55 horas con José Blanco

Por Carlos Punzón

SANTIAGO

El ministro de Fomento abre su agenda a Extra Voz durante dos días y medio y 2.577 kilómetros en los que revela su cara más personal y su estrategia política, que como descubre ahora, pudo cambiar en octubre cuando Zapatero le pidió que dejara su cartera para acompañarlo en la Moncloa

06 mar 2011 . Actualizado a las 19:01 h.

«Si volviera a nacer, me dedicaría a la sociología y a la comunicación». Por ese afán de conocer hasta el mínimo detalle de todo lo que pasa en su ámbito de actuación, y aunque todavía es patente la noche, el ministro de Fomento ya ha analizado una docena de periódicos, después de desperezar sus neuronas al trote sobre la cinta instalada en el piso superior de su casa, una vivienda más de la infinidad de urbanizaciones de ladrillo caravista del norte de Madrid.

En una jornada normal empujaría a sus dos hijos hasta la parada del autobús, pero esta semana están de vacaciones y eso le permite poner antes rumbo a Ferraz. Son las 7.45 de la mañana y hace menos de 24 horas que ha llegado de un viaje de trabajo por Panamá. No hay tiempo ni para sufrir jet lag. Trece citas llenan su agenda del día, en un ritmo que no bajará de intensidad en las próximas 55 horas, las que Extra Voz ha compartido con Pepe Blanco, el número dos del partido del Gobierno, cuando a punto está de cumplir dos años como ministro de Fomento.

«El desayuno y el comienzo de la ruta escolar es el punto de encuentro familiar», dice, sabiendo que es poco pero sagrado, casi tanto como el celo con el que él y, sobre todo, su mujer guardan la intimidad familiar. Por ello, trata de llevar sus conversaciones hacia el terreno profesional, huyendo en lo posible del examen personal. De su partido habla con suma prudencia, a los demás los analiza tácticamente, y a todos los escruta a través de las encuestas. «Mejoramos en Canarias. Es un síntoma», comenta tras recibir las últimas noticias a través del móvil. «No me fijo tanto en los votos que nos asignan como en el movimiento continuo de los sondeos».

Cuestión de olfato

«Lo mío es intuición acompañada de datos». Su manera de ver las encuestas define su propia carrera política, intuición y movimiento continuo, lo que no ha dejado de practicar desde que era Blanquito en el PSOE gallego hasta ahora, que es el guardián de Ferraz.

Las referencias gallegas dominan la iconografía de su despacho político, por donde pasa muy temprano tres veces por semana, ahora para desempeñar su papel de coordinador electoral. Media hora llega para planificar la agenda mitinera, decidir quién tendrá señal televisiva y establecer el argumentario que llegará a todos los portavoces para tensar el músculo del PSOE. Blanco asegura estar convencido de que todo es posible, de que su partido puede dar la sorpresa, aunque se abona también a la teoría del no hay mal que por bien no venga. «La gente se va a desahogar en las municipales y luego remontaremos en las generales del 2012», apunta en una especie de augurio sociológico, que, aclara, no tiene por qué impedir a los socialistas obtener en mayo mejores resultados de los que se les atribuyen en este momento.

«Madrid es un cotilleo, me pone enfermo», dice tras desmentir enérgicamente por teléfono a una periodista que Zapatero esté pensando en dimitir. «Está más lúcido que nunca», espeta a su interlocutora, mientras se recuesta en el asiento derecho de atrás del blindado que recorre Madrid varias veces al día.

INTRIGA POLíTICA

Ese cotilleo, denominado institucionalmente como intriga política, se palpa incluso en el Congreso de los Diputados. El enigmático Bono llama por teléfono al escaño de Blanco y le cita en un minuto junto al salón de los pasos perdidos, pese a que en ese momento el presidente del Gobierno trata de convencer a un aletargado hemiciclo de la apuesta social de su gestión.

El furtivo encuentro es la continuidad del que el presidente de la Cámara baja mantuvo hace unos días con el jefe del Ejecutivo, «para hablar de lo que ya se imaginan». El liderazgo del PSOE y las posibles opciones de futuro centran las impresiones de Bono, el «líder Bono», lo rebautiza en una confidencia el político de Palas de Rei. El ministro escucha al manchego mientras los sabuesos objetivos captan desde lejos el encuentro y se escucha la cantinela de Zapatero de fondo. Blanco toma nota mental y archiva en su disco duro las palabras de Bono, que cualquier día pueden llegar a ser de enorme utilidad.

No queda tiempo ni para votar, aunque le «gusta» hacerlo. Las cuentas echadas garantizan que hay mayoría holgada y no hace falta esperar. El área de Gobierno del Congreso destila actividad. Una marea de asesores ministeriales sacan punta en una sala al discurso de Zapatero.

