Así afecta el confinamiento en función de la edad, el trabajo y la clase social: «María, ¿cómo lo ves?, ¿me voy a morir?»

Mila Méndez Otero
m. méndez REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

MARCOS MÍGUEZ

Encerrados y sin ver la luz al final del túnel, los mayores son un grupo vulnerable, pero todo depende de la posición económica y del país en el que resida

27 abr 2020 . Actualizado a las 16:26 h.

Cerró su consulta en A Coruña hace más de 40 días y aunque no cobra por las citas, la psicopedagoga María Tajes habla con sus pacientes por teléfono. «Les alegra que los llame. Muchos viven solos. Sobre todo, en las ciudades», apunta Tajes, especialista en terapias para personas con deterioros cognitivos. El Gobierno, de momento, no ha adoptado medidas de alivio para los mayores. «No nos damos cuenta del impacto emocional que les supone el covid-19. "María, ¿esto cómo lo ves?, ¿me voy a morir?" Es la pregunta que me hacen, es lo que les llega a través de la pantalla», cuenta.

Son los más vulnerables al coronavirus y, también, al aislamiento decretado el 14 de marzo. «Necesitan saber que hay alguien detrás, que les diga que todo va a ir bien. Los hago pensar a corto plazo. Más que ejercicios cognitivos, necesitan charlar. Están muy asustados. Un paciente tenía que operarse de un cáncer urgente y no quería salir ni para eso. Todos me preguntan siempre por las expectativas que hay. No debemos creárselas ni positivas ni negativas. Poco a poco, les digo, ¡abril ya está acabando!», exclama.

La sensación más difícil

Cuando un mayor vive con hijos o nietos que tienen que trabajar, la tensión crece en casa. «No todos tienen la suerte de teletrabajar. Entrar por la puerta supone un motivo de ansiedad extra», remarca Tajes. «Hay que aprender a vivir con incertidumbre. Para los mayores es muy difícil. ¡Para ellos y para los jóvenes!», resalta la terapeuta.

Esta falta de control es también el aspecto más «complejo de gestionar», según el psicólogo clínico Fernando Lino Vázquez. «La inseguridad es estresante, más todavía separados de nuestros lazos afectivos. Cuando no podemos estar en contacto con la familia o los amigos. Esas vitaminas emocionales, como quedar o salir a pasear, se han difuminado», aclara el profesor de Psicología en la Universidade de Santiago (USC).

«Cuando empieza el confinamiento, se asume que hay una nueva realidad a la que hay que adaptarse. Pero, los días pasan y la situación se prolonga sin que se vea un fin, que vamos a salir de aquí. Se crea un bucle psicológico muy peligroso. Retroalimentamos el pesimismo, ese sentirnos atrapados», detalla Vázquez. Tristeza, desesperación o frustración son reacciones habituales. Su intensidad varía, ante todo, en función de la coyuntura económica particular.

Global, pero no igual

La claustrofobia es colectiva, pero con matices. «La realidad es que esta es una pandemia global que no está afectando por igual a Alemania que a España. Tampoco a un español que vive en un apartamento de 40 metros cuadrados, con dos hijos y sin ingresos porque ha perdido el trabajo o le aplicaron un ERTE, que a otro que es funcionario, recibe íntegro su salario a pesar de estar en casa y reside en un piso de 120 metros cuadrados», puntualiza el catedrático de Sociología en la UDC Antonio Izquierdo.

«El virus actúa con mucha inteligencia y con intensidades distintas según el nivel de riqueza, la organización social, la preparación de la sociedad y la estructura productiva. España es un país de servicios, a diferencia de Alemania, que es más productivo. Nuestra estructura económica es más dependiente y los elementos que tenemos para recuperarnos son más frágiles», continúa. «Por eso aquí hay más temor al futuro que en Alemania, por ejemplo».

«El impacto social y económico va ser muy duradero, superior al impacto en la salud inmediata. Un tercio de la población española puede quedar en situación de exclusión. Los aplausos en los balcones son un elemento muy débil de comunidad. Hay que reforzar lo comunitario, extender el mismo principio que es la base del sistema de educativo y sanitario, al campo de los cuidados», defiende el sociólogo de la Universidade da Coruña (UDC)

Aunque el encierro suscita críticas, «solo con abrir la puerta vemos que hay dos clases, la de los confinados y la de los servidores a los confinados», divide Izquierdo. Augura un aumento «tremendo» de la desigualdad.

«Esto nos ha generado un miedo que nos ha hecho actuar irracionalmente. No hemos sabido encajar las interrelaciones que hay en un mundo tan interconectado y complejo en el que las enfermedades contagiosas se asociaban a los países pobres», incide el sociólogo Antonio Izquierdo. 

«El ser humano tiene mucha capacidad de adaptación, confiemos en ella en situaciones así, límite. Superarlas nos hace ser más resilientes», quiere transmitir el psicólogo Fernando Vázquez.