Este periodo, que finaliza este lunes, queda como una vivencia que marcará a una generación que solo espera no repetir este otoño

Gracia Novás

Italia cerraba las universidades, acuciada por el trágico impacto de la epidemia. Los erasmus españoles comenzaban a plantearse el regreso al hogar familiar. La OMS hablaba ya de más de noventa mil casos de contagio confirmados en el mundo. China finalizaba los trabajos de construcción del hospital Huoshenshan, que había iniciado el 23 de enero, en una demostración de eficacia cuyas imágenes dieron la vuelta al mundo. Era el 4 de marzo. Y ya había pasado un mes desde que la noticia estallara en La Gomera, donde el 29 de enero cinco personas habían sido aisladas en el hospital de la isla tras haber estado en contacto con un paciente diagnosticado de covid-19 en Alemania. Pues ese 4 de marzo el Ministerio de Trabajo publicó una guía para empresas y trabajadores con algunas directrices, medidas preventivas y recomendaciones de actuación ante la eventual aparición de casos de coronavirus en el entorno laboral. La patronal arremetió contra la precipitación, el alarmismo y la irresponsabilidad del departamento que dirige la ferrolana Yolanda Díaz por una iniciativa que tampoco defendieron los sindicatos ni el PP. Ni siquiera el Gobierno, que, presionado, enseguida la desautorizó. Faltaban aún cuatro días para que el 8M tomase las calles, en unas movilizaciones que el Ejecutivo no prohibió, y apenas diez para que Pedro Sánchez anunciase el 14 de marzo la declaración del estado de alarma, que se hizo efectiva ese mismo sábado. Ha pasado un siglo desde entonces, o quizá solo tres meses. ¿Quién sabe medir el paso de las horas en el tiempo de hierro del SARS-CoV-2? En el confinamiento, como en un Gran Hermano, dicen, todo se magnifica. De hecho, olvidadas ya las imágenes más duras de esta pandemia, las tomadas en las ucis o en la morgue del Palacio de Hielo madrileño, hay quien considera todo esto excesivo, un ejercicio desmadrado de autoritarismo, un ataque a las libertades civiles y a los derechos de la ciudadanía.

El 9 de marzo la Comunidad de Madrid suspendía las clases en guarderías, colegios, institutos y universidades por la expansión del virus. Tres días después el País Vasco y Galicia seguían el ejemplo. La Xunta fijaba el lunes 16 como inicio de la medida, pensada para 14 días. Es más, aconsejaba adelantarla: recomendaba a los padres que ese mismo viernes 13 ya no enviasen a sus hijos a clase.

El 13 de marzo Italia superaba los mil muertos por el patógeno, y en España se contaban ya 120 fallecimientos. El Gobierno vasco aprobaba su propia declaración de emergencia sanitaria.

14 de marzo

El decreto. «Hemos tomado la decisión cuando la OMS declaró la pandemia», arguyó la Moncloa para defender la medida del estado de alarma adoptada por decreto, que encerraba a los ciudadanos en sus casas y que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció en una comparecencia televisiva -la primera de una innumerable serie- cuya convocatoria se fue retrasando a lo largo del sábado. Un rígido confinamiento comenzaba, aunque su sorprendente dureza parecía aliviada por el ingenuo horizonte de los quince días que se planteaba como caducidad. El Ejecutivo de Sánchez, y en particular el Ministerio de Sanidad, recentralizaba competencias y se investía de máxima autoridad en todo el territorio estatal movilizando «todos los instrumentos civiles y militares, públicos y privados» para luchar contra la propagación del coronavirus. Quedaba restringida de forma drástica la movilidad ciudadana y se ordenaba el cierre de los negocios que no eran de primera necesidad. Galicia contabiliza ya 115 casos de contagio (el primero se había detectado el 4 de marzo: un hombre de 49 años que había llegado desde Madrid hasta A Coruña para asistir a una entrevista de trabajo) por un total en España de 5.753. Esa misma noche, poco antes de la publicación del decreto en el BOE, el Sergas confirmaba la primera muerte en Galicia por el virus SARS-CoV-2: una mujer de 92 años ingresada en el hospital vigués Povisa y que presentaba patologías previas. El lunes se clausuró la frontera portuguesa. Y ese mismo día Feijoo anunció que suspendía la convocatoria de elecciones autonómicas, que había sido fijada para el 5 abril.

