«Nunca es tarde para iniciar otra vida»

Elisa Álvarez González
Elisa Álvarez SANTIAGO / LA VOZ

SOCIEDAD

PACO RODRÍGUEZ

Ocho mujeres inmigrantes se convierten en líderes en sus comunidades para luchar contra la violencia machista

17 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Daniela Marincovici conoció la violencia de género por culpa de su padre. «En aquel momento tenía prejuicios, creo que los tenemos muchas, hasta pensaba: a mi madre le gusta que le peguen», dice. Silvia Almeida cuenta una situación similar con el suyo, «un auténtico machista» que no dejaba estudiar ni trabajar a su madre. Tras 17 años, cuando los niños ya no eran tan niños, «se vio con fuerza para irse». Con 45 años comenzó una carrera y siempre dijo a su hija «nunca es tarde para empezar una nueva vida».

Silvia tiene afortunadamente un compañero que la entiende y la apoya, «y es que hoy en día, con las gafas que tenemos de la violencia de género, ya no aguantaría otra cosa, va a ser que no». Lara Gómez, Anna Diop, Silvia Almeida, Daniela Tache, Daniela Marincovici, Soledad Lucero, Astou Dembele y Yerlid Rivas son ocho mujeres de Rumanía, Brasil, Senegal, Ecuador y Venezuela que se han embarcado en un proyecto del Gobierno gallego y otros cinco países para prevenir la violencia entre mujeres inmigrantes. En concreto, las forman para que ayuden a combatir la violencia machista en sus respectivas comunidades.

Es un efecto multiplicador, ellas reciben 18 horas de formación -explica Belén Liste, subdirectora xeral para o tratamento da violencia de xénero-, y después hablan con otras mujeres. Lo hacen en su idioma, para que estas se sientan más cómodas, «es un asunto muy tabú, a las mujeres les cuesta mucho abrirse, por eso creemos que fue un éxito», dice Daniela Marincovici. Porque entienden el maltrato físico, pero no tanto el sexual o la violencia que genera la dependencia económica, «asumen que ellas deben cuidar la casa, y cuando sugieres ¿y por qué no al revés?, contestan, ¡ay no, esto es cosa de mujeres! Y de la violencia sexual hablo muchísimo porque es imposible que no la hayamos sufrido hasta nosotras», explica Daniela.

El dejar que sean las mujeres inmigrantes las que ayuden a sus compatriotas se debe fundamentalmente a un motivo, ellas tienen el mismo código, el mismo lenguaje cultural y saben de qué entorno proceden sus compañeras, «los contextos son sumamente importantes, hay muchos países en los que el machismo impera, se naturaliza que tu pareja te analice la ropa o los celos», explica Soledad, de Ecuador.

Tienen otra desventaja. Aquí están fuera de su hogar. Muchas han llegado solas con su pareja, por lo que romper y empezar una nueva vida es muy difícil. Ya no es tanto la dependencia económica «porque estamos acostumbradas a buscarnos la vida», sino la legal, «el marido le dice, te van a quitar los papeles y los hijos».

Lara Gómez sufrió en sus carnes la violencia pese a ser siempre una mujer muy independiente. «Fui criada sin padre y mi madre era una mujer alfa, pero no tenía el empoderamiento que necesitaba», cuenta. Salió de la prostitución y está perfectamente integrada en la sociedad. En su caso, muchas de las mujeres a las que formó también habían ejercido la prostitución, «y de esta manera se sintieron identificadas y pudieron hablar».

Lamenta que las nuevas generaciones sigan reproduciendo ciertos roles, «mi hija adolescente vive enamorada, necesitan un novio». Soledad es optimista, «mis hijas ven la vida de otra manera, saben lo que es feminismo, yo no sabía nada, creía que era lo contrario al machismo».