Al calor de un café, pero sin quiosco

carmen garcía de burgos PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Celia, Amalia, Milagros, Isabel, José y Carlos (de iz a dcha), ayer, celebrando al calor de un café que no pasarán más frío en sus quioscos.
Celia, Amalia, Milagros, Isabel, José y Carlos (de iz a dcha), ayer, celebrando al calor de un café que no pasarán más frío en sus quioscos. capotillo< / span>

Los empleados de los puestos de venta de prensa de Cogami afrontan sus primeros días sin tener que ir a trabajar, aunque siguen sin cobrar

11 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Milagros recibió una buena bronca de su médico cuando fue a la consulta por culpa de un resfriado. Cuando le vio bajar la cabeza y empezar a garabatear algo, le preguntó qué era. Y le dijo que iba a coger una baja médica en ese mismo instante, y que iba a estar por lo menos una semana sin volver al trabajo. Llevaba cerca de tres meses pasando siete horas y media al día metida en un cubículo de hierro sin calefacción ni electricidad.

Milagros llevaba cerca de seis años trabajando como quiosquera en uno de los puestos de venta de prensa de Cogami. Tiene una bronquitis crónica y un marido al que acaban de operar hace unos días. Por eso, ella tiene claro en qué va a emplear los próximos días, los primeros sin trabajar después de que el administrador concursal de la Rede Galega de Kioscos (Regaki) decidiera darles permiso para no acudir a sus puestos teniendo en cuenta que, además de carecer de servicios básicos, tampoco tenían qué hacer.

Hacía meses que Celia, Amalia, Milagros, Isabel, José y Carlos se encontraban en el quiosco de la calle Rosalía de Castro a primera hora de la mañana para combatir el frío, el tedio y la desesperanza, y hacerlos más llevaderos. Ese fue, de hecho, el único motivo por el que José, la incoporación más reciente al elenco -es empleado de Regaki desde mayo del 2013-, no se rindiese en cuanto supo que la empresa entraba en concurso de acreedores. Y eso que aún no imaginaban que acabarían el año sin poder brindar a causa de otra noticia: acababa de entrar en liquidación. Por eso en casa de ninguno de ellos hubo mucho que celebrar. Ahora José tiene claro que no se va a aburrir: va a pasear, pescar, dedicarse a su «nieta de cuatro patas», ir de vinos y cualquier otra actividad que le apetezca.

Amalia hace tiempo que tuvo que pedir ayuda a su madre para pagar las facturas. Su pensión, de 300 euros, no le da para pagar los gastos de la hipoteca y de su único hijo. Su sueldo -cobran unos 640 euros mensuales- era el que le permitiría ser completamente independiente. Ya se han cumplido 120 días de atrasos en el cobro, el máximo que cubre el Fogasa: no recuperarían nada de lo que generasen a partir de ahora. Amalia hoy saldrá a pasear.

Isabel solo quiere una cosa: silenciar el móvil y dejar que transcurra el día. Plácidamente. Sin llamadas, reuniones sindicales ni discusiones amargas sobre su futuro laboral. Ella ha llevado gran parte del peso de la lucha, y ahora solo quiere pasar tiempo con su familia. Milagros casi forma parte de ella. Cuando empieza a hablar de cómo la ayudó, a Isabel se le llenan los ojos de lágrimas, emocionada al escucharla. Y también al recordar los momentos más amargos.

Como Carlos -un electicista que, debido a su discapacidad, ya no puede ejercer como tal- y Celia -que se dedicaba a la limpieza hasta que Cogami le ofreció un empleo más llevadero-, de 44 años ambos. Para todos ellos el peor recuerdo que les quedará tiene forma de decepción: la que les provocó la ausencia de una cara amiga que les explicara qué estaba pasando. Ahora solo quieren que acabe. Fuera lo que fuera.

Tras 120 días sin cobrar, el Fogasa no cubiriría ni un euro generado a partir de ahora

A Milagros la obligaron a coger una baja, y a Amalia la ayuda su familia