Al alcalde de mi pueblo, Ribadavia (que está enfermo, tiene el ego inflamado) le quisieron hurgar en sus ingresos; no sabían sus adversarios que lo que más le cabrea a un social burócrata es que le toquen sus dineros. El culpable es el concejal Celso Sotelo que como es taxista, se cree que todo el mundo tiene que vivir de su trabajo. El concejal Sotelo es un antiguo; ahora no se estila trabajar. Hay que vivir de lo moderno, del sudor de los demás. Algo parecido le pasó a un predecesor del alcalde señor Blanco, de su misma cuerda, que acabó de jardinero, sin serlo, para cobrar un paro alegal. Tiene razón don Marcos en compararse con el alcalde de Allariz, el espejo, el vergel en donde se miran todos los concellos de la provincia; el que Ribadavia esté desvencijada no es por la inoperancia de los distintos regidores, que es por la envidia de los demás. Hasta hace cincuenta años Ribadavia era el segundo núcleo de población de la provincia, después de Ourense capital; ahora los del Ribeiro jugamos en la regional preferente (políticamente hablando) y a mi alcalde don Marcos lo quieren hacer sudar el jornal.
Cuando la política era política y los políticos, decencia, en casos así, el alcalde no se apuntaba al paro: ¡Dimitía!