









Vecinos de Tomiño y Valença asisten al rito ancestral que bendice los barcos y las redes en un río asfixiado por las especies invasoras y la falta de dragado
23 abr 2025 . Actualizado a las 18:05 h.Las aguas del Miño acogieron de nuevo uno de los rituales más antiguos que unen a ambas orillas del río. Este lunes de Pascua, el Lanzo da Cruz volvió a desplegar su simbolismo ancestral entre plegarias, redes y la voluntad de proteger no solo a quienes viven de la pesca, sino también al propio cauce que les da sustento. Decenas de personas se reunieron en las márgenes opuestas de Sobrada (Tomiño) y Cristelo Côvo (Valença do Minho), donde el agua deja de ser frontera para convertirse en abrazo.
El Lanzo da Cruz fusiona lo pagano con lo sagrado. En este acto, los pescadores y los sacerdotes de ambas parroquias se encuentran para bendecir las embarcaciones y las redes y asegurar un buen año de pesca. En retorno, los barqueros entregan la primera lamprea como ofrenda al sacerdote. Es un intercambio simbólico que ha perdurado durante siglos y que sigue siendo un pilar de identidad para estas comunidades.
Este año, una de las grandes novedades fue una embarcación tradicional que ha sido cuidadosamente restaurada por un vecino de Sobrada. Data de hace casi medio siglo y fue recuperada para el evento gracias a su esfuerzo personal y su vínculo con la memoria fluvial del entorno. El barco, originalmente de madera, fue recubierto con poliéster para protegerlo del paso del tiempo, pero manteniendo su forma tradicional con una proa afilada, característica de las embarcaciones de pesca del Miño.
El uso de esta embarcación restaurada sirve como homenaje a generaciones pasadas y también como un símbolo de resistencia ante los tiempos modernos, dado que el Miño atraviesa una crisis ecológica. El Lanzo da Cruz de este año se celebra en un contexto de creciente preocupación por la proliferación de especies invasoras como la lavaza. Junto con la falta de un dragado adecuado, está afectando a la calidad del agua del río y a su biodiversidad.
Ante este panorama, el Lanzo cobró más fuerza que nunca como un rito de renovación de la esperanza. La historiadora Natalia Jorge Pereira lo resume así: «Os lances eran unha tradición común en toda a ribeira do Miño. Só se conserva aquí. É un exemplo único de como o río une as dúas beiras. Hai simboloxía, fe e historia. O abrazo dos padres no medio do río representa esa unión transfronteiriza».
Este valor simbólico y cultural ha motivado incluso a las autoridades lusas a dar un paso más: Portugal ya ha iniciado el proceso para que el Lanço da Cruz sea declarado Patrimonio Cultural Inmaterial, subrayando la urgencia de proteger no solo la tradición, sino también el ecosistema que la sostiene. Desde Galicia, asociaciones y vecinos reclaman que se promueva una candidatura compartida, como símbolo de una identidad común que trasciende fronteras.
El evento comenzó, como ya es tradición, con un colorido preludio. Un desfile de tractores y chimpines engalanados que recorrieron las calles de Sobrada y Cristelo Côvo. A lo largo de la jornada, los grupos musicales locales como Reboada, Arroutada y Airiños do Cereixo animaron a los asistentes, mientras se disfrutaba de la tradicional chourizada, en un ambiente festivo que combinó lo religioso con lo social.
El momento culminante llegó sobre las seis, cuando los sacerdotes cruzaron el río, llevando la cruz entre las dos orillas. A su llegada, el religioso bendijo a los pescadores y sus redes, mientras los barqueros lanzaban estas últimas al río. El intercambio, que tiene lugar en el corazón del Miño, es un símbolo de bendición y protección frente a los peligros que siempre han acechado a los pescadores. Para completar esta edición, un mural pintado por las artistas locales Bil Rivas y Sabela Pazo fue inaugurado en el cruce de Escampados, un lugar simbólico del pueblo. Este mural de 6 por 2 metros representa la conexión espiritual entre el río y la comunidad, destacando la figura de la lamprea como símbolo de la mitología local.