¿Es justa la actual selectividad?

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

SELECTIVIDAD

07 sep 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Cerca ya las pruebas selectivas de septiembre, parece oportuno reflexionar sobre la justicia del sistema ahora en vigor. Reflexión que haré dejando claras dos cuestiones: que no me anima ningún agravio como padre, pues en tal condición no tengo queja alguna; y que mi crítica a la selectividad se hace desde el conocimiento del excelente trabajo realizado por el personal administrativo y docente que en ella participa.

En su esencia, el sistema español se caracteriza por que los alumnos que quieren entrar en la Universidad deben realizar un examen que consta de una parte general (4 o 5 asignaturas) y otra específica (2 materias) calificadas con cuatro puntos cada una. A esos 8 puntos se suma la nota del bachillerato (6 puntos para quien haya obtenido un 10 de media), de modo que la puntuación final del alumno será una cifra de uno o dos dígitos, con tres decimales, sobre un máximo de 14 puntos.

Dado que el número de aprobados es altísimo, la selectividad es poco relevante para quienes acceden a titulaciones con baja nota de corte o sin límite de plazas. Pero para los alumnos que tratan de acceder a titulaciones con alta nota de corte el actual sistema presenta tres graves injusticias.

La primera procede del hecho de que la nota de bachiller está muy infravalorada en relación con la de la selectividad (6 puntos de 14): ello significa, por ejemplo, que la mengua de nota sobre la calificación final que significa obtener 8 en lugar de 10 en bachiller es la misma (1,2 puntos) que la que se deriva de obtener 7 en lugar de 10 en el examen específico. El trabajo de dos años se pone casi al nivel de un examen de menos de tres horas. ¡Un puro disparate!

La segunda disfunción nace del gran volumen de alumnos que concurren a las pruebas, lo que exige disponer de un alto número de correctores. Tantos que, por más criterios que se fijen, no es posible afinar las notas con igualdad hasta el punto de calificar a un alumno con 7,890 y otro con 7,891, cuando esa diferencia puede significar entrar o no en la titulación que se desea.

Todo ello se ve agravado por el hecho de que, aunque las pruebas se hacen por universidades (son comunes para las de una misma comunidad), los alumnos pueden luego pedir plaza en cualquier universidad de España, lo que beneficia a los de aquellas que han optado por pruebas más fáciles en comparación con los de las que las han puesto más difíciles.

¿Cómo superar esas disfunciones? Aunque el asunto es complejo, creo que dos medidas resultarían razonables dado que el objeto de las pruebas es jerarquizar a los alumnos: aumentar el peso de la nota de bachillerato (hasta un mínimo de 8 puntos sobre 14) y hacer un examen selectivo tipo MIR: un test que garantice la igualdad en la corrección, lo que exige que sea común para todos los estudiantes españoles.