18 de marzo

Responsabilidad civil y ERTE. La ciudadanía encaja con responsabilidad civil envidiable el confinamiento. Aunque los supermercados sufren algunas tensiones en el abastecimiento. El curioso caso del papel higiénico, que desaparece de los anaqueles, es sintomático de una cierta psicosis. En días sucesivos ocurrirá con la levadura, las pipas y otros productos que apuntan al combate contra la ansiedad y al esfuerzo por mantenerse ocupado de quienes afrontan el confinamiento. El paseo de perros y mascotas se convierte en una liberación y un privilegio. Las calles y carreteras se han vaciado de golpe y el Ejército se suma al control y la fiscalización de movimientos. Los ERTE se disparan. El Gobierno moviliza el 20 % de la riqueza nacional para paliar la crisis económica y laboral desatada por el covid-19.

19 de marzo

Un muerto cada ocho minutos. Contagios y muertes crecen exponencialmente en España, que aún sigue muy lejos de su techo. El Gobierno refuerza con 50.000 nuevos puestos la atención médica y hospitalaria. Los sanitarios asumen la primera línea del frente en la batalla contra el nuevo coronavirus. Su batalla cobra tintes heroicos. Se da a conocer que estos profesionales acaparan ya el 12 % de los casos de infectados. El problema de los centros sociosanitarios y de atención a mayores comienza a aflorar (dos días después la Xunta interviene la gestión de los geriátricos privados). También aflora el conflicto de los suministros de material de protección sanitaria, que escasea peligrosamente. Las tensiones del mercado internacional (focalizado en Asia) complican el abastecimiento. Los hospitales refuerzan sus espacios uci, y amplían el número de camas.

  

OSCAR CELA

23 de marzo

Desinfección de geriátricos. Durante las tareas de desinfección de residencias geriátricas en Madrid, el Ejército encuentra mayores muertos o abandonados en sus camas en varios centros. La grave situación de las residencias golpea también a Galicia, con varios centros colapsados. En algunas, los trabajadores se confinan en las instalaciones para proteger a los internos y salvaguardar a sus propias familias. Fallecen 462 personas por covid-19 en 24 horas en España. Sanidad compra en China una partida de test inservibles. El 27 de marzo Boris Johnson, primer ministro de Reino Unido, da positivo en covid.

29 de marzo

Parón total de la actividad. La expansión del SARS-CoV-2 no remite. El confinamiento no parece suficiente. Detectan 200 contagiados en sendas residencias de mayores en Vigo y Cangas. El virus deja en España un muerto cada dos minutos. Con la primera prórroga del estado de alarma, el Gobierno central decreta el cierre de prácticamente todas las empresas hasta el 9 de abril. Solo se permite la actividad en los sectores esenciales, pero la confusión se mantiene en las primeras horas por la improvisación de última hora del Ejecutivo de Sánchez. Casi la mitad de la población mundial está recluida. Madrid, en situación crítica de estrés asistencial, abre en el recinto ferial de Ifema el «hospital más grande de España» destinado a la lucha contra el virus. Solo unos días antes había reconvertido el centro comercial Palacio de Hielo en una morgue provisional que trataba de paliar la saturación de las funerarias, que no podían asumir tan importante número de fallecidos por covid. Albergó un total 1.145 cadáveres. Y aun así fue necesario que a este recinto se sumaran el Palacio de Hielo de Majadahonda y el edificio del Instituto de Medicina Legal.

Ricardo Rubio - Europa Press

1 de abril

Hospitales de campaña. España registra en 24 horas 929 muertes, el techo de esta crisis sanitaria, y supera ya los diez mil fallecimientos, el 20 % del total mundial. Las ucis resisten al límite pero reclaman más respiradores para evitar el colapso. Galicia se acerca al llamado pico gordo. La sanidad privada pone sus recursos a disposición del Sergas, que se prepara para instalar hospitales de campaña en el recinto ferial Expocoruña, en el multiusos compostelano del Sar y un tercero en Vigo. Sánchez negocia una nueva ampliación del confinamiento hasta el 26 de abril. Nueva York se erige en uno de los focos covid-19 principales del planeta.

