¿Debe el papa morir en la cruz?

Raúl Romar García
R. Romar REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

Mientras Juan Pablo II ofreció su martirio al mundo, Benedicto XVI optó por una renuncia a tiempo antes de que empeore su salud.
Mientras Juan Pablo II ofreció su martirio al mundo, Benedicto XVI optó por una renuncia a tiempo antes de que empeore su salud. c. onorati / laban< / span>

A diferencia de Juan Pablo II, que exhibió hasta el final su agonía al mundo, la decisión de Ratzinger crea precedentes para otros pontífices

13 feb 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Juan Pablo II fue un mártir catódico. Su agonía fue retransmitida al mundo durante sus dos meses de calvario, hasta que ofreció el último suspiro. Quiso, pese a que en su momento no faltaran las críticas, que su sufrimiento fuese un ejemplo para la humanidad. Benedicto XVI, por contra, aceptó sus límites y optó por renunciar antes de que las fuerzas lo abandonasen por completo. Son dos formas radicalmente opuestas de abandonar el papado, dos estilos completamente diferentes que responden a dos personalidades muy distintas. Pero ambas son legítimas y responden, exclusivamente, a decisiones personales. «No es justo hacer comparaciones entre pontífices, cada uno tiene su personalidad y asume de modo autónomo sus propias decisiones», zanjó Joaquín Navarrro-Valls, el que fuera portavoz del Vaticano durante treinta años, en un intento de evitar polémicas. Quizás porque el que fuera secretario de Juan Pablo II, el cardenal polaco Stanislaw Dziwisz, abrió la espita al criticar, aunque veladamente, la postura de Ratzinger. «De la cruz no se desciende», dijo, en alusión al hecho de que un pontífice lo es hasta la muerte.

Pero, ¿debe un papa morir en la cruz? Ni mucho menos. La decisión del aún obispo de Roma, que mayoritariamente ha sido calificada como honesta y valiente, encaja en el derecho canónico, pese a que pueda resultar excepcional por el hecho de que ningún otro haya hecho algo igual en los últimos 600 años.

«El derecho canónico sí recoge que un papa pueda dimitir. E incluso puede ser bueno para la iglesia que Benedicto XVI haya tenido este gesto, porque es una decisión honrada, ya que reconoce su debilidad, y valiente, porque si no se siente capacitado le deja el puesto a otro que cree que puede hacerlo mejor», sostiene el teólogo Antonio Rodríguez Basanta. Su colega Guillermo Juan Morado coincide e insiste en que, tanto lo hecho ahora por Benedicto XVI como lo que hizo antes Juan Pablo II son «decisiones personales tomadas de forma respetable, en las que cada uno hizo su examen de lo que pensaba que era lo mejor». Y cada uno eligió para su problema «respuestas perfectamente válidas».

Más fácil

Sin embargo, la opción que tiene un mayor peso de cara al futuro es la de Ratzinger, porque puede convertirse en un precedente para otros pontífices que se encuentren en su misma situación. A partir de ahora tendrán más fácil renunciar si así lo consideran oportuno. «Es una puerta que se abre y que antes nadie se atrevió a pasar», advierte Rodríguez Basanta.

Juan Morado, al igual que otros teólogos y vaticanistas, coincide: «Tener un predecesor cercano en el tiempo -dice-, hará más fácil la renuncia a otros papas que se vean sin fuerzas y con salud delicada».

Un tabú de siglos que se ha roto

El cardenal portugués José Policarpo considera la renuncia de Benedicto XVI un acto de «gran generosidad» que rompe el «tabú» de que el pontífice es inamovible en su cargo. Asegura que abre un precedente para sus sucesores y humaniza el pontificado al mostrar que «si alguien no se siente capaz de ejercer su ministerio, debe abdicar». Policarpo entiende que si los futuros papas estuvieran en una situación similar «serán mucho más libres de hacerlo y será mucho más normal que lo hagan después de este gesto». En todo caso, la decisión siempre será personal.