El quiosco del éxtasis, en A Compostela

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

ALLARIZ

MARTINA MISER

Sale a concurso el bar de la playa, mirador de crepúsculos, faro vigía de barcos que zarpan

23 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En Pontevedra, Compostela, Ribadavia o Allariz tiene un parte monumental maravillosa. En Vilagarcía tenemos la playa, el paseo marítimo y los barcos que zarpan. ¿En qué se parecen las ciudades monumentales y los paseos marítimos con zona portuaria? A primera vista, en nada. Si nos dejamos llevar solo por lo que se ve, en nada de nada, pero si nos fijamos en lo que se siente al pasear por esos lugares, comprobaremos que tienen algo en común.

Caminar entre edificios barrocos y renacentistas, por rúas empedradas, bajo arcos neoclásicos y frente a iglesias góticas y románicas provoca una embriaguez que nos conduce a un estado emocional en el que el tiempo no existe, se detiene y el espacio no importa, se universaliza. No se trata del síndrome de Stendhal, que se padece al ser noqueado por la belleza, sino de algo menos impetuoso, pero más sostenido. Algo así como la diferencia entre la emoción y el sentimiento. Recorrer la Galleria degli Uffizi en Florencia puede producir espasmos emocionales ante tanta acumulación de belleza. Pasear por el Obradoiro solo provoca sentimientos agradables, contenidos, asentados, capaces de perdurar en el tiempo y de ayudarte a tener una visión diferente de la vida, del paso del tiempo, de la relatividad del espacio. Una ópera de Verdi movería a las emociones intensas y revolucionarias en el momento. Una obra teatral de Bertold Brecht invitaría a cambiar el mundo lentamente, pero enérgicamente, sin ímpetu, pero sin desmayo.

Pero vayamos a lo nuestro: ¿qué relación existe entre el barrio judío de Ribadavia y el paseo marítimo de Vilagarcía de Arousa? Ninguna en lo superficial, toda en lo espiritual. Porque pasear por ese no espacio que es la fachada marítima vilagarciana, mirando al mar, contemplando los cambios de luz y disfrutando del deslizamiento parsimonioso de los barcos zarpando nos provoca los mismos sentimientos que un paseo por la belleza monumental del casco viejo de Pontevedra. Uno va a Allariz a olvidarse de las cuitas cotidianas, a relativizar la angustia y la ansiedad, a reconocerse en las calles viejas, en el agua vieja, en las piedras viejas, eternas, inmutables... Uno va al paseo marítimo de Vilagarcía a redescubrirse a sí mismo mientras contempla el juego caprichoso de la luz y la niebla, el color variable del agua del mar, espejo del cielo, vaivén mecido de espuma, infinidad...

Ahí está la palabra: lo infinito, es decir, lo universal, lo inasible, lo inefable, o sea, la belleza en toda su plenitud que nos acaricia, nos sostiene, nos eleva en una especie de levitación extática que tiene las mismas consecuencias en la Compostela monumental y en A Compostela marítima, en esa playa vilagarciana que aparecía en las postales de hace 60 años durante la bajamar y en los días de mareas vivas para engañar al forastero y hacerle creer que en la Perla de Arousa los arenales eran generosos y magníficos.

Tras muchas vicisitudes, la playa vilagarciana ha vuelto a convertirse en ese espacio atemporal que solo tienen las ciudades privilegiadas. Ese no lugar que permite encontrar en una puesta de sol toda la belleza del mundo mientras la brisa pellizca, el yodo purifica y las notas a mar y a vida embaucan y anestesian.

Playa de Compostela, símbolo inmutable y esencial de la ciudad. Cambiante en lo aparente, inmutable en lo trascendente. Playa de Compostela, chic y elegante en 1888, cuando se inauguró su flamante balneario, belleza chinesca, gabinetes, miradores, vidrieras, piano. Deprimente y desolada en 2018 con el balneario o su heredero lleno de puertas viejas almacenadas, restos, basura, cristales... Pero el mar y la ría siempre enfrente, superando en belleza y sugerencia a la impostada magnificencia del siglo XIX, a la decrepitud del balneario abandonado.

En esa playa ha habido de todo. Durante un tiempo, casi desapareció, después se convirtió en arenal inmenso que el tiempo acabó convirtiendo en pradería. Por tener, ha tenido hasta un palafito extrañísimo al que nadie era capaz de dar un uso razonable. Era tan bonito y tan característico como inútil, un ejemplo claro de arquitectura magnífica en la concepción, pero inverosímil en lo funcional.

Espacio multiusos

Playa con tirolinas y con espacios chill-out, cepo de la París de Noia, campo de fútbol y de voleibol, grada de combates navales y arenal de botellones... Playa multiusos, acorde siempre con los tiempos y recuperando cada amanecer su verdad: el mar lamiendo, oliendo, yendo y viniendo, ayudando a relativizar, explicando lo inmenso, lo infinito, la vida. Un paseo entre O Ramal y Carril como tratamiento de choque anti estrés. Un rato frente al sol crepuscular y la serenidad sustanciándose a poniente, el ocaso ayudando, paradójicamente, a renacer y el espíritu agradeciendo tanta quietud, tanta placidez, tanto impulso para vivir un ratito de postal.

Para que todo esto sea más fácil y el bienestar nos embargue cada tarde, el bar quiosco del balneario de A Compostela volverá a abrir el próximo uno de junio. Es un bar con terraza situado en el parque, frente a las puestas de sol. Once hosteleros aspiran a hacerse con la concesión de este espacio singular. Si todo acompaña, la concesión parece un chollo: 400 euros al mes y el concello paga el agua y la luz. A cambio, atardeceres con éxtasis y mañanas con brisa.