La desaparición de especies de la ría, los incendios forestales y los estragos en los cultivos agrícolas son las consecuencias que constatan científicos y trabajadores del mar y la tierra
10 ago 2021 . Actualizado a las 02:24 h.«Estamos en un contexto de cambio climático, hemos cambiado la composición de la atmósfera», declara de forma contundente Juan Taboada, meteorólogo y trabajador de MeteoGalicia. Según European Data Journalism Network (EDJNet), la temperatura media anual en la ciudad de Vigo se ha incrementado en 1,1 grados desde los años 60. «Lo que estamos viendo en Galicia, y en Vigo en particular, es que las temperaturas están subiendo unos 0,2 grados por década», explica Taboada. «Aunque no lo notemos en el día a día», prosigue, los datos demuestran que sus consecuencias ya están aquí.
El ser humano emite una gran cantidad de gases de efecto invernadero, y eso produce la alteración del entorno climático. Es cierto que con el transcurso del tiempo, las condiciones climatológicas de la Tierra cambian de forma natural. Es decir, el clima cambiaría aunque el ser humano nunca hubiese pisado la superficie terrestre. Pero aunque el futuro de la Tierra no esté solamente en manos de las especies que lo habitan, el uso que estas hagan de los recursos va a condicionar también la supervivencia de los diferentes hábitats.
Una variación de temperatura de un grado puede sonar anecdótica, pero no lo es para las especies marinas que habitan las costas. Según Eva Velasco, investigadora del Centro Oceanográfico de Vigo, «en el mar las variaciones están ocurriendo a un ritmo diez veces más rápido que en tierra». Se nota, sobre todo, en la supervivencia de los bosques de algas. Estas macroalgas funcionan de forma semejante a los montes y bosques en tierra firme, dando cobijo y alimento a muchos individuos, como las sardinas o los pulpos.
«Las especies de algas afines a aguas frías van a ser reemplazadas por otras más tropicales», predice Marisela Des, investigadora del EPhysLab (Laboratorio de Físicas Ambientales) de la Universidad de Vigo. Des trabaja realizando predicciones futuras sobre el ecosistema marino, pero la destrucción de la vegetación marina es ya un problema del presente: las laminarias, que antes abarrotaban la ría, van en camino de la extinción. Las algas Laminariales son las principales proveedoras de hábitat, refugio y nutrientes de los peces, moluscos y crustáceos de aguas frías.
La alteración del ecosistema y la escasez de alimento podría ser también una de las causas por las cuales las campañas de pesca de pulpo se vieron gravemente afectadas en los últimos años. Otro motivo sería su marcha hacia otras zonas: «Con el aumento de temperatura, algunas especies intentan exportar su rango de temperatura óptimo, yéndose hacia el norte o hacia zonas más profundas», explica Velasco. Pero «un pulpo no puede vivir a 300 metros de profundidad», así que no le quedaría otra que irse hacia zonas septentrionales.
Por suerte, las Rías Baixas gozan del fenómeno del afloramiento en determinados puntos, en los que masas profundas de agua emergen enfriando la superficie. El afloramiento explica la fertilidad de las aguas gallegas y, según Des, está funcionando como «un amortiguador del cambio climático». Aun así, los datos constatan que el fenómeno no es capaz de reducir el impacto del calentamiento de las aguas al cero.
La investigadora del Ephyslab ha demostrado en sus investigaciones que «la temperatura de las Rías Baixas es aún óptima para el mejillón», cuyo rango de confort va de los 14 a los 20 grados. Pero algo está fallando, porque los bateeiros también están viendo mermadas sus cosechas: «La cría en estos últimos años está siendo un problema, está débil y no crece casi nada», se aqueja Dolores Gómez, presidenta de la asociación Mulleres do Mar de Arousa.
