenta con una sonrisa mientras mira con ternura a esta cachorrita. Por la puerta de su estanco, junto a la plaza de San Nicolás, en A Coruña, entran muchos curiosos que quieren conocer a Mincha. «Me preguntan: ¿La puedo ver? Y yo feliz de enseñarla». A Mariquiña se le cae la baba.

«Mincha llegó a nuestras vidas porque Juan, mi hijo de 12 años, llevaba tiempo pidiéndonos un perro. Cuando asumí que lo podía cuidar, que estaba convencida de que iba a poder prestarle toda la atención que necesitan, dimos el paso», explica Mariquiña. Verla le trae a la mente buenos momentos: «Me hace recordar mi época de cuidado de los niños, cuando eran más pequeños. Siento la necesidad de protegerla, de darle cariño». El primer día que la cogió en los brazos le robó el corazón: «La miré y pensé: ‘¿Cómo voy a dejarla sola en casa tan pequeña?’». Mincha casi siempre está con ella. «Si la dejo en casa, con cuatro niños, siempre hay alguien que se encargue de cuidarla. Pero la mayor parte del tiempo está conmigo».

HACEN LOS RECADOS JUNTAS

Por la mañana bajan juntas, Mincha en su bolsita, y las dos hacen todos los recados antes de entrar a trabajar. En el estanco, Mincha está en su cuna o dando un paseo por un espacio acotado que le prepara Mariquiña. «Se lo cerco y ahí está, con sus mordedores y sus juguetes», apunta. En casa, Mincha «es una más de la familia». «Cuando veía a otras personas que tenían perro nunca pensé que le pudieses llegar a querer tanto, pero pasa. Cuando cogí en brazos a Mincha pensé: ‘Tengo un bebé’», confiesa. La perrita es el centro de atención: «Todas las conversaciones en la familia giran en torno a ella. Si comió, si hizo tal cosa… Nos tiene a todos enamorados».

Ella había tenido un perro cuando era pequeña. «Pero en los últimos años no. Criar a cuatro hijos ya es bastante», sonríe. ¿Y cómo está siendo la adaptación a la pequeña de cuatro patas? «Me está costando, pero merece la pena. Lo peor es por la noche. Mis hijos ya son mayores y hace mucho que no pasaba tanto tiempo despierta. Pero ahora vuelvo a pasar la noche en vela y estoy pendiente por si se pone a llorar para hacerle un poco de compañía», confiesa Mariquiña. Conciliar, por ahora, le resulta fácil. «En mi caso sí porque soy la jefa, vengo a mi negocio con ella y me amoldo a lo que hay. Tampoco coinciden con el trabajo sus horarios para comer: desayuna antes de venir y come cuando llegamos a casa», apunta. «Por ahora en todos los sitios en los que he entrado no he tenido problema. Pero supongo que es algo que iré viendo con el tiempo, cuando sea más mayor. Aquí siempre dejé entrar a los perros, aunque la gente siempre pregunta antes». En casa Mincha es la reina. ¿Algún celo entre los cuatro hijos? «No me lo dicen directamente, pero un poquito sí que se celan y me dicen ‘mamá, deja a Mincha que ya le has dado muchos besos hoy». 

Mauricio y Yuma: «Tengo una especie de custodia compartida»

«Le encanta la hora del café». Yuma mira intensamente todo lo que pasa a su alrededor desde el regazo de su dueño. «Está muy humanizada», cuenta con orgullo Mauricio. A su lado está Ana, amiga de Mauricio y otra de las cuidadoras de Yuma. «Tenemos una especie de custodia compartida». Por la semana, Yuma duerme en casa de Ana. Y durante el día y los fines de semana pasa el tiempo con Mauricio. «Lo hacemos así para que nunca esté sola», explican. «Tengo un laboratorio de ortodoncia justo debajo del piso de Ana, y cuando tengo que hacer alguna salida se viene conmigo. Intento estar con ella siempre que puedo. La llevo a hacer recados (le encanta ir en la moto) o a correr. Es parte de mi vida», reconoce el dueño de esta pequeña de orejas negras y cara de buena.

LOS PLANES

La pequeña de tres años y medio llegó a la vida de Mauricio cuando una amiga se tuvo que ir a vivir a Suiza. «La tuve conmigo un mes a prueba, a ver si era capaz de adaptarme a sus ritmos, si tenía tiempo de cuidarla», confiesa. «Está muy acostumbrada a estar con gente. Cuando quedamos con amigos se siente feliz, le encanta que le den mimos. Pero también tiene su parte independiente», asegura Mauricio. «No hago planes sin incluir a Yuma. No es la primera vez que no bajo a cenar con algún amigo porque no dejan entrar perros en ese restaurante. Ahora, por ejemplo, estamos buscando una casa para pasar fin de año y la condición es que admitan animales para que Yuma también pueda disfrutar de la fiesta como el resto». Mauricio se la lleva de viaje, «en Lisboa se lo pasó de maravilla», y a todas las actividades que practica al aire libre: a escalar, a correr, en barco… Yuma es una perrita deportista. Es fácil verla, con la misma cara de felicidad con la que pasa la tarde en una cafetería, disfrutando sobre una tabla de pádel surf o navegando. «La palabra mágica es ‘¡Vamos!’. Cuando se lo digo ya sabe que hay fiesta», explica Mauricio.

En su día a día, y con la ayuda de Ana, consigue que Yuma se sienta querida. Pero echa de menos algunas medidas que ayuden a la conciliación animal. «Por ejemplo, en los supermercados no suelen tener dónde dejar a los perros. Y a veces no entro porque me da miedo dejarla sola en la puerta. Se puede poner nerviosa y escapar corriendo o puede que se la lleve alguien. Es un gesto que no cuesta mucho y que las personas que tenemos perro lo agradeceríamos». Cuando tiene que hacer algún recado rápido, Mauricio también tira de la ayuda de Carmen, la dueña de Mi Bicho, una tienda de cuidado de mascotas en las galerías de Médico Rodríguez, en A Coruña, muy cerca de donde trabaja. «Se la dejo un momento mientras hago alguna entrega», explica.

Yuma se mueve por la plaza de San Pablo como pez en el agua. Ahí tiene a su pandilla perruna. «Por la noche nos reunimos todos los dueños de perrillos del barrio y jugamos con ellos, a veces cae una cañita los viernes», cuenta Mauricio. «Hay que organizarse para darle vida social». Con Yuma han vivido muchas emociones. Ana recuerda el día que la pequeña perra fue mamá. «Fue un momento muy bonito, se apoyaba mucho en mí y sacó un instinto maternal que no habíamos visto». En casa de Ana, Yuma la tiene totalmente conquistada: «Sabe que es la reina del piso. Ella es la que elige sitio en la cama y la que manda». Se acaba la hora del café y es hora de salir a la calle. Le ponen su chubasquero y Yuma mueve el rabo con ganas de más. Mauricio la llama. Pronuncia la palabra mágica: «¡Vamos!».