Javier Lois Aragunde: «Para protexerse dos piratas do Índico, os barcos acabaron parecendo cárceres»
SOMOS MAR
Pasó 38 años en África y se despidió del mar en el Atlántico; «tiven unha boa vida»
26 mar 2022 . Actualizado a las 20:20 h.Había trazado su rumbo en tierra, pero a Javier Lois Aragunde las cosas no le salieron como había imaginado. «Eu quería traballar na caixa de aforros», recuerda ahora, echando la vista atrás. Pero no tenía padrinos, dice, y en aquel tiempo, sin contactos no se iba a ningún lado. Así que no se lo pensó dos veces y, despechado por cómo funcionaba el mundo, se lanzó al mar. Tenía 16 años y ni un poco de experiencia cuando se subió a un barco de pesca que iba para San Sebastián. Y allí se enroló en otro que ponía rumbo a África. Comenzaba un viaje apasionante. «Tiven unha boa vida. Non me arrepinto de nada», dice este cambadés de tez curtida.
Tiene las cuentas bien echadas: pasó 38 años navegando alrededor del continente africano. Primero a bordo de tangoneros, barcos especializados en la captura de gamba. Fue en esos barcos en los que empezó a demostrar su capacidad de liderazgo, una cualidad que lo convirtió en contramaestre, un cargo del que ya no se iba a apear.
«A pesca da gamba é un oficio bonito, pero tes menos descanso e os barcos son máis pequenos», cuenta. Los compara con el oficio y los barcos que se dedican al atún, a los que él se cambió de joven y en los que pasó casi toda su vida en el mar. Primero en la empresa Atunsa y después en Calvo. Reconoce que el trabajo le apasionaba. Esa devoción por lo que hacía solo flaqueaba cada vez que se acababa su tiempo de descanso y tenía que volver a embarcar durante semanas y semanas —hasta ocho meses podía durar una campaña—. «Cando marchaba da casa so me despedía da miña muller, pero non quería ver nin aos meus fillos nin aos meus pais... Tiña medo de chorar diante deles. E logo, no barco, botabas unha semana mal», recuerda ahora, esbozando una sonrisa. «Nos meus últimos anos no mar xa a cousa estaba mellor, pasaba catro meses faenando e catro en terra. Aí xa respirabas algo máis, levábase mellor».
Claro que, para entonces, Javier ya no estaba en África: cambió el Índico por el Atlántico cuando en los mares del Sur los piratas se convirtieron en un problema serio. «Eu, por sorte, nunca tropecei con eles», relata. Pero sí sufrió las consecuencias de su violenta actividad. «Tiñamos un servizo de protección no barco. O atún péscase durante o día, e pola noite normalmente descansabas, tomabas algo cos compañeiros, vías unha película, saías pescar un pouco... Pero cando empezou o tema dos piratas, para protexerse, os barcos acabaron parecendo cárceres. En canto se facía de noite había que apagar as luces, non podías facer nada», relata. Así que en cuanto tuvo ocasión dejó el Índico por el Atlántico. Más tranquilo y más cerca de casa. Aunque fue en este mar donde se llevó el único gran susto de su vida profesional: se incendió el motor. «Algo non se fixera ben; foi un problema por un fallo de experiencia da xente», relata. «Foi ás dúas da mañá. Saía do camarote e era todo fume». Afortunadamente, «apagouse rápido e salvamos o barco», señala.
«A pesca do atún ten algo de caza, e ás veces os peixes son máis listos ca ti e non os colles»
Asegura Javier que la pesca del atún tiene «algo de caza». En los barcos hay profesionales que van oteando el horizonte, vigilando si aparece alguna mancha de pescado en la que merezca echar el aparejo: enormes redes de varios kilómetros. Hay veces en las que «os peixes son máis listos ca ti e non os colles», asegura con una sonrisa el veterano contramaestre. A su juicio, que un barco funcione bien o mal depende siempre del equipo humano: es un capital que no se valora lo suficiente. Desde su cargo de contramaestre, de él dependía escuchar a la gente, saber qué se le podía encargar a cada uno, conocer sus cualidades. Pero para mantener la armonía también resulta fundamental que entre los mandos y la tropa exista un trato de respeto mutuo. «E moitas veces, nos barcos, iso non pasa. Por exemplo, non pode ser que uns beban auga embotellada e outros non. Que uns coman unha cousa e outros outra. Non estamos todos traballando, non somos todos persoas?». Ese tipo de cuestiones le provocó algún que otro conflicto, ya que Javier no puede soportar «ese tipo de inxustizas». De todas formas, este lobo de mar asegura haber tejido en sus largas singladuras lazos casi familiares. Mantiene el contacto con muchos de sus compañeros, y sabe que uno de ellos, natural de Ghana, le puso Javier a uno de sus hijos. Es un honor, señala.
Ahora, anclado ya en su Cambados natal, el contramaestre retirado disfruta de un descanso que se ganó a pulso. Camina, charla, y no puede evitar ir, de vez en cuando, a echar un vistazo a quienes cosen redes del cerco. De forma periódica se reúne con sus viejos compañeros de aventuras en el mar, esa familia que se formó con las mareas.