Marisela Des y su equipo propusieron un origen al debilitamiento del marisco en una investigación publicada recientemente: durante el fenómeno de afloramiento, el calentamiento de las capas superficiales puede reducir el intercambio de nutrientes con las masas más profundas. Esta teoría encaja con la situación del marisqueo en la ría de Vigo: «Cada afloramiento es menos intenso que el anterior, en la playa de Canido antes había almeja y ahora prácticamente no queda», manifiesta el patrón mayor de la Cofradía de Pescadores de Vigo, Iago Soto.
La mortandad de los bivalvos ha dado mucho de qué hablar en los últimos meses, y también tiene su origen en el cambio climático. Aunque la cantidad de lluvia acumulada al año no muestre «ninguna tendencia significativa», señala el meteorólogo Juan Taboada, sí «se ha vuelto más torrencial». El bajón repentino de salinidad del mar, causado por «el aumento violento de las descargas de agua dulce de los ríos», indica Des, es una importante causa de la muerte masiva de las almejas.
La humedad extrema hace enfermar a la vid y los cultivos agrícolas
La torrencialidad de las precipitaciones también tiene sus consecuencias en tierra: «Nuestros suelos están adaptados a una lluvia fría y constante», explica Antón Lois, portavoz en Vigo de la ONG ecologista Amigos de la Tierra. La tierra es incapaz de retener tanta agua de golpe, causando problemas en «la agricultura, la ganadería o la vid», enumera. Y en la zona de O Rosal, que produce cada año millones de botellas de vino denominación de origen Rías Baixas, se está notando. Los viñedos de Terras Gauda están sufriendo estas «lluvias más intensas y granizos, menos repartidos e más concentrados durante el años», cuenta Emilio Rodríguez, director técnico de la bodega.
En la vid no solo están apareciendo «plagas de insectos típicos de zonas más cálidas a las que no estamos habituados», sino que «la lluvia intensa con temperatura suave es la condición perfecta para que enfermedades como el mildiu o el oídio se reproduzcan», se queja Rodríguez. Para erradicar los males de las cepas, se utilizan insecticidas que contienen una gran proporción de gases invernadero, por lo que el impacto es acumulativo.
Por otro lado, el viticultor constata que el aumento de la temperatura media a causa del cambio global está «mejorando la maduración de la uva», pero en contrapartida, «la hace más dulce, reduciendo la acidez que es marca de la casa de los vinos de O Rosal». Las bodegas se adaptan, como siempre pasó en otoños de buenas y malas cosechas, a las actuales condiciones climáticas. Lo que los viticultores temen es que el progresivo aumento de temperatura y la escasez de lluvias ejerzan un daño irreparable en los viñedos.
La agricultura de la zona está viviendo un año «totalmente nefasto». Así lo describe Ibana Soto, que administra una plantación ecológica en Coiro (Cangas) para vender los productos a restaurantes e individuales bajo la denominación EdeCOiro. Para el cultivo que prescinde del uso de insecticidas la humedad y las altas temperaturas son la sentencia de muerte para muchas frutas y hortalizas. La cosecha de temporada, de tomate, judía, pimiento de padrón o lechuga está totalmente estropeada: «De lo que antes sacaba treinta kilos, ahora saco ocho», sostiene Soto. Pero es que hasta las especies que se ven beneficiadas por el calor, como la sandía, la calabaza o el calabacín, están siendo exterminadas por virus como el oídio.
«Llevo más de 10 años en esto, y no recuerdo ningún verano tan malo, se mueren hasta los tomates cherry», se queja la agricultora, que calcula una productividad del «30 % por debajo de un año normal». El cambio de tipicidad de las lluvias y el aumento de temperaturas ha alterado los ciclos anuales: «Ya no hay cultivos específicos por estaciones, está cambiando todo y ahora tenemos que ir probando a plantar las especies unos meses antes, a ver si funciona», explica.
