Cuatro meses y dos días

José Vicente Domínguez
josé vicente domínguez LATITUD 42°-34?, 8 N

GONDOMAR

23 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

E sta semana desembarcaron en Barcelona ciento y pico de cruceristas que habían permanecido a bordo de un crucero de lujo desde el 14 de marzo. 37 sin pisar tierra. Pobres. «No nos querían en ningún puerto», decían apenados.

Cuando leí la noticia, en esta época de duros confinamientos, acudió a mi mente la estancia más larga que barco alguno conocido haya estado en la mar sin ver tierra. Sí, sin poder contemplar algo más que cielo y agua salada durante cuatro meses y dos días: 122 días sin tener tierra a la vista.

El barco se llamaba Gondomar. Un buque factoría gigante de 110 metros de eslora, en el que 80 tripulantes gallegos compartieron el aislamiento marítimo más largo que se conoce, lejos de la visión de la costa.

¿Cómo fue posible soportar tanto tiempo sin pisar ni ver tierra? La explicación está en la condición humana de esos hombres que, permítaseme que lo diga, forzosamente tenían que ser gallegos. No exagero. Les cuento. En mis días de viajero por el mundo en busca de oportunidades de negocio, me fui a Islandia en compañía de Enrique Mauricio; buen amigo y gran profesional de la pesca. Allí nos esperaba el empresario Magnus Sidgursson; un islandés pelirrojo con el que solíamos hacer negocios de compra de bacalao. En la primera factoría de bacalao que visitamos, un viejo lobo de mar que abría o fileteaba el bacalao a mano con un cuchillo y sin siquiera mirar las piezas, al saber que éramos gallegos, con sus gastados, brillantes y pequeños ojos azules, soltó una expresión en su idioma: Járnkarlar!

Nuestros conocimientos del islandés no pasaban de decir gódan daginn (buenos días), de manera que Magnus nos tradujo járnkarlar como hombres de hierro. Ese era el concepto que aquel viejo lobo de mar tenía de los marineros gallegos que se dedicaban a la pesca; como también así me lo recordaba Alfredo Conde al leer su última novela, titulada Homes de ferro.

Sin duda, había que ser de hierro para soportar jornadas de trabajo de casi esclavitud: 17 horas un día y otras 18 horas el siguiente, cual es el cómputo de hacer guardias en tres turnos de seis horas cada una. Y así un día y otro, deseando que nunca fallase la pesca y rellenar cuanto antes las dos mil toneladas que cabían en las bodegas del buque, para que, económicamente, la campaña resultase exitosa.

Y así fue como entre los años 1977 y 1978, los ochenta tripulantes del factoría pesquero Gondomar, del que yo era el joven capitán, pudieron soportar 122 días sin ver tierra. Por aquel entonces, no había televisión y tampoco teléfonos móviles, ni tampoco tiempo para usarlos. Sin duda se trataba de verdaderos homes de ferro, a los que con estas líneas quiero rendir homenaje.