6 de abril

Comienza el aplanamiento de la curva. España baja el índice de un contagio por cada infectado y Galicia roza esa meta. En las próximas horas el número de ingresados en los hospitales gallegos también empezarán a descender. Dos días después el Congreso aprueba una nueva prórroga del estado de alarma. El PP todavía apoya al Gobierno. Estados Unidos supera esa semana a Italia en el número total de muertes. Más de la mitad de los fallecidos por coronavirus en España son usuarios de residencias; en Galicia, la cifra baja al 40 %. El material de protección sigue escaseando. Interior trata de controlar y evitar los desplazamientos y las salidas en la Semana Santa.

13 de abril

Regresa la construcción al tajo. Sigue suspendida la apertura del comercio minorista, salvo la alimentación, los productos y bienes de primera necesidad, los despachos farmacéuticos, sanitarios, veterinarios, ópticos y ortopédicos, o las gasolineras. Regresa la construcción y la industria no esencial. Todo como figuraba en el decreto original del 14 de marzo. Pese a ello, el desplome económico sigue su curso imparable, con las quiebras empresariales y el paro como arietes.

  

15 de abril

Galicia supera la fase aguda. La tasa de contagios sigue bajando en Galicia y la Xunta envía el mensaje tranquilizador de que los hospitales de campaña planificados no serán necesarios. La estructura del Sergas aguanta el envite con una buena dosis de vocación y voluntarismo por parte de los trabajadores sanitarios como palanca fundamental de este éxito relativo en la lucha contra el agresivo patógeno. Mientras, los alumnos, encerrados en sus casas, conocen la noticia de que el paso de curso será una solución casi generalizada. Algunas comunidades, como Galicia, insisten en que ha llegado el momento de que los menores de 14 años puedan salir -aunque sea de forma limitada y controlada- a la calle. Además, reivindican el paseo de los mayores. La práctica del deporte en solitario, con los runners a la cabeza, también reclama un hueco. La improvisación y la descoordinación del Gobierno agrega confusión al debate público. Los muchos portavoces técnicos y políticos no ayudan, como tampoco la bicefalia en el seno del Ejecutivo PSOE-Unidas Podemos.

  

Jose Pardo

26 de abril

Los niños pisan la calle. Tras más de cuarenta días de confinamiento rígido, los niños pueden salir a la calle: una hora diaria, acompañados por un adulto conviviente, en un radio de un kilómetro de sus domicilios y manteniendo una distancia interpersonal con otros menores. El 29 de abril se da a conocer el primer día sin muertos por la pandemia en Galicia, que estima en casi 5.400 los pacientes recuperados.

2 de mayo

Franjas horarias. El Ministerio de Sanidad suaviza el confinamiento estableciendo unas franjas horarias para pasear y practicar deporte individual. Los niños menores de 14 años pueden salir a la calle entre las doce y las siete de la tarde; los mayores de 70, de diez a doce de la mañana y de siete a ocho de la tarde; y los adultos y deportistas, de seis a diez de la mañana y de ocho a once de la noche. La unidad territorial de referencia es inicialmente el concello, y los que tienen menos de 5.000 habitantes no sufren estas restricciones horarias. Ese lunes 4 pueden abrir los comercios de menos de 400 metros cuadrados, con el uso de la cita previa. Las peluquerías, entre lo más esperado.

6 de mayo

Desescalada por fases. Galicia entrega su propuesta para acceder a la fase 1. La comunidad ya tiene más curados que enfermos. El PP dice que no ve motivos para apoyar una nueva prórroga del estado de alarma, una votación en la que se abstendrá. Un día después el Gobierno central accede a la petición de la Xunta para que las limitaciones de las franjas horarias no afecten a núcleos y parroquias menores de 5.000 habitantes (posteriormente este umbral se situará en 10.000). El lunes día 11 la comunidad inicia la desescalada gradual, que impide todavía los viajes entre provincias. Las mascarillas son obligatorias solo en el transporte público. Comercios, mercadillos y terrazas abren con precauciones. Casos puntuales de incivismo en las terrazas llevan a algunos bares a volver a cerrar sus puertas. Feijoo prepara una nueva convocatoria electoral; el lunes 18 fija la fecha del 12 de julio.

  

20 de mayo

Nueva prórroga. El estado de alarma se prolonga hasta el 7 de junio con el apoyo de Cs y PNV. El uso de mascarilla ya es obligatorio donde no se pueda garantizar la distancia social. Galicia baja por primera vez del millar de personas infectadas con el virus.

