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Un trombo en el canal de Suez

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

SOMOS MAR

DPA vía Europa Press

30 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La globalización engendra monstruos. Colosos marinos como ese carguero que taponaba el canal de Suez, gigantes tecnológicos que se apropian y trafican con nuestros datos o megabancos que monopolizan el tráfico de capitales del sistema financiero. A medida que nos crecen los gigantes, aumenta la impotencia de gobiernos y entes reguladores para domesticarlos. Y cuando se derrumban, acudimos prestos a su rescate para evitar que la inmensa mole nos aplaste. Too big to fail, son demasiado grandes para dejarlos quebrar. Lo cual supone, como cualquier economista sabe, un incentivo perverso: a mayor tamaño, mayores beneficios y menores riesgos, porque si crecen lo suficiente ningún gobierno sensato los dejará encallar.

El caso del buque Ever Given, que colapsó durante días el canal de Suez, es más que una metáfora de la fragilidad de la economía global y del gigantismo con pies de barro. Era un trombo en la arteria por la que fluye más del 10 por ciento del comercio mundial. Similar al coágulo de Lehman Brothers que provocó la trombosis financiera del 2008. Aquel fruto de un accidente, sí, pero ocasionado en última instancia por las extraordinarias dimensiones del buque.

Felipe Louzán, capitán de la Marina Mercante, en un clarificador artículo publicado ayer en La Voz, lo resumía en dos palabras del título: «Demasiado grande». Eslora de 400 metros, manga de 59 metros y 200.000 toneladas de peso muerto. Con una colosal pantalla formada por más de 20.000 contenedores apilados en diez o doce pisos sobre cubierta: una enorme vela a merced de los vientos. Hay un dato especialmente significativo en el artículo: la capacidad de carga de los buques portacontenedores se ha triplicado en los últimos veinte años. Las navieras pugnan por tener el buque de mayor tamaño. Y no para alardear, sino con el sano objetivo de reducir sus costes y maximizar sus beneficios.

Los gigantes del mar siguen creciendo. Al igual que los de la tierra y del éter, a través de adquisiciones, fusiones y absorciones, en busca del monopolio y el poder de mercado. Es la lógica del capitalismo global, enfrentada a la lógica de la supervivencia del planeta. La primera exige buques cada vez más grandes, la segunda requiere menos emisiones y preservación del medio marino. La primera demanda la supresión de regulaciones, la segunda apremia a pisar el freno. Guerra desigual entre multinacionales gigantes cada vez más grandes y estados cada vez más enanos.

Cuando Louzán aboga por parar la carrera hacia buques de mayor dimensión, en realidad defiende lo mismo que los expertos antimonopolio piden estos días al presidente Biden: que trocee las grandes tecnológicas para restringir su poder. Cuando aboga por acercar los centros de producción a los de consumo, también navega a contracorriente de la globalización liberal. Allí apuesta por regular el tamaño de los buques, aquí suena a proteccionismo. Y me temo que, de momento, no van por ahí los tiros. Menos aún después de que el trombo haya sido eliminado.