El poder vigués acaba tirado por los suelos

VIGO

Oscar Vázquez

En un pleno soso, el bastón de mando se rebeló y se cayó de la mesa presidencial

18 jun 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Un murmullo nervioso se expande a toda velocidad por el auditorio del Concello de Vigo como una niebla que empapa todo a su paso. A Abel Caballero se le congela en la cara una sonrisa incómoda, como si hubiera alguien apretándole muy fuerte donde más le duele —el orgullo— y él intentase disimular sin éxito. Situémonos. El pleno de investidura acaba de comenzar. La sesión la dirige la mesa de edad, formada por el concejal más veterano y el más joven. Son Abel Caballero (76 años) y Ana Laura Iglesias (33). Igual que hace cuatro años. Igual que hace ocho. Es el día de la marmota, aunque a la marmota le van saliendo canas. Ellos dos y el secretario del Concello, José Riesgo, están sentados detrás de una mesita, que claramente es demasiado pequeña.

Y entonces sucede algo imprevisto, lo único que se sale del guion en esta sesión, que es tan emocionante como una lectura del BOE. Sobre la mesita, el bastón de mando, gran símbolo del poder municipal, echa rodar como si tuviera vida propia y quisiese decir algo, a saber qué. Tanto rueda que acaba en el suelo. Se extiende el murmullo, la sonrisa del alcalde se congela más incómoda que nunca y hay quien quiere apreciar un simbolismo —un presagio, exagera alguien— en el hecho de que la vara de mando inicie en el suelo el quinto mandato de un hombre que lleva 16 años agarrándola con fuerza. Para darle un toque de dramatismo al momento solo falta que estalle un trueno o que grazne un cuervo. Pero nada de eso sucede y Ana Laura Iglesias se levanta rauda a recoger el bastón, lo deja bien cerca de Caballero y la sesión vuelve al tedioso guion del BOE.

«Cada vez menos xente». Cuantas más sesiones de investidura acumula Abel Caballero, más emoción se esfuma del salón de plenos. Lleva ya cinco. En ninguna había pasado que hubiese tantas butacas vacías, o que nadie interrumpiese un discurso en algún momento, para aplaudir o para increpar. Algo. Por no haber, ni siquiera hay nadie protestando en la Praza do Rei. «Cada vez vén menos xente», confiesa un policía, satisfecho.

Oscar Vázquez

El pesar. No son días fáciles para Javier Pardo y Carmela Silva. Son concejales del PSOE, tenientes de alcalde y cuñados. El primero estaba casado con Fini, hermana de la segunda. Fini falleció la semana pasada. Ayer mismo lo hizo la madre de Pardo. Al edil se le rompió la voz cuando prometía su cargo. Carmela Silva lo hizo emocionada. El público y el resto de concejales —de todos los colores— les dispensó un generoso aplauso. «Estiveches conmigo, Fini», escribió Silva en sus redes sociales, minutos después de prometer su cargo, mientras la sesión continuaba.

Originales. La ley obliga a pronunciar unas palabras concretas a los ediles que toman posesión de su cargo. Son palabras como «lealtad al rey» o «guardar y hacer guardar la Constitución». Los tres concejales del Bloque remarcaron que lo hacían «por imperativo legal». Tenían que prometer el cargo delante de un volumen de la Constitución de tamaño XXL y ellos portaron un ejemplar del Sempre en Galiza de Castelao en la mano.

Por seguir con los tópicos, todos los concejales de la izquierda prometieron su cargo y cuatro del PP lo juraron. No hay ninguna diferencia legal, pero al segundo verbo se le atribuye un valor más religioso. El popular Miguel Martín, sentado con el nacionalista Xabier Pérez Igrexas, prometió, como si fuese otro edil más de la izquierda. Es nuevo en política.

Pero lo cierto es que cada uno promete el cargo como le parece. Abel Losada lo hizo con una mano en el bolsillo. Manel Fernández, sin corbata. Los nacionalistas añadieron a la fórmula oficial su defensa de los «dereitos e intereses xerais da veciñanza de Vigo e do pobo galego». Carmela Silva agregó: «Particularmente os das mulleres».

El significado del aplauso. En este mundo de despachos que es la política, el momento más épico del día puede ser ese en el que un hombre o una mujer se disponen a juntar y separar repetidamente las palmas extendidas mientras otros los observan. El aplauso puede encerrar significados inefables. Por eso hay auténticos profesionales. Como Antonio Bernárdez, hasta ahora jefe de gabinete de Marta Fernández-Tapias en la Xunta: cada vez que ella habla, él hace sonar ruidosos aplausos desde el público, a ver si alguien se arranca. A la tercera, ya nadie le sigue. 

Vigo es un lugar especial. Nadie encuentra raro que cuando los concejales socialistas se suben al estrado no se acerquen a dar la mano a los del PP y a los del BNG. O que estos dos grupos de la oposición hayan sido ubicados atrás de todo, al fondo, y que nadie pueda ver la cara a sus portavoces cuando hablan porque varios concejales socialistas los tapan. O que los del Bloque no se levanten —ya no digamos aplaudan— cuando Abel Caballero es proclamado alcalde y toma el bastón de mando. Por eso hay un paréntesis casi mágico, inédito, cuando cada concejal va tomando posesión de su cargo ante la Constitución. Sorprendentemente, todos se aplauden entre sí. Parece hasta democrático.

Un señor. Al terminar el pleno, el concejal socialista Pablo Estévez acudió a presentarse a los cinco del PP. «Por si no tenemos muchas ocasiones», les dijo.

Oscar Vázquez

El amor. Que sí, que sí, que también bajo ese pecho late un corazoncito. El hombre también tiene sus afectos. Abel Caballero se quitó el traje de político durante unos segundos y confesó: «Na miña vida persoal o máis importante é Cristina, a miña dona». La mujer, que había entrado en el salón de plenos escoltada por el exconcejal Cayetano Rodríguez, acogió el golpe con su habitual estoicismo.