Vergüenza

Emma Araújo A CONTRALUZ

SANTIAGO

28 jul 2018 . Actualizado a las 01:13 h.

Santiago nunca deja de sorprenderte. Cuando te acostumbras a escuchar ópera en plenas escaleras de acceso al Obradoiro también te puedes quedar de una pieza cuando un turista ruso piensa que vas a envenenarlo con un agente nervioso porque le ofreces ayuda.

Y hasta puede ocurrir que en plenas fiestas escuches a voz en grito la palabra vergüenza y te encuentres a una joven desnuda, con el único acompañamiento de un violinista que le hace el contrapunto de la misma guisa.

Y así, con la ciudad protegida como nunca y con polis por todas partes para garantizar un tranquilo Día de Galicia, resulta que dos nudistas que confundieron la playa de Baroña con el casco histórico de Santiago la lían parda y juegan al escondite sin que nadie los pille.

El espectáculo de dos personas en pelota picada que en estas fiestas se prodigan por las calles provocó conmoción, risas, desdén, indignación y hasta selfies. O sea, como casi todo lo que pasa cada día, aquí y en parte del mundo. Pero no debemos olvidar que esto ocurre en un trozo más bien pequeñito de este planeta, que era de color azul por el mar y que cada vez es más arcoíris, no por la causa LGTB, sino por las toneladas de plásticos multicolores que desperdigamos sin control.

Porque en buena parte del mundo no sienten vergüenza ante un cuerpo desnudo, sino pánico por el desliz o la osadía de enseñar un mechón o el hueso del tobillo.

Y sí, verdadera vergüenza deberíamos experimentar en estos lares al ver, aunque sea en la distancia, cuerpos mutilados de bombardeos, escuálidos de hambrunas y rígidos e hinchados flotando en el mar.