12 abr 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

CONFIESO que a veces he sentido lo mismo que Sánchez Dragó dijo en su entrevista con Quintero. Es decir, vergüenza de ser español. Y no ya tanto porque la selección nunca pase de cuartos en los mundiales o porque nos hayamos gastado la pasta de la Unión Europea en gañanadas mientras que los irlandeses la han invertido en investigación, formación y desarrollo y nos han adelantado por la derecha. Ya sólo somos mejores que portugueses y griegos, sin contar las nuevas incorporaciones, claro. A mí me dan más coraje otras cosas. Oír a Zaplana que ZP acaba con la familia por legalizar el matrimonio homosexual o que la nueva ley de educación impide a los padres escoger centro o la terrible letanía defendida por el PP y por un periódico de Madrid sobre la dichosa mochila perdida del 11-M que, al parecer, habría rozado un tío de un amigo de un primo de un ex militante de ETA. Me avergüenza tanta mediocridad y tantas ganas de liarlo todo y de tratarnos como idiotas. Sin embargo, la vergüenza se me pasa al menor signo de normalidad. De modernidad. A veces no nos damos cuenta de cómo y cuánto hemos cambiado para bien y en muy poco tiempo. El pasado sábado, un concejal del PP de Ourense se casó con su novio. Se besaron en la puerta del Concello ante la plana mayor de su partido en Galicia y dijeron que querían adoptar un hijo. Lo normal en una pareja. Hace sólo veinte años ese edil no habría podido ni salir del armario. Va a ser que a fin de cuentas somos normales.