MONICA IRAGO

25 de mayo

Vuelven las playas. La entrada en la fase 2 supone el regreso a las playas para los bañistas, ya que hasta entonces estaban solo disponibles para el paseo y la práctica deportiva. El debate sobre cómo gestionar el aforo y la distancia de separación aún prosigue. Desaparecen las franjas horarias, y bares y grandes comercios abrirán con limitaciones. Las ucis gallegas pasan de 15 ingresos por covid al día a casi ninguno.

3 de junio

Última prórroga. El Congreso autoriza la última prórroga del estado de alarma, que se extenderá hasta el 21 de junio, con el apoyo de PNV y Cs y la abstención de ERC. Como contrapartida, el Gobierno cede peso a las autonomías en la cogobernanza a partir de la fase 3, que comienza en Galicia el lunes 8 de junio, con la Xunta al mando de la última fase de la desescalada y la liberación del movimiento en las fronteras interprovinciales. Enseguida plantea al Gobierno entrar en la «nueva normalidad» una semana antes, ese día será este lunes.

MARTINA MISER

El país de los balcones, tributo a los sanitarios y desahogo social

Si hay una imagen alejada de los hospitales que representará para siempre esta pandemia, este confinamiento, es la del aplauso de las ocho de la tarde. La cita con la ovación al personal sanitario, con el homenaje a los que luchan en la primera línea del frente en la batalla contra el nuevo coronavirus —que puede sonar a tópico para algunos desinformados, pero que hay que situar en las semanas más duras de las ucis y las morgues— fue no solo un merecido tributo a los trabajadores de la sanidad, sino también un importante desahogo social. La ofrenda se extendió por momentos a las plantillas de los supermercados, el Ejército, los policías, los guardias civiles y demás tareas esenciales en aquellos días, pero también se convirtió en punto de encuentro vecinal. Calles y plazas vivieron su particular celebración en este encuentro de balcones y ventanas. Muchos conocieron los rostros y los nombres de sus vecinos del piso de abajo, de la galería de al lado, de la casa de enfrente, entre batir palmas y tañer toda clase de instrumentos, desde el más sofisticado fagot al más casero tambor de detergente. Fue un verdadero desahogo social, hasta el punto de que en muy contados casos el festejo derivó en jolgorio y dio lugar a algún que otro incidente sin más relevancia. Hubo quien descubrió que su casa tenía ventanas y que se abrían hacia el exterior, como una atalaya para la relación y el conocimiento, no solo un recurso evidente para la ventilación de la vivienda.

Otro balcón al mundo que llegó para quedarse —cuando no ocupaba ya un lugar preferente— fue el de las redes sociales y las nuevas aplicaciones para videoconferencias más o menos en grupo. Hubo quienes recuperaron las charlas con sus amigos y su familia, quienes hablaron lo que no habían tenido nunca tiempo para hablar (ah, el estrés laboral) y hasta quien trajo al presente un viejo amor de otro tiempo. Los más jóvenes lo tenían claro, entre chats, videojuegos en línea y conversaciones hasta la madrugada. Habrá que ver cómo se traslada este exceso de wifi al devenir cotidiano en plena desescalada, cómo los adolescentes modulan esta dependencia de Internet, esos maratones de Netflix, y estas madrugadas inacabables y estos despertares de once de la mañana. La vida espera —apremiante— en la calle, lejos del móvil, y habrá que reinventarla.

Los adioses que no fueron

Para muchos a los que el covid-19 ha pasado sin pararse por delante de su puerta, todo esto queda en un mal sueño que diluirán las terrazas y las playas. Son los que dirán que el estado de alarma se parece mucho a un mero abuso de poder (aunque algo tenga de ello), una idea recurrente y entendible cuando se piensa en el impacto que ha tenido y tendrá sobre la economía y el empleo.

Atrás quedan los enfermos de gravedad, los que padecerán un tiempo o para siempre sus secuelas y los muertos. Los muertos y sus deudos, sus familias, sus padres, sus esposos, sus hijos, sus nietos, aquellos que no pudieron despedirse, llorar a sus seres queridos. Los adioses que no fueron ha de ser uno de los capítulos íntimos importantes que quedan por encajar en esta «nueva realidad» que pregona el Gobierno. Cada uno lo resolverá a su modo, pero cumplir con el duelo es un ejercicio que la gente se debe a sí misma: para recordar y cuidar la memoria de quienes fueron y son tan importantes para construir el futuro.