Mientras, a paso rápido Blanco parte en busca de su coche oficial. Con cada quiebro al tráfico y a las obras que salen al camino el ministro cambia las trayectorias de sus dos guardaespaldas. Otros dos asesores tratan de no perder ni un solo movimiento de semejante coreografía, al tiempo que su jefe les pregunta continuamente con un latigazo: «¿novedades?» o «¿y qué más?», buscando así la concisión en su interlocutor y un nivel más profundo de confidencialidad si la conversación se prolonga, incluso si se trata de Zapatero, que dos o tres veces al día contacta con él por teléfono.

«Aquí aprendes que todas las decisiones son personales», dice al subir en el ascensor que solo lleva a su despacho en la tercera planta del macroedificio de Nuevos Ministerios. El aparato es para su uso exclusivo, pero entre su equipo es habitual tomarlo furtivamente para ahorrar tiempo y evitar el laberinto ministerial.

Su equipo

Se nota que su círculo está dominado por la determinación. Quizás tenga que ver con que la media de sus miembros apenas supere los 32 años. «Lo importante es saber hasta dónde quieres llegar y rodearte de un buen equipo para llegar más lejos de lo que lo puedes hacer tu solo», apunta, para a continuación glosar las virtudes de los principales componentes de su equipo. De alguno apuesta que será alguien trascendente allí donde quiera jugar en el futuro, lo que no impide que su voz se alce en mitad de la comida de trabajo con los suyos para reclamar más precisión, más acierto e intensidad. «Algunas veces pide perdón por el tono, pero no pasa nada, nos paga para que le digamos lo que pensamos, no lo que le gustaría oír», dice una de sus manos derechas en Fomento.

Allí, en las dependencias que componen el área de su despacho, se respira puertas abiertas y al mismo tiempo discreción, agilidad y normalidad, historia y modernidad, colegueo y seriedad. «No me gustan las reverencias, ni que pongan las sirenas cuando me desplazo, me sigue dando vergüenza». Tampoco se apunta a lo de llevar la cartera de ministro, «prefiero otra que pesa menos», comenta mientras manda traer la original para poder comparar. «Pero no la que pone ministra de Fomento», advierte, haciendo notar que Magdalena Álvarez dejó un recuerdo personal de su paso por el edificio del paseo de la Castellana, además de un calendario de obras imposibles y proyectos que ahora se hace difícil convertir en realidad. «En España nos acostumbramos a vivir como nuevos ricos, pero eso se acabó, ya no es posible», comenta mientras se recrea en el sinsentido que a su juicio se plantea en Ourense con la estación del AVE. «Quieren que destruyamos parte de lo ya construido. Eso ahora más que nunca es una barbaridad».

Las reflexiones de despacho se interrumpen. Reunión con secretarios generales; foto de orla para el apadrinamiento de los licenciados de Económicas de Santiago; llamada telefónica de Fernández Lito; recepción al ministro de Transportes de Nigeria; encuentro con directivos de Banca Cívica... «¿Qué tal?», pregunta Blanco a sus visitantes acompañados por la ex ministra Beatriz Corredor. «Pues muy mal, ministro», acierta a decir el presidente de Cajasol, Antonio Pulido. «Vengo de urgencias y cuando termine la reunión seguramente volveré allí, porque me encuentro francamente mal. Me han visto algo en el apéndice», dice el financiero poniendo la mejor de las caras posibles.

«Nunca entenderé esa relación reverencial hacia los ministros», comenta Blanco cuando su visita ha puesto camino hacia el hospital tras hacer un paréntesis en su dolor para no quedar mal con el jefe de las obras públicas de España, máxime cuando un Zapatero sonriente proclama para los ojos de todos los visitantes del despacho del ministro su amistad con Blanco: «De tu leal amigo. J. Zapatero», se lee con letra clara en una foto estratégicamente colocada.

Cambio de escenario

El ministro va cambiando continuamente de escenario entre las cinco estancias que componen su área de trabajo. Con la cúpula de Aena toca en una sala con mesa rectangular y ejecutiva. Con su equipo, comida en la sala más pequeña y con mesa redonda. Con la pintoresca legación de Nigeria, el ceremonioso salón de los Reyes. «Hay que tratar bien a esta gente, somos su tercer cliente y nosotros solo somos su vigésimo proveedor». Y si hace falta se les lleva al estadio del Bernabéu, donde el asistente de Blanco que hizo de cicerone en el campo de los blancos confiesa que Yusuf Suleiman, el hombre de la gran nariz, olvidó por unos momentos la rigidez diplomática para saltar y gritar como si fuese una estrella del balón.

Las luces del ministerio se van apagando, mientras desde el fondo observa un joven Alfonso XIII pintado en un cuadro de respetables dimensiones por José Blanco Corís. Quizás estaba escrito que otro Blanco llegaría un día a pintar su propia historia en esas estancias.