Ocurre mucho en el agosto vacacional, cuando se reúnen amigos distanciados. Se abre el lunes un grupo de WhatsApp con el asunto «Comida domingo». Se agregan participantes y se lanza la intención de quedar. El promotor sugiere reservar ya en un restaurante determinado para las dos. Uno dice que no puede, que tiene que tomar el aperitivo con su familia. Se retrasa el tema. Venga, en vez de a las dos, que sea a las tres. Otro, ya por la noche, suelta: «A mí me va mal el día». Sin especificar. Y uno más advierte que no le han hablado bien del restaurante elegido. El resto del grupo, en silencio. Se paraliza todo. El líder plantea el miércoles la pregunta: ¿cómo hacemos? Silencio de nuevo. Dos horas después, no hay movimientos. Bueno, sí, uno: el que dice que le vale cualquier local pero que tenga sitio para un carrito. Pasa el día. Y nada. Empieza la incomodidad. En las respectivas casas se quiere saber si hay o no comida. Uno advierte de la situación. Pero nadie dice a qué local se va. Ni siquiera si se va. Cuando se reanuda la discusión sobre la cita, ya el viernes, un par de parejas han cerrado planes por otro lado. Y el que no podía sigue sin poder. Al final, la comida se aplaza a la siguiente semana. Eso sí, esta vez se va a cerrar a la vieja usanza: hablando y no tecleando a través de un móvil con opción a silencio. Cuestión de operatividad.