La otra cara de las lluvias torrenciales es la posterior sequía que las acompaña. La sequedad de la vegetación, junto al abandono del medio rural, son las grandes causas de las catástrofes forestales que sufren los montes gallegos habitualmente. Xosé Antón Fernández trabaja en el área de uso social de la mancomunidad Montes de Vigo, que aglutina los 14 montes del concello; un 17 % de la superficie total del municipio. Antón recuerda la catástrofe ocurrida en el 2017, cuando «ardió casi un tercio de los montes de Vigo».
La ecóloga Otilia Reyes, que estudia las perturbaciones que causan los incendios en la comunidad vegetal, explica la situación como una «retroalimentación» que toma forma de «espiral»: «Cuando hay un incendio, se liberan a la atmósfera toneladas de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero». Estas emisiones contribuyen al efecto invernadero y, por consiguiente, al cambio climático, que provoca un «aumento de la temperatura media y una reducción de las precipitaciones», continúa. Ambas condiciones «favorecen que la vegetación esté más seca y sea más combustible». Por lo tanto, el efecto invernadero se reproduce exponencialmente en cada ola de incendios.
Poco se puede hacer ya para invertir el impacto ambiental en los montes; el daño ya está hecho. Para contener incendios como el del 2017 «solo procede tomar medidas preventivas», sostiene Antón, porque «el ser humano no es capaz de contener» estos grandes fuegos. «Tenemos que estar preparados», advierte, «y poner todos los recursos necesarios de prevención», como la limpieza de los montes o la reordenación del territorio para habilitar espacios que funcionen como «grandes cortafuegos».
Tanto el miembro de la mancomunidad Montes de Vigo como la ecóloga concuerdan en que la educación ambiental es esencial. «El monte es el pulmón de la ciudad», dice Antón, «no podemos olvidar nuestra estrecha relación con el entorno». Sin los montes no tendríamos oxígeno, pero tampoco agua: «Las aguas que bebemos proceden de los manantiales de los montes, que a su vez son filtros que depuran el agua», concluye.
Aún estamos a tiempo
Casi dos mil científicos de todo el mundo se pusieron de acuerdo en 1992 para publicar un aviso a la humanidad en la revista científica BioScience. Demostraron que los humanos estaban causando daños irreversibles en el planeta, motivados por el agotamiento de la capa de ozono, el consumo de agua, la destrucción de la biodiversidad, el cambio climático y el crecimiento exponencial de la población humana. En el 2017, lanzaron una segunda advertencia: no solo se habían ignorado sus consejos, sino que el impacto negativo se había multiplicado a un ritmo alarmante.
«El cambio climático está aquí. Estamos viendo sus consecuencias. Y lo primero que podemos hacer es estudiarlas, conocerlas e intentar buscar medidas para paliarlas», advierte Eva Velasco. Las proyecciones futuras del Ephyslab, que tienen el mismo cometido, nos presentan «opciones para adaptarnos y tomar medidas», comenta Marisela Des sobre sus investigaciones. Para ella, aún no está todo perdido: «Hay cosas que ya están hechas y que no podemos cambiar, pero siempre estamos a tiempo de evitar que sea aún peor».
Los trabajos del Ephyslab predicen que la temperatura de la ría de Vigo podría incrementarse en torno a tres grados hacia final de siglo. Muchas especies incapacitadas para migrar podrían extinguirse. Este sería el peor de los escenarios, pero «todo indica que es al que nos encaminamos», sostiene Des. Existen otros escenarios potenciales: en el mejor de los casos, hacia el 2030 se conseguiría desarrollar «tecnologías que absorban los gases de efecto invernadero», pero solo es una pequeña posibilidad. Lo único seguro es proponer soluciones «que mitiguen el problema».
En MeteoGalicia tienen claro que, mientras «descarbonizamos la energía», tenemos que centrarnos en la adaptación: «Las olas de calor y las lluvias torrenciales van a aumentar cuantitativa y cualitativamente, es algo a lo que tendremos que adaptarnos con el paso del tiempo», argumenta Taboada.