Hay una generación de mujeres que sienten que cumplir años las libera y las convierte en más dueñas de su destino: eligen dónde y cómo vivir, se atreven con todo tipo de deportes y, sobre todo, se alejan del rol femenino más clásico
19 may 2013 . Actualizado a las 20:03 h.Desde hace casi dos décadas hay expertos que hablan del envejecimiento satisfactorio y que inciden en que son las mujeres -porque viven más que los hombres- las que están tomando la delantera en esta tendencia. En Galicia hay féminas maduras que tienen este pensamiento como brújula de sus vidas; son personas que como Teresa Puente viven solas en una gran casa de aldea; que compiten en deportes de alto rendimiento, al igual que Montserrat Fernández; o que comparten con Odila y Lolita la decisión de seguir trabajando, porque son felices en sus tiendas.
La escritora Rosa Regás es otro ejemplo de esta nueva generación y asegura que «ninguna de las desventajas de la edad es real, como lo demuestran los casos de mujeres que se han puesto el mundo por montera y que, tras analizar su situación social, deciden mantener en alto su autoestima, no como consuelo, sino como un sentimiento personal, no social que responde a la verdad», en el prólogo del libro Tan frescas, de la psicóloga Anna Freixas y que explica desde el punto de vista teórico este fenómeno.
Teresa Puente responde al patrón que describe Freixas: «Me gusta mucho el campo, así que desde hace años volvía de Canadá para arreglar la casa de mi familia, la que heredé porque mis hermanas no estaban interesadas en esta vida», explica una pionera en casi todo, ya que en el año 1985 instaló colectores de sol, entre otros sistemas de energías renovables, en su casa de A Estrada. Teresa asegura que no ha cambiado al cumplir años, siempre ha querido tener las riendas de su vida, incluso cuando en España era prácticamente imposible para las mujeres. «En el año 1955 España era un país del tercer mundo: recuerdo que nevó un día en Madrid y no había manera de encontrar botas en ninguna tienda, solo había pobreza y con la moneda que teníamos no se podía viajar». Aunque ella, gracias a una profesora de francés que contrató su madre, pudo estudiar en París y cambiar el destino marcado que tuvieron que seguir la mayoría de sus amigas gallegas. «Salir fuera de España me abrió la mente y me cambió la vida, cuando regresaba en verano me sentía ajena a mis compañeras, todavía lo siento», confiesa una mujer que cada día se encarga de mantener su casa y atender a una hermana mayor con problemas de salud.
«Una amiga me invitó a ver la boda de una infanta, me quedé pasmada y ella me dijo: 'Es una ocasión histórica'. no puedo entender que piensen así, creo que en España hubo una ruptura en algún momento con la educación y eso se traduce en estas cosas».
«No entiendo a las de mi quinta que hablan de bodas de infantas
Teresa Puente. 83 años. De París y Canadá a A Estrada. Teresa Puente vive en la casa que ha pertenecido a su familia desde el año 1850 y que tiene 12 hectáreas de frutales. Eligió residir, solo acompañada de una hermana dependiente, en su aldea natal con la misma decisión con la que se fue a París y después a Canadá con poco más de 20 años. «En París conocí a un muchacho rumano que me convenció para ir a Canadá, me mandó un billete y me fui. Después fue mi marido», cuenta esta mujer que no siempre congenia con las de su quinta: «No entiendo cuando se ponen a hablar de bodas de infantas».
«Somos tan pocas que a veces el triunfo es acabar la regata
Montserrat Fernández. 49 años. Abuela y kayakista. Montserrat es la madre de un campeón de kayak (Brais Casar). Fueron su marido y sus tres hijos los que la animaron a que empezara a entrenar con ellos. «Somos tan pocas que a veces con terminar la regata ya ganas», reconoce con humildad, aunque en su equipo de la localidad coruñesa de Cabanas destacan su valía. «Estamos en una edad en la que si no son los hijos son los nietos: siempre hay cosas para que no hagas lo que te apetece; más que competir, lo que me gusta es salir por la costa o el río con otra gente: me libera», dice.
«No pienso jubilarme hasta los 100 años
Odila Fernández. 79 años. Trabaja doce horas al día. Odila fue hace poco a París y subió las 389 escaleras de Notre Dame dejando atrás a su nieta de 12 años. «Es que tengo más fuerza y estoy mejor que cuando tenía 18, y eso que hace quince años que no voy al médico». Esta vecina de A Estrada dice que el trabajo en su mercería la mantiene joven: «No pienso jubilarme hasta los cien años, yo soy feliz hablando con las clientas y mantengo mi cabeza haciendo los pedidos y las cuentas del comercio», dice. A veces trabaja doce horas en la tienda y al llegar a la casa en la que ha criado a tres hijos se encuentra con más tarea. «Esto no es nada, hace años tenía la tienda y como también cosía pasaba semanas en las que solo podía dormir dos horas al día», rememora sin pena.
«Cuatro hijos me murieron por la droga: no me ahogo en un vaso de agua»
Lolita Piñeiro. 71 años. Reparte y vende pescado con su furgoneta. Lolita se sigue levantando a las cinco de la mañana para ir a la lonja y recoger el pescado que luego vende en la plaza de abastos de Pontedeume. Dice que necesita seguir vendiendo por sus circunstancias personales marcadas, sobre todo, porque tuvo ocho hijos y cuatro de ellos murieron tras caer en la droga. «Me gustaría viajar, salir de paseo, pero no voy a disgusto a la plaza, además hubo tiempos mucho peores en los que tenía que coger el coche e ir a Vigo y mucho más lejos», confiesa. Lolita se casó a los 18 años, recuerda que cuando estaba embarazada se moría por ir a bailar al casino de su pueblo. Y todavía tiene esa alegría en el cuerpo. «No entiendo de depresiones, si tienes un problema y te vienes abajo solo lo agravas, yo sé vivir bien cuando toca y aguantar cuando vienen mal dadas».