El bendito don de la presencia

eduardo galán

PONTEVEDRA

17 ene 2011 . Actualizado a las 07:00 h.

TWELVE

DE J. SCHUMACHER, CON CHACE CRAWFORD Y ENMMA ROBBERTS.

DRAMA. 94 MINUTOS

En The Virginia Hill Story, su ópera prima, hecha para la televisión, Joel Schumacher dejó un momento inolvidable. Dyan Cannon, que interpretaba al amor del gánster Bugsy, popularizado 15 años más tarde por Warren Beatty y Annette Bening, le dice que, junto a él, el cielo y el infierno son lo mismo. Entonces, Harvey Keitel, en la piel del bizarro creador de Las Vegas, coge todos los ositos de su novia y los arroja a la basura. Soberbio momento kitsch.

Han pasado 35 años, pero Schumacher, desprestigiado y vilipendiado, el más odiado por Sheldon, sin par genio loco de The Big Bang Theory que lo acusa de arruinar la saga Batman, sigue regalando momentos sublimes. En Twelve, una de sus cachorritas neoyorquinas, deslumbrante Emily Meade, esclava fulminante de la droga de diseño que da título al filme, juguetea voluptuosamente con sus peluches, habitantes lúbricos de mil paraísos artificiales hasta que, con la resaca y el síndrome de abstinencia, los muñecos acaban en la basura. Es el fin de la inocencia. Cualquier crítico malévolo podría despacharse a gusto con Twelve y su agrio regusto a moralina. Pero nosotros no lo haremos. Apreciamos el talento de un director capaz de facturar de la manera más anodina, pero al que, en cada película, se le escapan momentos de genialidad. Por algo será que nos acordamos de St. Elmo, punto de encuentro, Un toque de infidelidad, Un día de furia , Asesinato en 8 mm o Nadie es perfecto, suculento duelo Seymour Hoffman-De Niro con la excusa de Billy Wilder.

El mundo Schumacher, donde reinan la dificultad de madurar, las brechas familiares, el frenesí de la ciudad o la imposible convivencia entre caracteres antitéticos, está bien presente en Twelve, breve crónica neoyorquina de dos docenas de jóvenes que cruzan sus vidas durante un fin de semana, desde el cielo hasta el infierno, de Harlem al lado noreste del alto Manhattan. Chicos solos y viciosos, narcisistas desorientados en la capital del mundo, que brilla y truena para ellos. Princesas y mendigos matizados con precisión en una pléyade de brillantes encarnaciones de jóvenes actores que ya nacen aprendidos en la rápida escuela de la tele y que, con esa herencia genética que da Hollywood, con el bendito don de la presencia, se comen las muchas dudas y tópicos de un guión demasiado solemne.